Lugo, 1992. Alba Carballal tiene el pelo azul. Y los labios. Dice que es una “escritora novata”, pero miente: es una escritora novel, debutante. Su lenguaje y su universo son de construcción antigua; hijos de una mirada inquieta, ácida y genuina que lleva años recolectando imágenes, matices, giros. Juega con una radicalidad suavizada por el humor. Vila-Matas creía que “el riesgo es fundamental para ser libre a la hora de escribir”, y Carballal arriesga. No sale sólo ilesa, sino reforzada. 

Este fichaje brillante de Seix Barral, que se lanza al ruedo literario con su novela Tres maneras de inducir un coma, nunca pensó en estrenarse con géneros como la poesía o el relato. “La poesía no es lo mío, me parece dificilísimo escribir buena poesía. La respeto demasiado. Tengo amigos que son grandes poetas, como Ben Clark o Dimas Prychyslyy. Y es cierto que mucha gente empieza por el cuento, pero yo me defiendo mejor en travesías largas. Mis mejores relatos eran los que tendían a explayarse. El cuento es muy complejo también: es complicado que no caiga en esa cosa infantil de la sorpresa, del giro final”. 

Estudió Arquitectura. Desde entonces se ha dedicado, sobre todo, a cuestiones relacionadas con la crítica de arquitectura y la crítica de arte. Trabajó en una revista especializada durante años. Ahora su plan es “dar guerra”, aunque confiesa que lleva puesta cierta deformación profesional: “Creo que la arquitectura la llevo en la novela en el sentido de que es una historia urbana, que transita la ciudad en la que se ubica, es exacta respecto a calles, es crítica con la gentrificación y con la ciudad que se construye hoy en día. También hay algo de eso en la estructura, en el orden”.

Fundación Gala

Su primer golpe de suerte -mejor dicho, la primera oportunidad que le dieron para canjear su talento- vino de manos de la Fundación Gala. “Esta novela, probablemente, no existiría si no me hubiesen dado esa beca. Fui muy feliz en Córdoba. Estuve ocho meses viviendo rodeada de otros creadores: escritores, pintores, escultores, músicos. Hay pocos lugares donde se les deje a los creadores tan jóvenes (de 18 a 25 años) hacer lo que les dé la gana, y más siendo tan tempranos en su producción”, relata a este periódico. “Ahí conocí a Palmira Márquez, mi agente. Yo no sabía que existían siquiera los agentes literarios antes de llegar a la Fundación. Mi creatividad se multiplicó gracias a mis compañeros y además la experiencia me ayudó a profesionalizarme, a entender la escritura como un oficio, no como un hobby”.

Fue Márquez quien la puso en contacto con una editorial tan prestigiosa como Seix Barral, pero, además, fue avalada por Antonio Muñoz Molina: “Ha sido muy generoso conmigo desde el principio. Yo no lo conocía de nada. Fui a un acto suyo y le di los primeros capítulos de mi novela. Le gustaron y me ayudó. No tenía ninguna necesidad de hacer esto, de leerse lo que le da una espontánea por la calle… Me apadrinó para entrar a la Fundación con una carta de recomendación y también habló con su editora de Seix Barral para avisarla de que le iba a llegar algo interesante”. 

Entre sus influencias: la más evidente, Eduardo Mendoza, a quien homenajea constantemente en el libro, tanto en el estilo como en guiños más directos -ojo al nombre de los personajes-. “Para mí, lo que él hace es magia. Su dominio del lenguaje, su capacidad para enrocarse y salir vivo de ese enroque que él mismo plantea. Es excepcional y brillante", opina. El propio Mendoza la protege y la aúpa: aquí hay relevo. "Creo que escribir es apropiarse de lo que han hecho otros y meterlo en una batidora para sacar algo nuevo de ahí, esa cosa también de Fernández Mallo. Pues bien, creo que en mí hay referencias de Cuerda, de Almodóvar, de Sabina (el Madrid de la novela es muy sabinesco; canalla y sórdido pero también alegre), de Marta Sanz, de Juan Pablo Villalobos, de Woody Allen, de Cristina Morales…”. 

Anti-influencer (y sin ganas de serlo)

El caso de despegue de Carballal es especialmente alentador porque es una autora anti-influencer, salida del más absoluto anonimato: apenas cuida las redes sociales, no les presta demasiada atención. Ahora que la marca personal es cada vez más importante -y que las editoriales se dejan guiar por los followers confundiéndolos con potenciales lectores-, ¿qué relación cree Alba que deben tener los creadores con la estrategia digital? “Bueno, yo creo que hay que ser como tú eres y con eso basta. No utilizo demasiado las redes, no más allá de comentar cosas con mis amigos o seguir a escritores que me gustan. No tengo muchos seguidores y no voy a intentar tenerlos ahora, no me interesa”.

En su novela, Federico -un vago a conciencia que se jacta de no poder levantarse antes de las doce- recibe un curioso encargo: descubrir si el ricachón Joaquín Mendoza planea desheredar a su hijo Eduardo. La cuestión fundamental es que Eduardo es mujer y se llama Natalia. “Pero ella no es ‘la trans de la novela’. Es transexual igual que es muchas otras cosas: es ingeniera, tiene una mala relación con su padre, tiene un punto vengativo, es dulce y contradictoria, tiene relaciones de pareja un poco enfermas -porque no sabe relacionarse en pie de igualdad-. Es un personaje complejo y una de las cosas que le pasan es que es transexual, pero no es ese su centro. El problema no lo tiene ella: lo tiene su padre, que es tránsfobo”. 

La familia, la comida, el dinero y el humor

Esta es una historia “sobre la muerte, el paso del tiempo, la soledad y las relaciones paternofiliales: la familia en ocasiones puede ser uno de los sistemas más opresores que te puedes encontrar”, sostiene la autora. Ya saben lo que dicen: la primera mitad de tu vida te la joden tus padres, la segunda mitad, tus hijos.  Dato importante: en este libro también se habla de dinero -“¡se habla poco de ello en el arte y es algo que mueve el mundo!, Broncano está hablando de dinero en televisión: hablemos de ello- y de comida: “Chicote se ha leído la novela y me ha dicho que le gusta que haya mucha comida, porque él se ha leído novelas de 300 páginas donde los personajes no comen. Mis protagonistas comen porque tienen hambre, son personajes hambrientos, y para algunos no está garantizado el plato de comida”.

¿Qué hay del humor que Tres maneras de inducir un coma rebosa? ¿Cómo vive la escritora el debate social en torno a sus límites? “El humor es un juego entre dos o más personas que se comunican en un contexto y con un código; ese contexto en las redes sociales se está diluyendo. Que haya gente que se ofenda por chistes de algún tipo no me parece mal: allá ellos con lo que quieran hacer con sus vidas o sus interpretaciones del mundo. Lo que me parece grave es que se judicialice la libertad de expresión, como en el caso Fariña”, explica. “Yo creo que todos tenemos derecho al humor y a decir lo que nos dé la gana. Seguramente no me reiré de un chiste machista (a no ser que me lo cuente una mujer en un contexto muy determinado), pero defiendo el derecho de un votante o un dirigente de Vox de hacer el humor que le dé la gana: es una forma de hacer política. Y de retratarse”.