El periodista Rubén Amón.

El periodista Rubén Amón. EFE.

Cultura Entrevista al autor

Rubén Amón: “Es un error que la izquierda desprecie los toros: son subversivos y descabalgan al señorito”

En 'El fin de la fiesta', Amón defiende la tauromaquia como un acto genuino, radical y rebelde donde el torero es el hombre del pueblo que hace que la aristocracia se rinda. 

3 abril, 2021 02:50

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Ahora que nada duele, ahora que nada impacta, ahora que los parroquianos quieren amor sin pasión ni deber, sexo sin sudor ni vello, carcajadas sin ruido y dios sin temor, viene Rubén Amón a tocar el testiculario patrio y a defender los toros como el centro de la sangre y de la transgresión moderna. Viene a defenderlos como la verdad y la muerte en el mundo donde el capitalismo nos hace creer que viviremos para siempre -por eso mejor seguir consumiendo-, donde los filtros de Instagram nos hacen hermosos pero con la cara de otro, donde los buenistas han hecho el negocio de la paz interior -y por aquí echamos tanto de menos el fragor de las guerras-.

En El fin de la fiesta (Debate), Amón se parte la cara por salvar la tauromaquia de la censura de los débiles mentales, de los llorones, de los mojigatos y escandalizados, de los animalistas y de los hipócritas, de todos los simplistas que no alcanzan a abrazar sus relieves poéticos, sus oscuridad, sus misterios, sus ambiguedades. Sus olores, sus resúmenes de la vida: sus tragedias. 

¿Por qué tiene sentido la fiesta de los toros en 2021, por qué puede ser moderna y no sólo una reminiscencia atávica? ¿Por qué es transgresora hoy y no rancia?

Yo creo que confundimos lo tradicional con lo antiguo: diría que la música de Bach es tradicional y vanguardista al mismo tiempo. Los toros tienen todos los aspectos de una tradición consolidada que ha ido forjando un mito, pero a la vez es lo más transgresor del mundo: convertir el sacrificio de un animal en un rito bastante complejo. Siempre digo que los toros son el arte al que aspiran las demás artes. Esa coreografía entre lo erótico y lo mortal es el arte escénico absoluto al que aspiraron los griegos. No diríamos que Antígona es antigua. Aunque todo esto es muy intelectual, a la plaza se viene instintivamente. Los toros son cruentos, pero no crueles. Son un espectáculo insólito en una sociedad cada vez más aséptica.

Me interesa lo que dices del “arte al que aspiran las demás artes”. Es cierto que en el teatro se fantasea o se juguetea mucho con la muerte, con la idea de morir en directo como expresión total, como éxtasis escénico, como única verdad absoluta. ¿Dirías que el resto de artes son lights frente a la tauromaquia, que es la que se atreve a llevar las cosas más lejos?

Juan Belmonte decía que la diferencia entre los toros y el teatro es que en los toros se muere de verdad, y esta presencia de la muerte se convierte en el hecho diferencial: se parece a los rituales escénicos, se parece a la danza y al teatro, pero con una connotación de lo irrepetible y de lo efímero, porque no hay manera de repetir nada, porque lo que jamás vuelve a suceder es la misma embestida del toro. Sé que un actor no representa la misma obra siempre pero tiene el guion del texto: aquí el torero se encuentra con una incertidumbre. La oscuridad gana el terreno a la luz durante la corrida, que empieza con la sombra dividida y va avanzando. Mientras los toros mueren llega la oscuridad y se apodera del ruedo hasta hacerlo negro. Todo eso es muy rotundo y no lo vivimos morbosamente. Los toros sólo son festivos o lúdicos como contraste a la muerte.

¿Estás seguro de que los aficionados a los toros alcanzan a entender todo esto o es una pasión más instintiva?

El ‘ole’ de 23.000 personas a la vez demuestra que la relación que tenemos con los toros es animal, instintiva y estética. No necesitamos de estos recursos intelectuales para disfrutar del acontecimiento. Hay un momento en el que el conocedor aprecia más y mejor lo que está viendo, pero no es fundamental. Lo fundamental es que todos sentimos lo mismo, ese es el misterio de la tauromaquia. Que 22.000 personas, sin director de orquesta de por medio, digan ‘ole’ a la vez’. Es embriagador.

¿Qué puede aprender un niño de los toros; justamente cuando la infancia y la juventud están cada vez más lejos de ellos?

