El del lenguaje inclusivo es uno de los debates más enconados de la sociedad española actual. Cavadas las trincheras, parecen inamovibles las posturas. En un lado del tablero se encuentra el oficialismo lingüístico, encabezado por la RAE y reacio a remar hacia un lenguaje diario en el que no se conciba el masculino como género neutro o que apueste por el desdoblamiento. En el otro, las asociaciones feministas e incluso el Gobierno —la vicepresidenta Carmen Calvo propuso hace unos meses revisar la Constitución para que sea más inclusiva—, que ven en la evolución del lenguaje un elemento imprescindible para alcanzar una igualdad total.

Con motivo de Día Internacional de la Mujer, este debate permanente, enconado, regresa a primera fila. Calvo citó una frase del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein para resaltar la necesidad de iniciar el camino hacia un lenguaje más inclusivo: "Lo que no se nombra no existe"; y le encargó a la RAE un estudio para modificar la Constitución y hacerla más inclusiva —encontrando enemigos rápidamente, como Pérez-Reverte, que amenazó con abandonar la Academia—.

Tres géneros —y no dos— batallan por una posición de igualdad. Son el ministro y su tranquilidad que le brinda su posición de privilegio, la rebelión de la ministra por conseguir cambiar la denominación del Consejo de Ministras, por mucho que la RAE lo rechace, y las demandas que no se escuchan del ministre, esa persona intersexual que no se siente identificada con ninguno de los otros dos géneros. Parafraseando a Celaya, el género es un arma cargada de futuro.

¿Pero cómo se puede llegar a un punto de consenso en el que todas las partes estén de acuerdo? ¿Hay otras opciones más allá de los términos colectivos o un femenino plural que sirva de genérico?

La postura de la RAE y las instituciones

Las instituciones encargadas del estudio de esta disyuntiva son muy claras: no están a favor del lenguaje inclusivo en cuanto a términos de corrección lingüística. Esta conclusión, más allá de las declaraciones de algunos académicos, resulta nítida consultando dos obras recientes. La primera es el Libro de estilo de la lengua española según la nomra panhispánica (Espasa) de la RAE. La Academia defiende su postura desde la primera línea: "En español el género masculino, por ser el no marcado, puede abarcar el femenino en ciertos contextos. De ahí que el masculino pueda emplearse para referirse a seres de ambos sexos".

La RAE asegura que, por norma general, el desdoblamiento es "innecesario". Es decir, con un estimados alumnos se incluye tanto a ellos como a ellas. Solo considera adecuado este extremo "como muestra de cortesía; por ejemplo, al comenzar un discurso o en los saludos de cartas y correos electrónicos dirigidos a varias personas: Damas y caballeros".

Esto mismo dice otra obra del Instituto Cervantes recién editada, Las 100 dudas más frecuentes del español (Espasa): "En español el masculino es el género no marcado, sobre todo si se usa en plural, lo que quiere decir que incluye normalmente a los individuos de los dos sexos". Ante las peticiones de utilizar expresiones duplicadas, en este librito se responde que el lenguaje es "ante todo, una herramienta de comunicación, por lo que debe usarse de la manera más clara y sencilla posible".

No está el Instituto Cervantes a favor, por ejemplo, de utilizar construcciones como los jóvenes y las jóvenes porque la duplicidad "dificulta y hace pesada la comunicación". Y se justifica: "El empleo del masculino no es un uso discriminatorio, sino un recurso básico de economía lingüística que busca conseguir el máximo de información con el mínimo de elementos".

¿Qué defiende el movimiento feminista?

Que el lenguaje actual, tal y como está concebido con el masculino genérico, invisibiliza a lo que no se nombra, a las mujeres, y contribuye a perpetuar esos prejuicios de desigualdad, de posición ventajosa del patriarcado. Por lo tanto, reivindican que es posible hablar de una manera no excluyente, en la que no son necesarios los desdoblamientos, sino más términos colectivos como ciudadanía o alumnado.

En una entrevista con este periódico, la filóloga Gema Nieto ponía un ejemplo muy concreto para denunciar la doble vara de medir imperante en este debate. Ella ve “absurdo” que la RAE considere prioritario, por ejemplo, dar por correcto el vulgarismo “almóndiga” antes que “admitir el uso del femenino en grupos mixtos con mayoría de mujeres". Es decir, ¿por qué todavía no está reconocido que cuando haya más chicas que chicos en una clase se pueda hablar de alumnos y no de alumnas?

Isabel Mastrodoménico, directora de la agencia Comunicación y Género y agente en igualdad, aseguró también que "el español es una lengua muy rica que cuenta con un vocabulario muy amplio y con palabras que nos pueden permitir mencionar al total de la ciudadanía". Según su visión, "tenemos normativas que perpetúan una serie de desigualdades intrínsecas en el sistema", por lo que está a favor de utilizar los dos géneros de manera alterna, para que el femenino “también se use como genérico”.

¿Y qué pasa con el tercer sexo?

Se trata de un colectivo minoritario, más invisibilizado aun si cabe, que no está a gusto con la terminación en -o de las palabras ni tampoco con aquellos vocablos que finalizan en -a. Son personas no binarias, que no se identifican completamente como hombre ni como mujer. Su reivindicación lingüística es que se incluya el pronombre “elle” para referirse al sujeto de género neutro, así como la terminación de las palabras en -e.

¿Pero qué dicen las instituciones de la lengua ante estas demandas? No hay cabida para el tercer sexo. En su libro de estilo, la RAE asegura únicamente que "no se considera válido el uso de la arroba, la e o la x para hacer referencia a los dos sexos", como les niñestodes. Pero no hay ninguna mención directa a este colectivo.

Cómo ir hacia un lenguaje más inclusivo

"En relación con el uso no discriminador del lenguaje, si el mensaje va dirigido a hombre y mujeres, es suficiente con incluir ocasionalmente expresiones que muestren que el autor tiene en mente a ambos grupos", recomienda el Instituto Cervantes. "Por ejemplo, basta con usar al comienzo del texto fórmulas como señoras y señores para que se entienda que todo lo que se diga a continuación está dirigido al conjunto sin exclusiones". La opción más extendida, no obstante, es utilizar palabras que agrupen a ambos géneros, como la humanidad en lugar de el hombre.

Más orientaciones para utilizar un lenguaje inclusivo radica en eliminar expresiones con connotaciones negativas, como los hombres no lloran o actúa como una niña. También evitar otras construcciones que perpetúan estereotipos de género: el personal sanitario hizo huelga en vez de enfermeras y médicos hicieron huelga. En cuanto al plano ortográfico, la RAE no rechaza el uso de la barra o el paréntesis si el desdoblamiento se considera indispensable en algún contextó: queridos/as o queridos(as).