Ha sido una semana árida política y lingüísticamente: tras la polémica del relator de Pedro Sánchez, Pablo Casado dedicó su comparecencia en Cuenca a deslizar hasta diecinueve insultos al presidente del Gobierno -aunque el líder del PP luego aclaró que se trataba de “descripciones”-. Este endurecimiento del discurso canjeó en términos como “traidor”, “felón”, “ilegítimo”, “chantajeado”, “deslegitimado”, “mentiroso compulsivo”, “ridículo”, “adalid de la ruptura en España”, “irresponsable”, “incapaz”, “desleal”, “catástrofe”, “ególatra”, “chovinista del poder”, “rehén”, “escarnio para España”, “incompetente”, “mediocre” y “okupa”.

En la manifestación de hoy en Colón contra Sánchez no se espera menos: los ánimos están caldeados y vuelan afrentas de un campo a otro, de un bando a otro. Estamos huérfanos de palabras para la afrenta y para la protección. Palabras para el político y, muy especialmente, para el ciudadano insatisfecho. Lo cierto es que el castellano es una lengua riquísima, capaz de ser punzante y exacta cuando se trata de defenderse dialécticamente y también de golpear, aunque los españoles aún tengamos mucho que aprender de los argentinos en lo que a la originalidad de la blasfemia se refiere. Requerimos de vituperios desarmantes de esos que, en el fondo, hasta hacen sonreír. 

Lo dice Forges en el prólogo de El gran libro de los insultos (Esfera), del erudito Pancracio Celdrán: “Siendo el español, según afirman los expertos, el más extenso almacén ‘corteinglésico’ de insultos del planeta Tierra, es asombroso la poca inventiva que empleamos los ibéricohablantes en general y los españoloparlantes en particular, para remozar esta ‘jergaofensiva’ modalidad léxica de las relaciones humanas a nuestros tiempos”, escribió el dibujante. 

“Sí, es cierto que ‘perillán’ se usa menos que ‘capullo’, y que su ‘similcapiloso’ término ‘barbián’ ha desaparecido de nuestro entorno insultadero, lleno a rebosar del sinsorgo ‘insulto único’:‘jilipollas’”, se resignó. Se propusieron entonces los dos maestros -uno del trazo y otro de la fraseología- alimentar el insultal acervo colectivo. Forges sugirió, por si Celdrán lo tenía a bien, algunos hachazos como “cabronoide”, “concejal de urbanismo”, “cineasta hispano”, “tontolglande”, “putiliendre”, “inflaescrotos” o “tertuliano”.

El autor del divertido diccionario de la blasfemia se dedicó a recoger los ya instaurados en diferentes comarcas del país. Sólo nos queda ser genuinos y conservar el humor para manifestar nuestros desacuerdos. Aquí treinta insultos magníficos y despreciados de nuestra lengua -que valgan para cualquier usuario que lo necesite en medio de esta guerra política-: 

Ababol: “A quien se ruboriza con tanta facilidad que parece bobo, y a la persona de timidez tan subida que linda con lo patológico se llamó así por comparación entre el rojo de la flor y el color encendido de las mejillas. En la villa riojana de Cornago y otros puntos de La Rioja se predica de quien es tan excesivamente parado que es fácil sacarle los colores; también de la persona de pobres entendederas,distraída y simple que queda arrobado con el vuelo de una mosca. En la ciudad riojana de Calahorra llaman ababol florido al despistado y algo tonto. En la villa turolense de Sarrión equivale a simplón y bobo. En la ciudad navarra de Tudela y en Ablitas: persona asimplada. Del árabe hispano happapawra: ababol, y en última instancia del latín papaver = amapola, con prótesis inicial vocálica”. 

Abejaruco: “Llamamos así al metomentodo o persona noticiera y chismosa que indaga y se interesa por cosas que no son de su incumbencia. En la zona granadina de Cúllar Baza y en la comarca murciana de Yecla dicen abejarugo a quien es reservón y poco claro en su comportamiento. También se dice abejarruco, abejoruco acaso por alimentarse este pájaro de abejas y avispas cuyas colmenas destruye en el proceso. También se predica del sujeto ridículo cuyo trato enfada o incomoda. En Extremadura se predica de quien es más bruto de lo normal; en Toledo llaman abejarruco a quien es tosco además de bruto. Es despectivo de abeja: del latín apicula”. 

Aborto: “Persona cuya fealdad extrema llama la atención;engendro o producción rara y caprichosa de la naturaleza. Puede connotar merma intelectual, en cuyo caso equivale a necio, criatura sin seso, acepción no contemplada por el diccionario oficial a pesar de lo corriente de su uso en la calle, donde cursa con feto,mal hecho,mal parido, mal cagado, malogrado, que se quedó en agua de borrajas, o en cierne. Félix María de Samaniego, traduciendo al clásico Horacio, emplea así el término en sus Fábulas (1781): ‘Con varios ademanes horrorosos, / los montes de parir dieron señales. / Consintieron los hombres temerosos / ver nacer los abortos más fatales”. 

Achocao: “En Cádiz, tonto de remate”. 

Albardán: “Truhán, bufón encanallado, loco gracioso de vida pícara que no merece confianza; sujeto ruin que sólo busca su provecho”.

