Paco Roca dibuja desde que tiene memoria. Y lo más importante: porque tiene memoria. Sabe que nada de lo que nos sucede hoy puede explicarse sin activar el ojo de la nuca: sabe que mucho de lo que late en nosotros pende de un hilo finísimo que viene de la historia de nuestros padres, de la vida de nuestros abuelos, de sus pasiones, sus fobias, sus fortalezas, sus frustraciones y su manera -tan distinta, tan compleja a su modo- de entender la política, el amor, la felicidad y las relaciones entre hombres y mujeres.

Los hijos de la democracia tenemos mucho que aprender de los hijos paupérrimos del franquismo. Los hijos del Estado del Bienestar tenemos que cosernos un puntito en la boca y escuchar a nuestros mayores: sus sufrimientos antiguos. Sus fatiguitas. Roca ahonda en esas huellas sentimentales en su maravillosa obra Regreso al Edén (Astiberri), un cuento familiar a partir de una foto de 1946 en la antigua playa de Nazaret de la capital valenciana. Esta es -en realidad- la vida de su madre. “Me había pasado ya con mi padre que, cuando murió, me di cuenta de que sabía muy poco sobre él: de su vida antes de mí, de su niñez y su juventud. Se me quedó esa espina clavada y no quería que con mi madre me pasase lo mismo”, cuenta a este periódico.

Regreso al Edén, de Paco Roca.

“Así que quise grabarla en una larga entrevista, y también coger el testimonio del resto de mi familia. Son todos bastante mayores, pasan los ochenta años. Mi madre siempre ha hablado mucho de su madre, que murió cuando ella era muy joven: la foto a partir de la que he escrito el cómic es la única foto que tenía con ella”, relata. “Estamos hablando de una familia muy humilde en plena posguerra. Pensé en esa foto porque la había visto durante toda la vida en ese lugar donde las personas mayores guardan la foto más preciada: debajo del cristal de la mesita de noche”.

Nuestra memoria

A partir de ahí, buceó en la vida de cada uno de los integrantes de esa foto. En sus circunstancias. En el gesto que emitían sus rostros en ese momento. En cómo habían llegado hasta ese día, hasta esa playa, hasta ese diminuto estadio de felicidad, después de verse tambaleados por las miserias de la vida a las que volverían poco después, tras ese lapso de sol y de paz. Hubiera pagado, Paco, por haber estado allí, por mirar como miró el fotógrafo qué había más allá de los encuadres, por exprimir sus secretos. Y, de alguna manera, ha conseguido trasladarse a ese momento.

Sabe el historietista que nuestra memoria ha cambiado: que ya no atesoramos a nuestros seres queridos en álbumes de fotos, que vivimos en una sociedad “acelerada” incapaz de conservar un objeto, que ha perdido el fetichismo para lo bueno y para lo malo. “Pero en todos sigue habiendo una especie de búsqueda a través de la memoria. Mirar hacia atrás para encontrar no una única raíz, sino trozos de tus raíces. Es una búsqueda eterna”, comenta.

Regreso al Edén, Paco Roca.

“Comprender a mi madre me hace comprenderme a mí mismo. Estamos a una generación del hambre y de la miseria. Después de hacer el cómic, entendí esa obsesión de mi madre por comer siempre pan, todo el rato: ¡por compensar todas las veces que no lo había podido comer! El pan era la base de la alimentación”, reflexiona. “Y yo decía… ¿por qué siempre está tan pesada con que coma pan? Bueno, es que hasta que no te planteas lo que es pasar hambre no entiendes drama de toda esta gente. Levantarse por la mañana y no tener nada que comer, llegar al mediodía y que no haya nada en la mesa, irte a la cama sin cenar y no poder dormir del hambre”.

P.- ¿Qué tiene Paco Roca de su madre?

R.- Esa visión fantasiosa del mundo a la que he conseguido sacarle partido y en cierto modo se ha convertido en mi trabajo. Gracias a ella tuve una educación para reconducir era herencia fantasiosa, aunque ella era analfabeta. Creo que mi madre y mi abuela si hubiesen sabido escribir habrían sido grandes narradoras de género fantástico, sin exagerar. De realismo mágico. También creo que de ella tengo eso de sentirme cómodo en círculos pequeños. Hay algo de burbuja…

P.- ¿Tiene este país desmemoria o una mala memoria interesada respecto a su pasado reciente: la guerra civil, el franquismo, etc?

