2019: un año ajetreado en cuanto a guerrillas culturales en este contexto de irascibilidad e histrionismo en el que nos hallamos inmersos. Claro que hay polémicas más estériles y superficiales que otras; y claro que algunos de los debates que se han planteado son salubres a la hora de autopercibirnos como sociedad. Quizá sea importante desoír el ruido y quedarnos con lo esencial: con las preguntas, con las conversaciones matizadas, con el pensamiento crítico -que no destructivo- que nos lleva a buscar las segundas interpretaciones de las performances, de las reyertas históricas, de la legitimidad de los símbolos, de la transparencia de la industria cultural, de la separación entre artista y obra, de la fina línea entre asumir los discursos de odio o censurar. Y un largo etcétera.

Finalmente, en cuanto que la cultura no es un adorno -ni un entretenimiento, ni una manifestación de laca y purpurina-, todas las preguntas recaen sobre nosotros mismos. Sobre quiénes somos, sobre qué nos representa, sobre qué nos duele y sobre qué impronta deja nuestra sociedad en el mundo moderno. Aquí algunas de las polémicas culturales más sonadas este año:

1. El ninot de Flipe VI

Febrero, Feria de ARCO. Los artistas Santiago Sierra y Eugenio Merino, acostumbrados a sacar los pies del tiesto en sus trayectorias -desde rechazar un Premio Nacional y señalar a nuestros presuntos ‘Presos políticos’ a meter a Franco en una nevera- volvían a pisar callos con una obra de provocación ideológica: un ninot hiperrealista del rey Felipe VI, de cuatro metros. La idea era que, tras establecer con el comprador un acuerdo contractual, el monarca habría de arder “hasta que sólo quede su calavera”. El precio de ninot es de 200.000 euros y la figura está perfumada con la fragancia 'Dark blue' de Hugo Boss "porque es el perfume que usa el monarca". Sigue sin encontrar dueño.

2. El engranaje Rosalía: apropiación y transparencia de datos 

Rosalía, en una nube de éxito creciente, ha protagonizado varias polémicas este año, pero quizás las más reseñables y curiosas sean las que vienen. En marzo, recuerden, el alcalde de Valladolid -Óscar Puente- revelaba en su cuenta de Twitter que le era imposible contar con Rosalía para las fiestas de la capital porque pedía 500.000 euros. Muchos la tildaron de "usurera" y juzgaron que era "demasiado dinero". Ella contestó: “Lo único que voy a decir sobre lo que se dice que pedimos por nuestro show es que es falso. Es cierto que no es un show sencillo (ya me conocéis), y que somos muchas personas trabajando para que el show sea increíble, pero eso que se ha dicho está lejos de ser verdad”.

Pero Puente insistió, lanzando, además, una bola curva: “Su agente nos dijo, después de tenernos 2 meses esperando,que empezarían a hablar con nosotros a partir de 500.000€. En todo caso si esa no es la cifra digamos su caché y estaremos encantados de contratarla. Ya lo intentamos en 2018, cuando nos pedía 45.000 €, pero no tuvo fecha”, arremetió. La gran pregunta que se hizo el público entonces, y que choca radicalmente con el clima de secretismo monetario que reina en nuestro país, fue: ¿tenemos derecho como ciudadanos a conocer los honorarios que los artistas solicitan a nuestras administraciones?

Otro de los debates generados alrededor de Rosalía, más allá del de la apropiación cultural de símbolos gitanos y flamencos, ha sido el de la pertinencia de que aceptase su premio VMA “sin ser latina”. Sucedió así: corría el mes de agosto cuando la joven artista se convertía en la primera española en ganar en los prestigiosos MTV Video Music Awards las categorías de Mejor vídeo latino y Mejor coreografía. La pregunta, en el fondo, era: ¿es latina una española? ¿Es lo mismo ser “latina” que ser “hispana”?