Bocachocho: “En la villa cacereña de Malpartida de Plasencia: sujeto alelado. Es réplica léxica, por la misma vía del insulto y comparación anatómica, de ‘bobochorra’: el chocho alude a las partes pudendas de la mujer, como la chorra a las del hombre en el uso popular”.

Borlovino: “Despreciable. Es voz usada en el lenguaje parlamentario durante la II República española”.

Corbato: “En Andalucía: miserable y avaro. ‘Así como el avaro se abraza y ase fuertemente a su dinero, así el corbatón abraza los maderos de ambas bandas por la parte interior del buque”.

Escorrozo: “En puntos de Andalucía: mugriento y asqueroso; persona que no tiene donde caerse muerta. El refrán popular dice de quienes se cargan de obligaciones sin tener en cuenta que acaso no puedan hacer honor a ellas: ‘Qué escorrozo, no tener que comer y tomar mozo’”.

Escuchapedos: “En la Ribera de Navarra: correveidile y aldraguero que se da importancia y dice saber más que nadie; sujeto cuya importancia se cifra en difundir habladurías de sus vecinos, sembrar cizaña y airear vidas y milagros ajenos; persona que pone atención a lo que se dice para publicarlo luego. Es voz descriptiva de creación caprichosa y expresiva con un telón de fondo de naturaleza escatológica, como se acostumbra”.

Escupejumos: “En Andalucía: fanfarrón y matasiete”.

Garapotaino: “En la ciudad murciana de Jumilla: listillo, pillo o granuja”.

Iscariote: “En puntos del archipiélago canario: persona violenta, que actúa con saña. Es término alusivo a Judas, el traidor, llamado ‘iscariote’ del hebreo ish carioto Iscariot = hombre de los barrios de Jerusalén”. 

Jarollo: “En la villa jiennense de Moralejos: persona de genio desagradable”.

Juagarzo: “En Cartagena y Jumilla, ambas ciudades murcianas: gandul y persona obesa y grandota que a su vez manifiesta escaso apego al trabajo. Algunos explican el término a partir del sintagma Juan Garzón, o el muchacho Juan”.

Juntún: “Mala persona, sujeto ruin y peligroso. Es voz gitana de uso no anterior al siglo XIX”.

Mangasoba: “Es voz descriptiva que se dice en Cartagena y otros puntos de Murcia a quien es excesivamente tranquilo; persona indolente que deja pasar las horas sin dar comienzo al trabajo”. 

Motolito: “Persona a la que ser poco avisada y falta de experiencia se le engaña fácilmente. Al margen de lo dicho, y dada la existencia de la expresión ‘vivir de motolito’, equivalente a vivir de mogollón, esta criatura anda próxima a la condición de tonto fingido. Era voz muy usada en los siglos XVII y XVIII con el significado de bobalicón, necio, criatura poco avisada”.

Nililó: “Loco, orate; sujeto que no tiene nada en la cabeza. Es voz jergal de uso frecuente en ámbitos gitanos. Acaso del latín nihil = nada”. 

Ñacañaca: “Follador compulsivo. Sujeto cuya obsesión es ligar sin descanso y renovar su listín telefónico de nombres de amigas con las que copular. Es voz de uso no anterior a mediados del siglo XX, cuyo empleo ha experimentado un rebrote en la vida nocturna de la movida madrileña”. 

Olorón: “En la provincia de Teruel: persona tan indagadora y curiosa que se mete en camisa de once varas. Es término derivado de oler, con el valor semántico de husmear”. 

Onagro: “Asno salvaje”. 

Peneque: “En Aragón y Andalucía: borracho, que se tambalea por efecto del vino”. 

Quitolis: “Niñato vaina y un poco litri; aprendiz de calavera, niño pitongo de provincias que quiere ser fino sin dejar de ser un trasto. Alcalá Venceslada incluye el término en su Vocabulario andaluz, aunque es también de mucho uso en Murcia y partes colindantes con Castilla la Nueva”.

Rapagón: “Se dijo antaño al mozo a quien teniendo edad para ello aún no le ha salido la barba y parece estar como rapado. También: ladrón. Es voz derivada de rapar o raer con la navaja, y también tomar algo por la fuerza o robar con violencia. Del latín rapio = arrebatar, quitar. El madrileño Calderón de la Barca lo empleó a mediados del siglo XVII”. 

Rascayú: “En puntos de Murcia y Cartagena: persona alta y delgada, de figura ridícula y escasa valía social”.

Rastracueros: “Que se arrastra desnudo, en cueros, sumido en la miseria; persona despreciable, de ínfima calidad y ningún interés social”.

Sinsolillo: “En Andalucía: necio e ignorante con ribete de malasombra y gafe. En Toledo es sinsoleo el individuo desangelado que carece de gracia; soso, bobón”.

Tolijo: “En la provincia de Burgos: mujer corretona y chismosa, acaso de la locución tomar el tole: partir aceleradamente, salir de estampida”.

Vendecristos: “A la persona que todo lo sacrifica a su interés y medro, y no piensa en otra causa que la suya, llamaban así antaño en alusión a lo peor que puede hacer un cristiano: venderse a otra religión o credo, renegar o apostatar”.