Es interesante la democratización del héroe. Lo poco que se ha de hacer ahora para ser un héroe: es algo que está al alcance de cualquiera, pero el torero se plantea un camino de heroísmo completamente consciente desde el primer momento por el sacrificio del oficio, por el entrenamiento y el rigor, por el esfuerzo físico, por la conciencia de la cornada y de la muerte.

El torero es un héroe desubicado porque la sociedad ha democratizado el heroísmo. El valor fundamental de los toros es que el hombre se confronta consigo mismo. Hay una visión ridícula del antitaurinismo y es: por qué mueren seis toros y los tres toreros no mueren. Bueno, es que esto no es un combate. El torero utiliza el toro de pretexto para medirse consigo mismo. Víctor Gómez Pin, filósofo de izquierdas, lo explica muy bien. Es impresionante hasta dónde llega el compromiso del torero consigo mismo y con el toro en una sociedad donde salvar un gato significa coronarte como héroe.

Proezas irrelevantes.

Eso es. El héroe lo puede ser cualquiera. El torero es incómodo por las costuras que lleva su cuerpo, por cómo se viste, porque tiene un altar puesto en su habitación y en su hotel, porque lo vive todo con hondura. El sentido del torero es llevar el extremo a la vida.

Cuando fui a los toros con Chapu Apaolaza me planteó que la tauromaquia es hoy, en el fondo, una cuestión de censura. Al animal se le mata, al animal nos lo comemos. La pregunta es si la sociedad puede verlo o no. ¿Qué te parece?

Claro, es que no se me ocurre un acontecimiento más civilizado y más civilizador, sabiendo cómo son las ganaderías y los mataderos industriales. Del toro de lidia hacemos un acontecimiento cultural y estético. Concedemos un rasgo totémico al animal. La tauromaquia coloca a la muerte del toro en una situación ética: se le mata con la espada de la forma más arriesgada. Al tiempo, en la ganadería que funciona industrialmente se matan 51 millones de cerdos al año y dos millones y medio de bovinos.

Pero el debate o es qué hacemos con los animales, sino qué hacemos con la muerte. Los toros ponen de manifiesto la hipocresía de la sociedad. Nos impresiona verlos en la plaza, pero no hay ningún rasgo psicótico aquí, porque no se trivializa el sufrimiento del animal. Si lo excitante fuera ese sufrimiento, estaríamos agolpándonos en los ganaderos, viendo cómo gritan los cerdos. Cuidado con las prohibiciones: yo creo que que la sociedad estime como quiera la tauromaquia es honrado.

¿Hay a quien le avergüenza reconocer que le gustan los toros?

Sí, claro. Agustín Díaz Yanes, cineasta progre, repartía hace veinte años entradas a las que él invitaba pero nadie de La Movida se animaba a mostrarse en una plaza de toros. Jaime Urrutia decía que la vida de un procree consiste en ir del Rock-ola a las Ventas y de las Ventas al Rock-ola. Los punkis en la plaza, todo aquello. Da miedo cómo ahora la gente se censura a sí misma.

¿Por qué se relaciona la tauromaquia con los fachas?

Por la manipulación y bandera que se hace de ella. Que nuestra bandera la haya encabezado Abascal es una tragedia, porque refleja una tauromaquia de heroísmo nacional, identitario y tradicional que a mí me da muchísimo pavor. Que la bandera política la haya erigido la derecha y que la izquierda haya convertido los toros en anatema es un error. No deberían despreciarlos, porque la naturaleza de la tauromaquia es subversiva. El torero es el hombre del pueblo que descabalga al señorito. Los toros son radicales porque suplantan el honor del aristócrata.

¿Por qué parece imposible ver a una travesti en los toros?

¿Lo es?

Digo “parece”.

Bueno, a mí me fascina la tauromaquia porque es ambigua. Por eso me desconcierta que la homosexualidad sea un tabú y que haya un machismo tan característico en el mundillo de los toros, y digo mundillo porque es un mundo casposo y rancio. Al final, lo esencial es que no sabemos si el torero se viste de hombre o de mujer, a qué vienen sus medias rosas y esa forma de seducir con e propio cuerpo al toro. El torero es macho y es hembra a la vez. El toro muestra sus atributos pero recibe espadas como el que es penetrado. Es un ejemplo de esa riqueza ambigua, entre lo viril y lo femenino.

¿Por qué ningún torero dice hoy que es homosexual?