De acuerdo con la RAE, el adjetivo latino significa “perteneciente o relativo a los pueblo que hablan lenguas derivadas del latín”, pero muchas críticas apuntaban que eso era “racismo y apropiación”. "Es una bofetada que la gente que secuestró a nuestros ancestros y han causado a nuestras comunidades tanto sufrimiento hasta el día de hoy todavía encuentre maneras de explotar a nuestra comunidad. Bajo el manto de 'somos todos la misma gente pero de distinto color', tonterías de mestizaje", expresaban los ofendidos.

3. Amenábar, Unamuno y Millán-Astray

Cuando el año pasado se anunció que Amenábar lanzaría una película que relatase el encontronazo entre Millán Astray y Unamuno, se formó el zafarrancho: la Plataforma Patriótica Millán Astray se puso en jarras, subrayando que su referente jamás gritó “¡Muera la inteligencia!”, e hizo todo lo posible por lastrar la producción de Mientras dure la guerra. Por ejemplo, amenazó con demandar al Ministerio de Cultura por “incumplimiento de la Ley de Transparencia”: era un error, las ayudas del filme se habían publicado ya en octubre de 2017. Fueron muchos los torpedeos. Recuerden que la misma Plataforma también se dirigió este año a la autora Elvira Navarro por fantasear con convertir, en la ficción, a Millán Astray en una drag queen.

Quienes, al final, trataron de reventar la película de Amenábar fueron unos ultras de extrema derecha, que en octubre de este año entraron a un cine en Valencia con una bandera gritando “España, una, grande y libre”, “Viva España” y “Viva Cristo Rey”, pero, en general -y esto debería preocupar a Amenábar- la película satisfajo a todo el mundo, incluida a la derecha más nostálgica.

4. El Premio Nacional para la autora antisistema Cristina Morales

La joven y brillante autora granadina, que primero recibió el Herralde por su Lectura fácil (Anagrama), luego se hizo con el Premio Nacional de Narrativa. A muchos les molestó: ¿por qué? Primero, por la naturaleza insurgente de su novela, un trabajo que no se limitaba a escupir previsiblemente sobre los imperativos del mercado y la miseria institucional, sino que agredía a los propios antisistema, al feminismo, a la izquierda y a los biempensantes que piden “inclusión”. Para rematar, por las declaraciones que emitió el mismo día de la noticia del premio: en plena revuelta independentista, decía sentir “alegría” porque hubiera “fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas” en el centro de Barcelona, en alusión a esas “vías comerciales tomadas por la explotación turísticas y capitalista, de las que estamos desposeídas quienes vivimos ahí”.

Entre los señores que se le lanzaron al cuello, huelga recordar el tuit de Albert Rivera, quien deseó que la ganadora prendiese “fuego al cheque de 20.000 euros correspondiente al premio que le dio el gobierno”: “No creo que vaya a querer cobrar ese dinero del pueblo español al que odia. Qué vergüenza”. Morales, por su parte, manifestó que, aunque le era “inesperado”, no contemplaba rechazar el galardón, y destacó que el dinero le permitiría un “descanso económico” y la posibilidad de seguir escribiendo. El debate aquí es claro y lleva existiendo desde tiempos inmemoriales: ¿qué es ser un autor libre? ¿Debe un escritor antisistema aceptar o rechazar un premio estatal? ¿En qué consiste la independencia intelectual?, ¿quién tiene derecho a exigirle purismo a un creador disidente? Y, en el otro sentido: ¿por qué iba a querer un premio estatal abrazar a una autora que va contra la propia naturaleza del galardón?, ¿es una forma de comprarla, de minimizarla, de absorber su mensaje?

