La voz de Remedios Zafra es una de las más lúcidas y fundamentales del pensamiento español contemporáneo. Para quienes aún no la conozcan, es escritora y científica titular del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de investigaciones Científicas. Ha sido profesora universitaria de Antropología, Políticas de la Mirada y Estudios de Género. Con su trabajo El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital se hizo con el Premio Anagrama de Ensayo y el Premio Estado Crítico, entre otras muchas otras condecoraciones y reconocimientos por su brillante obra.

Ahora, en Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura (Anagrama), reivindica la vulnerabilidad como un puente hacia los otros, hacia la comunidad, pero "en la nueva cultura del trabajo inmaterial para muchos la vida transcurre aislados frente a las pantallas, agotados y ansiosos, sobremedicados, descansando solo para volver a trabajar". Nuestra vida, nuestra existencia, ahora se encuentra subordinada a los plazos y a los números. 

Hay que atender. Hay que cuidar. Hay que escuchar. Por eso este libro cobra más sentido que nunca: porque se trata de una respuesta a una carta que una periodista le envió a partir de El entusiasmo, donde la anónima le confesaba que después de leer su ensayo su vida se le antojaba más conflictiva y menos vivible -por haberse sentido tan identificada con él-. Zafra señalaba las grietas, pero, ¿qué esperanza cabe, qué respuesta hay? Aquí algunas formas de afrontar la angustia. Y mirarla a la cara. Y no permitir que nos derribe. 

Este libro nace de un fleco de ‘El entusiasmo’: he leído que una periodista te contestó contándote que se sentía muy identificada con la vida-trabajo que describías y que te pedía alguna respuesta, algún camino, alguna propuesta a seguir para aliviar toda esa angustia. ¿La hay? ¿Cuál o cuales son?

Pienso que es parte de la urgencia a la que nos lleva la época pedir respuestas a modo de fórmulas que permitan de manera clara y a ser posible rápidas afrontar lo que duele. Pero sospecha de mi si te incluyo aquí un listado de pasos a seguir a modo de prospecto o manual de instrucciones. El pensamiento lento es contracultura en la época actual donde todo nos es respondido a golpe de dedo por un buscador o aplacado durante unas horas por una pastilla. Escribir un ensayo como respuesta es parte del mensaje que supone no evadir la complejidad de la autoconciencia, pero también un ejercicio de acompañamiento para narrar, y en lo posible comprender, esa angustia.

Se nos acusa mucho a los que tenemos trabajos creativos, o intelectuales, o académicos, de no saber lo que es “sembrar patatas” ni “cargar cajas” ni, en definitiva, sufrir esfuerzos físicos demoledores en nuestro trabajo. ¿Podemos seguir considerándonos privilegiados; nuestra forma de explotación es simplemente otra, o, por el contrario, las secuelas de este cansancio a la larga son más devastadoras?

Nuestros padres saben bien lo que es sembrar patatas y cargar cajas y sufren cuando ven esta deriva de vidas convertidas en trabajo y ansiedad que llevamos esos a los que algunos llaman privilegiados. Lo que diferencia a quien hoy depende de trabajos físicos temporales de quien encadena trabajos inmateriales igualmente temporales o convertidos en autoexplotación es, de un lado, la expectativa frustrada después de encadenar años de formación, de otro, la inmersión ansiosa en el trabajo como algo líquido, que difícilmente se termina y que se apropia de los tiempos libres.

El privilegio de quienes han podido estudiar y trabajar en algo vinculado a su formación viene de la pasión por la práctica creativa, pero ocurre que en la saturación ansiosa que hoy llena muchos de estos trabajos no hay emancipación. Crear es ir menos deprisa.

Con la pandemia somos muchos los que hemos empezado a teletrabajar. Al principio parecía una demanda común, una especie de atraso frente a las empresas más vanguardistas, pero ahora padecemos sus efectos: ¿diluye el teletrabajo los límites entre lo público y lo privado; entre la empresa y la casa? ¿Estamos perdiendo ‘lugares seguros’? ¿Está el capitalismo entrando directamente en nuestro hogar?

Hace tiempo que empezó a infiltrarse y las pantallas parecen un grifo que gradúa la intensidad a la que dejamos que se produzca un trasvase (en doble sentido). El teletrabajo tiene lecturas muy positivas y desde que escribí Un cuarto propio conectado he sido gran defensora y practicante de esta fórmula. Decía Le Corbusier que la casa era la máquina de la vida, pero ahora habría que pensar que es claramente la máquina de la vida y del trabajo. Mi impresión es que pasamos por una fase de aprendizaje que supone un juego de fuerzas regulado por la tecnología.