Por ese mundillo que te decía casposo, rancio y machista. Hay unas zonas de oscuridad evidentes: las mujeres no podían torear hasta el 74 y no tenemos noticias de torero homosexual ninguno… tienes que irte a un torero americano de los años treinta, o a Mondeño, de los sesenta, que se hizo fraile, se salió y luego se fue con su novio a Alemania. Ningún torero dice hoy que es homosexual, y el motivo por el que no lo dice es el miedo a la represalia. Eso hace de los toros un argumento incómodo.

¿Qué es más difícil, encontrar un torero comunista o un torero gordo?

(Ríe). El ídolo de La Movida era un torero comunista y gordo, y además viejo, con un mechón blanco y un poco decrépito, Antoñete. Y se convirtió en un símbolo. En estos debates sobre la polarización de la tauromaquia en los que me he visto implicado, siempre digo “lo que queráis, pero José Tomás es un torero republicano”. No sé. Esto tendría que ser irrelevante, pero todo hay que categorizarlo para terminar caricaturizándolo. Me quedo con Luis Miguel Dominguín. Su hermano Domingo fue comunista y promovió grandes obras culturales. Él salía hasta de cacería con Franco, era un protegido. Una vez le preguntó el caudillo: “¿Cuál es el comunista?”. Y le dice Luis Miguel: “Los tres”. Esa capacidad de provocar es la que me interesa.

Hombre, también habrá una cosa presumida de “ay, qué mal me va a quedar el traje si tengo un poco de barriga”. Rompe cierta armonía.

En la peor película de la vida, Manolete, con Adrien Brody y Penélope Cruz, sucede algo peor, y es que aún teniendo un cuerpo perfecto, el actor es siempre un impostor porque no parece torero. El torero está relacionado con el misterio. Hay toreros gordos, igual que hay cantaoras y bailaoras y bailaores que no pierden una mácula de erotismo pese a estar abandonados físicamente. No basta con ponerse un traje de luces para parecer un torero: a veces queda como un disfraz.

¿Te imaginas un torero con el pene pequeño? Chocaría mucho, ¿no? Está tan relacionada la tauromaquia y la virilidad. Ese arrojo que se asocia al miembro grande, estúpidamente, al final.

(Ríe). El vestido enfatiza la virilidad, sí, y que el torero marque paquete ya es un síntoma de identidad. Conozco casos de toreros que se la enfatizan artificialmente. La correlación que existe entre esos atributos y la virilidad es otro mal entendimiento de la virilidad. Viril es lo masculino, pero viril también es la virtud, la integridad en su sentido más elevado.

Me escama un poco que sean tantos hombres los que pueden con un toro. ¿No es eso poco honorable? De hecho, los aficionados se quejan y silban cuando se pica demasiado al toro.

En las cadenas generalistas, vemos los Sanfermines y nos cuentan el encierro de la mañana, y vemos mozos y mozas correr delante de los toros… otra vez convertido el hombre del pueblo en el protagonista, porque se democratiza algo que está sucediendo. Pero se busca la imagen de los toros limpios y rápidos, lo contrario del buen sexo. Hay policía moral en las calles, se expulsa a quien parezca que está borracho, se busca lo aséptico, la limpieza… y te das cuenta de que las televisiones no te han contado la gran razón: los toros están yendo de un sitio a otro para saltar al ruedo y una vez allí, medirse solos con el torero. Porque el torero no es el humano, es el héroe. Hay que ir vestido de una forma, hay que medir el valor, la integridad, el riesgo…

La elegancia.

Sí, fundamental la elegancia. Lo que vemos en el ruedo no es al humano, es al héroe y su misión. ¿El toro está en inferioridad de condiciones? ¿Con respecto a qué? Cualquiera cruza el ruedo y a ver dónde termina. Sólo puede medirse con el torero, que no es hombre ni mujer ni humano. Simone de Beauvoir hablaba del género y decía que lo que ella veía en el ruedo era al humano en el ámbito superior de la confrontación consigo mismo. La animalidad con lo racional. No es un combate. Es la bestia como pretexto.

¿Crees que la tauromaquia está ligada a una sensualidad muy desarrollada, como, por ejemplo, la del gusto por la casquería? ¿El antitaurino folla peor: es más pulcro, más correcto, más aburrido?

