Existe una creencia generalizada de que los romanos se limitaron a reproducir e imitar el arte creado por los griegos. Sin embargo, su amplio conocimiento de las ciencias y las artes les permitieron mejorar las condiciones de sus obras en los ámbitos de la escultura, la higiene o las infraestructuras. Buscaban un equilibrio y una representación de las leyes de la belleza, como diría el arquitecto romano Vitruvio, que además las acompañaba con una monumentalidad que se alejaban del arte helenístico.

Una de las incógnitas que concierne al Imperio romano es la supervivencia de edificios de hasta más de 2.000 años, como puede ser el caso del Panteón de Roma, el Coliseo o de los diferentes arcos y columnas que conmemoran las exitosas campañas militares. Una investigación en Francia en relación con los seísmos ha determinado que los romanos ya empleaban sistemas que evitaban el derrumbe de sus hogares y edificaciones tras un temblor de tierra.

Stéphane Brûlé, miembro de la investigación, se encontraba en los alrededores de Dijon analizando ruinas romanas cuando observó que dichas ruinas albergaban distintas barreras "invisibles" que evitaban que las ondas sísmicas sacudieran el edificio. Asimismo, según informa The Times, han llegado a la conclusión de que los elementos arquitectónicos que aligeraban el movimiento de las construcciones romanas están presentes en anfiteatros y teatros de todo el Imperio.

El monumento más representativo del Imperio romano, el Coliseo, tiene toda una red de rejillas en sus cimientos formando un conjunto elíptico que distribuye la potencia de las ondas sísmicas. De esta forma, una de las maravillas del mundo moderno era capaz de mantenerse firme ante los terremotos que sacudían la península itálica.

El Coliseo de los 2.000 años

Conocido también como el Anfiteatro Flavio, debe su nombre a la dinastía Flavia, quien lo mandó construir en el siglo I. En su momento llegó a tener un aforo de 65.000 personas y su actividad como anfiteatro duró medio milenio. Fue en la Alta Edad Media cuando su uso se limitó a actividades secundarias que nada tenían que ver con el propósito original de su edificación —fue empleado como cantera y como sede de distintas órdenes religiosas—.

El Coliseo, que ha llegado a la actualidad en un estado envidiable, se enfrentó a incendios y a terremotos a lo largo de su historia. Los movimientos sísmicos italianos se deben principalmente a la falla que se encuentra en el centro de Italia. Así, en el año 443 el monumento romano sufrió daños por un terremoto que derivó en unas obras que duraron 25 años. Ya en la Edad Media, en los años 801 y 847, el anfiteatro resistió a nuevos temblores.

Grabado del Coliseo a mediados del siglo XVIII. Giovanni Battista Piranesi

No obstante, el seísmo más dañino tuvo lugar en el año 1349. Esta vez, la parte meridional sufrió desprendimientos y las piedras fueron utilizadas para la construcción de iglesias, palacios y hospitales de la ciudad. 

Pese al evidente deterioro del monumento es todo un hito el hecho de que el Coliseo romano haya llegado en tan buenas condiciones a nuestros días. Aunque gracias al avance tecnológico los arquitectos actuales tienen sus propios mecanismos, según explican los investigadores franceses, el antiquísimo sistema anti-seísmo de los romanos podría influir en las futuras construcciones sismorresistentes.

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