“Como yo no tengo un fusil, lo que puedo hacer para combatir la autoridad es atacar al canon cuando escribo”. Lo dice Cristina Morales (Granada, 1985), la brillante ganadora del Premio Nacional de Narrativa -y antes, el Herralde-, una revolución intelectual y literaria para la que -ya está claro- ni el circuito literario, ni la clase política, ni los maestros de la nada que campan en redes sociales están preparados. Primero, por la naturaleza insurgente y corrosiva de su obra Lectura fácil, un artefacto que escupe sin descanso en la cara del lector y le pone contra todas las cuerdas ideológicas posibles. Es un libro construido a partir de las voces de cuatro mujeres “discapacitadas según han establecido las instituciones público-privadas”.

Lo más interesante de su trabajo es que agarra a todo el mundo por el pescuezo y no da tregua: no se trata de un empujón previsible a los imperativos del mercado y a la miseria institucional, no. Agrede a los propios antisistema, y al feminismo, y a la izquierda, y a los biempensantes que piden “inclusión”. "La inclusión es una patraña de la democracia porque si existe una necesidad de inclusión es que existe una marginalidad provocada por el propio poder, que después apela a la inclusión de un modo hipócrita y estratégico. La inclusión que predican los poderes públicos no me interesa para nada”, ha señalado. Cristina Morales nos coloca frente a un espejo, pero no renuncia a mirarse en él continuamente. Ella también se pone en tela de juicio: ese es su valor, el de la hostia con efecto boomerang. Es una mente radicalmente original y está llena de sospechas.

En cualquier caso, si su obra arde, Morales escupe fuego. Su galardón ha molestado por ser ella -mujer, joven, francotiradora al teclado y disidente del Estado “terrorista”-, pero sobre todo por las recientes declaraciones en las que aseguraba sentir “alegría porque haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas” en el centro de Barcelona, en alusión a esas “vías comerciales tomadas por la explotación turísticas y capitalista, de las que estamos desposeídas quienes vivimos ahí”. Guardaba, cómo no, una guantá para el procés, al que ha definido como “un aburrimiento” y un “contubernio entre élites”. “Su lucha no es mi lucha”, ha aclarado.

Muchos se han removido en sus sillones. Pasa desde la derecha y desde la propia izquierda: ahí la escuela de por qué Pablo Iglesias tiene un chalé si es tan comunista y la "traición de clase". No obstante, ha habido críticas más feroces que otras. Para muestra, dos botones: el escritor Juan Abreu ha dicho que desde que vio “la foto de la autora y leí que su novela era sobre unas discapacitadas, pensé que era autobiográfica, como es evidente” y Albert Rivera ha deseado que la ganadora “prenda fuego al cheque de 20.000 euros correspondiente al premio que le ha dado el Gobierno”: “No creo que vaya a querer cobrar ese dinero del pueblo español al que odia. Qué vergüenza”.

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Morales ha manifestado que, aunque “inesperado”, no contempla rechazar el galardón y ha destacado que el dinero le permitirá un “descanso económico” y la posibilidad de seguir escribiendo. La raíz del debate es perversa, pero lleva existiendo desde tiempos inmemoriales: ¿qué es ser un autor libre?, ¿debe un escritor antisistema aceptar -o rechazar- un premio estatal? Ya lo hicieron Javier Marías en 2012 o Sartre frente al mismísimo Nobel. ¿En qué consiste la independencia intelectual?, ¿quién tiene derecho a exigirle purismo a un creador disidente?, ¿dónde acaba ese purismo: en el ostracismo, en la marginalidad, en la pobreza, en la inanición o en la muerte, si, inevitablemente, vivimos en un marco establecido y la prioridad es sobrevivir?

Y, en el otro sentido: ¿por qué iba a querer un premio estatal abrazar a una autora que va contra la propia naturaleza del galardón?, ¿es una forma de comprarla, de minimizarla, de absorber su mensaje? ¿O, sencillamente, se trata de una muestra de -buen- gusto literario? ¿Es que debemos volver a creer en la transparencia y la honestidad de los premios? ¿Es que existe un premio radicalmente literario? ¿Por qué hay quien rechaza esta elección sin haber leído a Morales? Consultamos estas preguntas con diferentes autores y críticos del panorama patrio. Juzguen ustedes mismos. 