Los toros incitan a las pasiones, a lo irracional. Tienen una connotación erótica enorme, tanto es así que los toreros mismos dicen que les motiva mucho más la sonrisa de una mujer en el ruedo que la rivalidad con la primera figura. Hay una carga erótica en los toros impropia de esta sociedad aséptica e incolora. Si follan más los aficionados a los toros que los no, no lo sé, pero desde luego este acontecimiento incita a vivir las cosas más apasionadamente en un mundo castrador y unificador. Vicariamente esa experiencia extrema del “ya que no podemos torear, vivamos” es interesante. Sintamos todo lo que podamos sentir. Ha habido toreros que han tenido orgasmos mientras toreaban o experiencias sobrenaturales incorpóreas.

¿Quiénes son los nuevos toreros en la sociedad? ¿Quiénes han sustituido a la figura emblemática y enigmática del torero?

¿De quién se hace una película que quiera verla todo el mundo y que la gente sueñe con convertirse en eso? En los años de mayor popularidad del toreo, el torero era tal ídolo que toda figura tenía una película propia, no sólo El Cordobés. Movían a tantas masas que la única forma de canjearlo era hacerles una película propia.

Como ahora los reguetoneros casi, ¿no? Todos tienen un biopic. 

Puede ser, pero creo que esa idealización del mito popular que es el torero se ha perdido por completo. El último torero que ha puesto en psicosis a la sociedad ha sido seguramente José Tomás, porque hasta los antitaurinos querían verlo.

¿Los toros tienen dignidad, o sólo tienen valor?

Los animales no tienen dignidad: no tienen derechos porque no tienen obligaciones. Esto no significa que nosotros podamos tratarlos mal, torturarlos o destruirlos, pero hay que diferenciar nuestra comunidad ética del ámbito suyo en el que no existe ni el bien ni el mal. El leopardo no hace el mal por comerse a la cría del ñu. El animismo es una religión de centro comercial que no te da nada, no te exige nada, y que todos podemos compartir porque no te obliga a nada.

Los animales no hacen ni el mal ni el bien. Hubo un proceso medieval que menciono en el libro donde una cerda mató a un niño y se la condenó a muerte. Es un buen ejemplo del delirio, porque la cerda no sabe que está matando a un niño. El toro de lidia contradice el mito del arca de Noé, donde nos decían que el hombre utilizaba a los animales para sí, para sacarles provecho… bueno, con el toro de lidia lo que el humano ha hecho ha sido desarrollar al máximo sus capacidades más insólitas. Hay genética y selección, pero se han buscado sus rasgos más agresivos y no más dulces, suaves e infantiles.

¿En qué se diferencia un toro de un perro?

Esas cuestiones se despejan cambiando de universo cultural, yendo a un mercadillo de Saigón y encontrándote perros fritos. Lo importante no es el animal, sino el vínculo de nuestra cultura con el animal. Lo tuvimos tan claro que a los caballos se les empezó a proteger en el 27.

Esa jerarquía que se establece entre los animales es estética: si matas a una cucaracha, bien, pero si matas a una mariposa, eres cruel.

Sí, mira con las ratas, que son un mamífero inteligentísimo. Claro que tenemos vínculos estéticos con los animales, los dividimos en bonitos o feos y esa escala cuestiona radicalmente cualquier credibilidad del animalismo, porque los animales están subordinados a su estética. Hay más perros en España que niños menores de 15 años y se están convirtiendo en sustitutos de los niños, de los hijos. Le dan una reputación social que el perro no quiere, el perro quiere que se le trate como a un perro, no celebrar su cumpleaños y llevarlo en un carrito a pasear. Hay un vínculo enfermizo con las mascotas. No molestan y da afecto. Es perverso.

¿Es una desgracia la muerte de un torero, o sencillamente forma parte del juego, y si el torero nunca muriera, no tendría sentido la tauromaquia, no tendría peso?

Las muertes de un torero han sido muchas menos por los avances de la medicina. La penicilina se convirtió en la salvación de los toreros. Hay un profesor de la universidad de Oviedo, José Errasti, que pregunta a sus alumnos de Psicología todos los años si prefieren la muerte del toro o del torero y de un tiempo a esta parte los chavales responden que la del torero en un 90%. Y luego les pregunta: “¿Y por qué estudiáis Psicología?”. La reputación de animal está por encima de la del humano y si extendemos esta visión nos llevaremos sustos fatídicos. Pero sin duda, que el toro muera y que el torero pueda morir nos da esa incertidumbre que reviste de prestigio la tauromaquia. Si nadie muriera, la tauromaquia debería celebrarse sólo en Las Vegas, el lugar donde todo es mentira. Frente a eso, acabaríamos celebrando la misa sin eucaristía: sociedad aséptica que simula las cosas en vez de vivirlas. La sangre es el centro.