Ni los trabajadores ni las administraciones y empresas están sabiendo controlar el desajuste de vidas convertidas en trabajo cuando la tecnología permite que estemos enganchados gran parte de nuestro tiempo. En este escenario público-privado está en juego el control de nuestros tiempos y la no conversión de nuestra vida en vida-trabajo, ni de nuestra intimidad en algo cedido. Controlar esas compuertas que son tan importantes como los párpados es crucial para el sujeto.

Recuerdo que en ‘Ser o no ser (un cuerpo)’, Santiago Alba Rico hablaba de esos lugares -como la cocina, al cocinar para los seres que amamos- en los que nuestra vida ‘sucede’ realmente donde ‘está’ y ‘es’ nuestro cuerpo -no como pasa con internet, donde nos da la sensación de que la vida siempre se desarrolla en otra parte-. ¿Cuáles son, para ti, esos lugares seguros? ¿Dónde asirnos, qué hacer, cómo recobrar el cuerpo?

Una habitación conectada puede hacernos sentir seguros porque mantiene lazos con el exterior y a quienes llevamos vidas solitarias el parpadeo del dispositivo conectado escomo el latido de la persona que quiere y que está lejos. Pienso en mi madre y en el grandísimo valor que da a tener cerca el teléfono, es lo que convierte su espacio en algo seguro. Cosa distinta es recobrar la sensación de libertad para quienes como nosotras esa conexión es también vivido como algo intrusivo, entonces todo espacio privado desconectado como el cuarto de baño o el dormitorio se convierten en lugares de piel donde no nos sentimos vigiladas y el cuerpo se despliega, diría que incluso dejando caer las máscaras cotidianas.

¿Verdaderamente se puede ser periodista, o comunicador, o ensayista, o creativo -joven- sin prostituir nuestras vidas en redes sociales, sin crear un perfil público y una -terrible- ‘marca personal’? ¿Nos han condenado, gratuitamente, a ejercer ese esfuerzo, esa exposición, para ser relevantes o visibles laboralmente?

Tienes que ser muy libre, muy rico o muy famoso por pertenecer a algún linaje donde sin hacer ya se te espera, para que trabajando en estos campos puedas liberarte de la presión del escaparate de las redes y puedas crear sin pasar por ellas. Sin embargo, no creo que sea una mera decisión de “elegir si estar o no”, sino que se trata más de un por defecto “estás”. Como llevados por la corriente del agua, desde que las personas se conectan por primera vez son acomodadas en la inercia de época, estar donde la mayoría está. Una estudiante me preguntó una vez si “¿acaso podía no estar?” (refiriéndose a las redes sociales donde todas sus compañeras estaban) y recuerdo con angustia que su socialización pasaba por ellas. Quizá el cambio en este sentido pueda ser más viable si es colectivo, es decir un salir en grupo.

En el contexto laboral también se ha normalizado con claras ventajas para el sistema capitalista que se ve beneficiado porque la maquinaria productiva sea alimentada por los propios que trabajan casi siempre gratis proporcionando contenido que en tanto es sobre uno mismo, difícilmente agota su energía y fácilmente se vuelve adictivo.

¿Qué es la esperanza, dónde se encuentra y para qué sirve? ¿Es un antídoto o sólo un placebo?

Esa pregunta que me haces merece ser contestada con un libro o con muchos libros. Muchas personas más inteligentes que yo podrían resumirla, incluso convertirla en titular, pero a mí me costaría. De hecho, ahí está la razón por la que en la conversación que da origen a Frágiles fui incapaz de contestar a la periodista que me interpeló por ella y por la que comencé a escribir ese ensayo. Mis respuestas (que no es una) están en gran parte en el libro y en tanto creo que la esperanza no es mero placebo ni mero antídoto, y porque creo que es necesaria y movilizadora, le pasa como a esos conceptos que son difícilmente narrables en un número breve de caracteres.

Las personas de izquierdas a veces nos debatimos en una cuestión: ¿debe la cultura ser democrática y por ende, gratuita para la gente; o la cultura hay que pagarla -a los trabajadores culturales-? ¿Cómo compaginar ese bien social con los derechos de los trabajadores culturales?