Aixa de la Cruz: "Sale muy caro tener principios"

Escritora, dramaturga, doctora en Teoría de la Literatura y Literatura comparada. Su última obra es Cambiar de idea (Cabayo de Troya, 2019). 

Hay dos ideas aquí que me interesan. La primera es que me parece un falso debate el de si siendo una autora marginal deberías aceptar premios o no. Presupone una especie de pureza en tanto a lo que significa estar en los márgenes o no habitar el statu quo. Eso sólo puede esperarse de alguien sin hogar, sin acceso a al cultura, que vive en la calle, que escribe… pero obviamente, dedicarse al oficio literario significa participar del mainstream. Este tipo de aparentes paradojas entre escribir en contra del sistema y aceptar premios me parecen falsas. La segunda idea, que es la que más me interesa y a la que le he estado dando vueltas estos días -sin que esto desmerezca en absoluto la obra de Cristina- es: ¿qué significa para el premio en sí el haber premiado a Cristina? ¿Qué busca el sistema premiando un libro de este tipo?

El poder tiende a asimilar todo lo que va en contra de sí mismo. Me parece haber percibido cierta unanimidad en la crítica en torno a un libro muy complejo y muy controvertido: es bastante llamativo. No sé si se debe a lo siguiente: yo, como lectora, he experimentado que es un libro problemático, porque nadie sale indemne de él. Critica al sistema, claro, pero también siendo feminista se mete con el feminismo, y siendo de izquierdas se mete con la izquierda. Uno sale de la lectura pensando: “Soy parte del problema”. Sin ninguna duda es un libro magnífico y tiene mil méritos literarios, pero no sé si parte de esta respuesta tan entusiasta a nivel ideológico tiene que ver con un esfuerzo por desligarse de aquellos que el libro señala como culpables.

¿Que cómo puede ser un autor libre dentro del sistema, incluso dentro del circuito literario? Bueno, hemos visto muchos casos de censura o de expulsión pero lo que ha pasado aquí dibuja un panorama diferente. Hay un debate cercano que es si estamos a favor de que el Estado dé ayudas a los autores. ¿Coarta eso la libertad? La contrarréplica a esta idea es: “Bueno, tal y como están las cosas con el libre mercado, son las dinámicas del mercado las que realmente pueden coartar a los autores, mucho más que lo institucional o lo político”. Es una paradoja bonita, en este caso. Cristina ha conseguido sacar un libro profundamente incómodo para el sistema, sobre todo para el Estado nación tal cual lo entendemos ahora, pero no ha molestado a las inercias del mercado y por eso ha conseguido salir adelante.

En definitiva, sale muy caro tener principios. Yo tengo una situación tan precaria que no podría permitirme el lujo de rechazar un premio con una dotación económica importante. Mucho tendría que sentirme atacada u ofendida por lo que significase ese premio para rechazarlo. Javier Marías lo hizo, sí: pero porque para él 20.000 euros son calderilla. Cristina, desde su libro como artefacto, juega con la contradicción. La literatura puede cambiar las cosas de manera muy sutil, muy discreta. Es mejor tener este libro entre las manos y que haya sido distribuido y vendido que que la autora fuese tan tan coherente que su mensaje no llegase a ningún sitio. Da igual: siempre estamos vendidos a alguien.

Pedro Vallín: "Coherentes sólo son los cartujos"

Periodista en La Vanguardia. Acaba de publicar ¡Me cago en Godard! (Arpa Ediciones, 2019). 

Un jurado que premia una cosa, un jurado de algo tan institucional como un Nacional de narrativa que premia una obra tan radical o antisistema o vanguardista o poco convencional de acuerdo a los cánones de la Academia sobre lo que es una buena novela sólo se puede interpretar de dos formas. Dos formas que hablan de quien hace la interpretación y no del hecho:

1. El jurado es un jurado muy conectado con lo que está ocurriendo y, por tanto, muy permeable a las nuevas formas de narrativa y a las inquietudes más pegadas al momento actual. Esa es la interpretación que yo hago siempre en estos casos.