5. Auge y caída de Plácido Domingo

Otro tótem caído, el primero español: el mítico tenor Plácido Domingo fue acusado por dos decenas de mujeres, en varias tandas, de acoso sexual. ¿Consecuencias? Pocas. Dimitió como director general de la Ópera de Los Ángeles, canceló su actuación en el Met y, poco más tarde, se dejó apoyar por compañeros españoles y ovacionar durante casi 20 minutos en la Scala. Otras viejas glorias de la escena de la música clásica, como Ainhoa Arteta y Paloma San Basilio, han cerrado filas en torno a él. Domingo, por su parte, patinó en un primer momento diciendo que reconocía “que las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasad”. Más tarde se limitó a decir que él siempre ha sido “galante en los límites de la caballerosidad, el respeto y la sensibilidad” y que los españoles siempre se han caracterizado por ser “cálidos y cariñosos”.

6. Enyd Blyton, Polanski… ¿separar autor y obra?

La Real Casa de la Moneda británica vetó en agosto un homenaje a la figura de Enyd Blyton por considerarla "racista, sexista y homófoba". La idea, desde 2016, era emitir una moneda con su efigie para celebrar su efeméride: nunca se hará, porque la institución ha confesado que teme una respuesta furiosa por parte de los ciudadanos británicos del siglo XXI. ¿Por qué? Ahí su cuentito The Little Black Doll, donde Sambo es una muñeca negra a la que su dueño y el resto de juguetes desprecian por su "cara fea y negra". La muñequita sale corriendo y escapa de esa marginación, entonces cae un chaparrón y la lluvia 'limpia' su color. Ahí ya sí: la reciben con los brazos abiertos. En general, en sus relatos los 'malos' solían estar racializados o ser extranjeros.

En otra de sus obras -The Mystery That Never Was-, recuerda constantemente que los "ladrones" son "extranjeros", como si esto último lo explicase todo. También se ha analizado que en Los Cinco los personajes femeninos tienen dos opciones: o actuar como si fueran chicos o ser vistos como inferiores. Ahí un diálogo entre Dick y Jorge (Jorgina): "Ya es hora de que dejes de pensar que eres tan buena como un chico". En sus tramas, las mujeres o niñas se ocupan directamente de las tareas del hogar -esto no escandaliza a nadie teniendo en cuenta el contexto histórico- y le da mucha importancia al dinero -pecando de clasista, a juicio de algunos-. La neutralizaron y la censuraron en muchas ocasiones. Ella siempre dijo a los críticos que no le interesaba la opinión “de ninguna persona mayor de doce años”.

El debate, de nuevo, es si podemos exigir progresismo y modernidad a una creadora que nació en 1897. Y, muy especialmente, si hay que separar al autor de la obra a la hora de homenajearle, o si forman parte del mismo todo: un ser humano. Reflexión ampliada, cómo no, hacia Polanski, quien presentó también este año su nueva película en el festival de Venecia. En su caso, con mucho más inri: vive perseguido por la justicia de EEUU desde que hace décadas violase a una menor.

7. La censura de C. Tangana y Pedro y Luis Pastor

Una de las intervenciones políticas más detestables del año: el Ayuntamiento de Madrid, tras el cambio de Gobierno, tiró de la programación cultural de las fiestas de Aravaca a Pedro Pastor y a Luis Pastor por no comulgar con ellos ideológicamente. El Ayuntamiento de Bilbao, a petición de Podemos, hizo lo mismo con C. Tangana por sus letras presuntamente machistas: el artista, finalmente, llenó dos días completos en esa ciudad programando conciertos aparte contra la censura.

8. El beef de Pérez-Reverte y Elvira Roca Barea

El escritor ha arremetido hace pocos días contra Elvira Roca Barea y su célebre tesis sobre la Imperiofobia patria, que niega la leyenda negra española. También critica su último ensayo, Fracasología, donde trata la asunción de los tópicos hispanófobos por las élites de nuestro país, de "furibundo ataque contra la Enciclopedia y la Ilustración española del XVIII". Según Pérez-Reverte, lo que este país padece es “imperioapología”, y acusa a la profesora malagueña de escribir libros “exculpatorios” que constituyen “un relato reaccionario, ajeno a la ética y a la historia real”.