En el encaje de esos elementos está el reto de la transformación cultural. Claro que hay fórmulas y pasan por valorar el trabajo cultural como “trabajo” y por tanto reconocer que debe ser retribuido. Entre otras cosas solo así puede ser algo democrático a lo que pueda aspirar cualquier persona y no solo quien ya tiene recursos como para permitirse trabajar gratis en una práctica creativa.

Esto no es incompatible con favorecer el libre acceso a la cultura y a su diversidad como bien humano. Las fórmulas de financiación no pasan exclusivamente porque la persona que disfruta un bien cultural pague al que lo produce, sino que hay toda una industria de mediación y promoción (pública y privada) que necesita pensarse a nivel económico favoreciendo pagos justos a la que es y será una de las industrias más importantes, la de creación de imaginario.

¿Crees que se puede ser activista -antifascista, por ejemplo, o feminista- desde la red; cómo? ¿Y cómo se diferencia el activismo en la red de la ‘revolución de sofá’?

Hay muchas formas de activismo y sí creo que es posible ejercerlas también desde la red. De hecho para muchas mujeres que viven en países donde sus libertades y derechos están muy mermados, la red es la única vía de comunicación, activismo y alianza con otras personas pues permite aplazar el cuerpo y también la identidad. La posibilidad de no estar limitadas al contexto material y verse enriquecidas con aportaciones, estrategias y apoyo desde otros lugares es un grandísimo impulso a su activismo.

De hecho, creo que grandes hitos recientes del feminismo como MeToo han sido posibles con la ayuda de Internet, concretamente por la posibilidad de subvertir la publicación de lo íntimo cuando resulta opresivo haciéndolo algo compartido y político. Es la alianza que nace de un dolor o injusticia social compartida la que hace el activismo. Lo de la revolución del sofá puede tener que ver si comparte esta pulsión social y política, pero tengo la impresión de que si hablamos de un mero posicionamiento llevado por apoyar una causa sin un ejercicio de conciencia detrás, queda en una mera impostura.

¿Crees en el anonimato en la red para ejercer activismo o uno tiene que hacerse siempre cargo de sus palabras? A veces este ‘punkismo’ en el que confiábamos ha derivado en trolls tremendos al estilo Forocoches capaces de sabotear proyectos, perseguir a otros usuarios, derribarles cuentas, etc.

Es la doble cara del anonimato. Puede ser usada para mantener privilegios desde quienes han tenido tradicionalmente el poder (la pareja patriarcado y Forocoches es un ejemplo claro) pero también es base para el activismo de personas sometidas a regímenes injustos donde la máscara y el anonimato es la única manera de reaccionar críticamente sin ponerse en riesgo. Claramente a mí me parece muy distinto hablar desde una posición de privilegio y poder escondiéndose (como suelen hacer muchos discursos fascistas) a esconderse porque se habla desde una posición de subordinación que reclama igualdad y justicia social.

¿Por qué somos cada vez más infelices, por qué estamos cada vez más medicados, cuál es nuestra angustia principal -si tenemos mejores condiciones materiales que hace décadas, aunque la desigualdad sea cada vez más tremenda-?

En El malestar en la cultura, Freud apuntaba a esa sensación que indicas, y a la contradicción implícita en culpar a la cultura de la ansiedad y «la miseria que sufrimos» cuando justamente es la cultura la que nos proporciona avances que nos permiten sobreponernos a sufrimientos y limitaciones que antes nos habrían matado. El mundo contemporáneo se nos muestra como algo excesivo a través de las pantallas, es como si accediéramos a posibilidades del futuro con limitaciones propias de cuerpos prehistóricos, como si hubiera un desajuste entre el mundo abrumador de posibilidades y la confusión y ansiedad que genera nuestra implicación en el mundo.

¿Cuál es la verdadera transgresión hoy? Sugiero y pregunto: ¿Lo sería, acaso, la muerte del ego -justo cuando todos estamos tan expuestos en redes y cada like equivale a una nueva satisfacción-? ¿Un antisistema hoy es un chaval sin instagram, ni whatsapp, ni twitter?

Es transgresora la solidaridad, es transgresora la fragilidad compartida como mecanismo para empatizar y para crear complicidad y vínculo social. Es transgresor intentar comprender al que piensa distinto para consensuar y cambiar juntos. Es transgresor usar las redes con inteligencia y no ser usados por ellas, y dentro de eso “usarlas sin dejar que nos usen” está por supuesto la opción de distanciarse de ellas. En ese sentido y dado que no es a lo que incita la época es algo transgresor, como el adolescente que no las usa.