2. Si eres un cínico, dirías que así se compra la respetabilidad del premio, ya que integra y absorbe la disidencia para neutralizarla. No participo nada de este pensamiento. Me parece el pensamiento de un cínico que cree que las cosas sólo pueden ser lamentables. Si no te premian por ser radical, mal; pero si te premian, peor. Es un debate inacabable.

Otro tema es la actitud del premiado y la supuesta incoherencia de aceptar un premio institucional cuando planteas en el libro una crítica brutal al sistema, incluyendo sus instituciones. Yo no veo ninguna incoherencia, salvo que uno sea voluntariamente un anarquista, un heraldo del caos. Que uno sea crítico con el sistema no quiere decir que sea fan de la ley de la selva. Uno vive en una sociedad, al final. Digo que no aprecio incoherencia, pero en todo caso, si la hubiera, me parece que nadie tiene derecho a juzgar eso, porque, no sé, ¿todos los demás son absolutamente coherentes con lo que hacen con su vida y con lo que no? ¡Me niego! Coherentes son los cartujos, los demás no. Exigir ese tipo de coherencia me parece un rasgo de puritanos, de fanatiquillos y de sacerdotes. Yo no voy a hacer lo que a ti te parezca: voy a hacer lo que me parezca a mí. Este premio me parece refrescante.

Miqui Otero: "Lo único que no tiene que traicionar una escritora es su vocación" 

Novelista, periodista, profesor universitario. Su último libro, Rayos (Blackie Books, 2016). 

Los premios, como los sueños o como que te cuenten las vacaciones sólo te alegran o te interesan cuando gana alguien a quien le tienes un aprecio personal. Por un lado siento alegría porque se lo hayan dado a Cristina: ese mensaje que en tu pregunta defines como subversivo tiene que ver con su carácter, con su manera de vivir. Pero soy consciente de que incluso los que se han puesto más contentos con esta noticia lo han hecho después de un verdadero shock. Nadie se podía esperar este premio. Se lo habrán tomado mal los que sientan que es un insulto a los presuntos mimbres de nobleza del galardón, o algo así. Es cierto que es sorprendente: por mensaje crítico, por edad, por muchas razones. En cualquier caso se ha hecho más veces lo de premiar la transgresión, no es nada inédito.

Podemos interpretarlo como el abrazo del oso. Tienes este mensaje y el sistema te asimila con un premio: hay quien piensa que por eso el contenido ya no es peligroso. Por suerte, un escritor donde debe demostrar si eso es así o no es en su siguiente novela. Es injusto, o, más bien, un signo de los tiempos, que se esté reaccionando de esta manera a sus declaraciones sobre Cataluña. Y hablo desde los dos lados: desde el independentismo se han quedado con un titular, el de que prefiere que las calles ardan en protesta y no en turismo, pero ahí no señalan todo lo que Morales dice del procés: que le parece un aburrimiento y un contubernio entre élites. Cristina no es una tertuliana, no va a responder a algo así en 50 segundos, reflexiona sobre el tema y da un mensaje contradictorio. Ella es irreducible a un titular. Si algo hace la literatura es explicar lo que hay detrás de un titular. Para que pase eso hay que analizar y profundizar… y ahí aparece la contradicción y la duda. Ahí aparece un mensaje que no se alinea exactamente con una especie de fe folclórica de la hostia con un lado o con el otro.

Yo no comparto la lectura de “el sistema la ha asimilado porque es mejor tenerla con él que contra él”, porque creo que la relevancia social del escritor quedó muy atrás. Ningún libro es un peligro para el establishment. Mi lectura no es esa. Lo interesante es ver qué asimila y qué expulsa el sistema en cada momento, en cada época. La literatura lo que intenta hacer es expandir un poco los límites de lo aceptable y de lo verosímil. Lo que ahora es transgresor, dentro de un tiempo no lo será. En definitiva: yo no creo en los seres de luz, en los seres absolutamente intachables. Una escritora en España sobrevive como buenamente puede y lo único que no tiene que traicionar es su vocación y su manera de ver el mundo. En definitiva, lo que no debe hacer es decir lo que no piensa. Por lo demás, las personas más coherentes que conozco son idiotas. Si no te planteas nada, serás coherente toda tu vida.