R.- Desde luego, no ha sido bueno cómo se han gestionado las cosas. Venimos de un largo silencio de 40 años y venimos contagiados por ese silencio. Las víctimas del franquismo fueron todos los españoles, de un bando o de otro. Unos pudieron hablar y desahogarse y otros decidieron mirar hacia adelante, hacia una Transición, hacia ciertos perdones… y cuando ya pudieron hablar, a nadie le interesaba escucharlos. A estas alturas ya no se trata de hacer justicia ni venganza, sino de comprender, escuchar y consolar a la gente que quiera encontrar a su familia en una fosa. A la gente que padeció la persecuciones franquistas. En España todo se ha polarizado y hemos conseguido que condenar el franquismo se convierta en un monopolio de la izquierda.

Regreso al Edén, Paco Roca.

P.- El problema de cierta derecha ya no es que ignoren el tema, es que ensalzan el franquismo.

R.- Sí, es una pequeña parte de la derecha, y creo que el resto de la derecha se siente incómoda con eso. La derecha democrática y antifranquista se siente mal con eso. Ojalá en los primeros años de la Transición hubiese habido un verdadero consenso con ese tema y una clara condena al franquismo, así hoy no seguiríamos tratando de buscar culpables.

P.- ¿Qué hay de Vox?

R.- Bueno, no creo que sea un continuismo del franquismo, más bien un fantochismo, porque a estas alturas lo de defender el franquismo ha quedado para cuatro nostálgicos. Lo que hay que eliminar es la terminología de “bolcheviques” vs “franquistas”, porque acaba afectando a la ciudadanía.

En cualquier caso, Roca no cree en eso de mirar el pasado con “equidistancia”: “En la guerra civil está bastante claro que no es lo mismo luchar porque haya franquismo que porque haya democracia”, alicata. Lee aún en nuestra sociedad del presente “muchas falsedades al estilo franquista”, ciertos “adoctrinamientos”: “Ya está bien con la idea de que Franco mareó a Hitler, ¿no? Que fue el único líder mundial que consiguió engañarlo… quien lo quiera creer, que lo crea, pero no es una realidad. O como que el franquismo fue una ‘democracia orgánica’. Cualquier historiador serio te lo desmiente con datos en dos minutos, pero es un peligro seguir heredando estas ideas, como pasa con los negacionistas o los terraplanistas”.

Feminismo pasado y presente

Compara ahora la vida de su madre con la de sus hijas y no da crédito. “A las mujeres de mi familia y a mi madre nadie les preguntó nunca, ni por asomo, a qué querían dedicarse cuando fuesen mayores. Parece la pregunta más absurda del mundo, pero nunca tuvieron poder de elección. Sabían que de mayores iban a ser amas de casa, que en ese estrato social no había ninguna alternativa a eso. La única duda que podían tener respecto a su destino es con quién se casarían o cuántos hijos podrían tener, porque ni la posibilidad de quedarse soltera les daban”, reflexiona.

“Mis hijas aún son muy pequeñas pero pueden elegir si ser botánicas o conductoras de autobús, y eso es libertad, y eso es felicidad”, comenta. El libro contiene también escenas dolorosas y terribles desde la perspectiva de género, como su abuelo pegando a su abuela. “Sí. Mi madre nunca me había contado que su padre le pegase a su madre, pero fue a raíz de estas entrevistas que lo dijo, y ya nunca ha parado de repetirlo, ¿sabes? ‘Ay, mi padre… qué mal se portó con mi madre…’. Se abrió la compuerta. Fue difícil. Hay momentos en los que lo estaba dibujando y estaba a disgusto”.

Roca intenta no caer en la “idealización del pasado”, en convertir en un verdadero Edén ese “mundo rural menos agobiante y menos consumista”: “Soy optimista y creo que en la mayoría de los casos vamos hacia una sociedad mejor, aunque seamos más líquidos en el amor, por ejemplo, y luchemos menos por las cosas”.

P.- Hay un momento del libro en el que dices que a Antonia, tu madre, no le quedaban fuerzas para ser rebelde. ¿Qué es para ti hoy la rebeldía?

Ella no tuvo ninguna opción de ser rebelde: ni en el vestir, ni en la actitud, ni en el pensamiento. La rebeldía ahora debería ser alejarse de los dogmas, en los que todos caemos en cierta manera. Nuestra forma de pensar se basa en patrones porque así es más sencillo. Dogmatismo, ideologías, religiones… la mayor de las rebeldías hoy es ser librepensador.

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