¿Qué hay del amor en la era de lo virtual? ¿Estamos amando a personas que no conocemos: amamos sus perfiles en las redes, lo que muestran, su -otra vez asqueroso concepto- ‘marca personal’?

No es un tema que haya investigado, pero sí que me interesa, especialmente cuando la distancia y el aislamiento de los cuerpos se normaliza y hemos de idear nuevas maneras de querer y desear al otro. Creo que la ausencia del cuerpo en el contacto online siempre ha sido un estímulo del deseo que convierte la carencia en motor concentrándose en la seducción. O al menos así era en los primeros años de Internet. Con el tiempo, la estrategia se ha hecho más habitual y como bien sugiere Eva Illouz es fácil pasar de lo emotivo a lo estratégico pero no al contrario. Es en gran medida consecuencia de los procesos de racionalización a los que llevan las plataformas y que en sus derivas de mercantilización tiene también que ver con lo que llamas marca personal.

Hay investigaciones que señalan que las generaciones jóvenes -entre las que me incluyo por cada vez menos tiempo- tenemos menos sexo que nuestros padres porque vivimos en una sociedad hipersexualizada que nos harta de estímulos lúbricos y donde hay más ‘sexting’ y tonteo virtual que sexo, puramente. ¿Qué te parece?

A mí me parece que la tecnología está favoreciendo otras formas de entender y practicar el sexo y el asunto tiene muchas aristas. Me parece singular por ejemplo el hecho de que en este tiempo reciente de pandemia haya más miedo al contacto personal y la pantalla haya sido la interfaz que ha permitido contactar e imaginar relaciones (que los cuerpos no se toquen entre sí no quiere decir que no haya sexo). También la proliferación de juguetes sexuales para las mujeres ha sido algo que ha aumentado no solo por la pandemia sino por cómo el feminismo está ayudando a normalizar otras formas de vivir la sexualidad.

¿Qué debemos hacer las feministas para no pagar, otra vez, los platos rotos de la pandemia y no tragarnos la conciliación imposible, los cuidados y el curro en ese trabajo y esos afectos domésticos cada vez más diluidos con el nuevo modelo?

Es un lastre que se repite con cada crisis y exige estar alerta porque se naturaliza que cuando fallan los servicios públicos de educación y atención a niños, mayores y dependientes se da por ello que las mujeres asumirán lo que tradicionalmente han hecho y se sigue esperando de ellas. Vencer esa expectativa silenciosa exige del compromiso de los poderes políticos y empresariales para no tolerarlo exigiendo y favoreciendo medidas reales de conciliación, pero también precisamos de la solidaridad feminista para no ser cómplices de que las mujeres sigan cargando sus espaldas. Los logros son frágiles y poco que nos descuidemos, los retrocesos en igualdad ganan terreno y el ángel del hogar aparece agarrado a nuestra espalda.

¿Qué opinión te merece la problemática actual dentro del feminismo: feministas transinclusivas y excluyentes? ¿Cómo ves la Ley Trans de Montero?

Creo que los conflictos forman parte de la cotidianidad de las luchas por la igualdad y me parece que son oportunidades para empatizar y abordar la complejidad que habita en la diversidad. Me parece que hemos de enfrentar la tentación de caer en consignas simplificadoras que repiten la polarización tan habitual en otros ámbitos. Como feminista apuesto por la (trans)inclusión y apoyo la necesidad urgente de leyes trans. Nunca la igualdad de un colectivo supondrá poner en riesgo la igualdad como principio feminista que afecta a la mitad de la humanidad. Las luchas por la igualdad de las personas desde la consideración de nuestra diversidad (humana) debiera generar siempre una alianza.

¿Qué opinión te merece la propuesta de Errejón de que haya cuatro días laborables: es ese un modelo de esperanza, como decíamos? ¿Crees que el último horizonte emancipador -yo al menos lo siento así- es la abolición de trabajo?

Estoy muy a favor de esa propuesta y creo que el futuro más emancipado se dibuja en esa línea. Sin embargo, te comparto mis dudas sobre cómo afrontar ese ideal de abolición del trabajo. Pienso que es un motor utópico que es enriquecedor pensar, pero no tengo claro si en este momento puede suponer una distracción que expulse el discurso de la crítica al trabajo del debate social, por reducirlo a un ámbito más especulativo que no obliga a cambiar y transformar las vidas y las políticas reales del presente.

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