Alba Carballal: "Este premio no te compromete a nada"

Escritora novel. Ojo a su obra Tres maneras de inducir un coma (Seix Barral, 2019). 

Quizá peco de ingenua pero creo que hay pocas cosas que te plieguen menos al sistema que un premio estatal: lo que te puede plegar al sistema es, de alguna manera, prostituir tu obra o hacerla más comercial o lo que sea para contentar al mercado o a los premios más comerciales de las editoriales. Si hay algo que te permite de forma neta y absolutamente radical seguir haciendo lo que quieras es que el Estado valore una obra que has hecho, independientemente de su impacto comercial: fijándose en los valores literarios. Eso no te compromete a nada y te permite seguir trabajando con total libertad.

Si algo es la novela de Cristina es muy anti-institucional: creo que es más eso que antisistema. Con quien se mete en el piquete de fuego es con todas las instituciones y con el sistema entendido como burocracia. No sé hasta qué punto es el Estado quien da este premio. Lo dará un jurado que habrá entendido que su valor literario es innegable. A mí me parece una alegría porque demuestra que sigue habiendo premios limpios. Tú no darías un premio a alguien que te está insultando… y aquí sí se da. Me gusta esa libertad del jurado. Rechazar un premio cuando eres rico es muy fácil: te salen los números y puedes tener una postura política clara. A los proletarios de la literatura, los premios son los que les permiten seguir produciendo con libertad.

Pienso en cómo se cuestiona y a quién. A Houellebecq nadie le pone en duda, ¿no? Parece que hay algo que tiene que ver con la edad, con la ideología, con el género… con un montón de cosas más. Lo que está claro es que no se cuestiona a todo el mundo de la misma manera y que sus decisiones o sus declaraciones no se miden con el mismo rasero. Se juzga la integridad moral de unos y no de otros. Cristina no sólo es libre ideológicamente, sino formalmente. Aquí se ha premiado la literatura y esa me parece la noticia, más allá de que sea una autora que dispare a cien dianas y dé en todas a la vez.

Montero Glez: "La remuneración de los premios permite nuestra supervivencia" 

Escritor y columnista. Su última obra, El carmín y la sangre, fue Premio Ateneo de Sevilla 2016. 

Es un tema que me coge cerca. Con respecto a los premios, decirte que en una sociedad justa no existirían los premios como tampoco existirían los castigos. Pero no estamos en una sociedad justa aunque aspiremos a ella con nuestra denuncia. Vivimos en una sociedad injusta, condicionada por un estado aconfesional que es como decir condicionada por un estado católico apostólico y romano, mal disimulado. De esta manera, nuestra sociedad, la española, es doblemente injusta y por ello es abundante en premios y más aún en castigos. En mi caso, soy consciente de que, cada vez que recibo un premio, la editorial o la entidad que me premia se está premiando conmigo, pues concederme un premio supone para ellos un efecto catártico, una manera "literaria" de aliviar sus conciencias sintiéndose "justos" por un ratito; el ratito que dura el paripé de la entrega.

La remuneración de los premios permite nuestra supervivencia. Date cuenta de que a las regalías que te pagan como adelanto por los derechos de autor no le siguen más. El dinero que generas de más va a cuadrar la caja que descuadran las vedettes. Por eso está muy feo que a ese dinero se le denomine "adelanto". Pero en este caso, en el caso del Premio Nacional, se trata de un premio al que ella no se ha presentado. Puede rechazarlo pero, oye, en una sociedad capitalista donde la supervivencia viene determinada por el valor de cambio y el valor de cambio, a su vez, viene simbolizado por el dinero, sería una estupidez por su parte no trincar la bolsa.