Luis García-Larrea (Madrid, 1956) se licenció en Medicina en 1980 por la Universidad de Barcelona. Tras hacer la especialización en Neurofisiología Clínica en la misma ciudad se marchó a Francia, donde ha desarrollado toda su carrera profesional y es director del grupo de investigación sobre Integración Central del Dolor en Humanos del Centro de Neurociencia de Lyon. Es autor de más de 200 artículos científicos sobre el dolor y es el presidente electo de la Federación Europea del Dolor. Además, ha sido presidente de las sociedades francesa y europea de Neurofisiología Clínica. Su labor en la investigación del dolor, centrada en el procesameinto de las sensaciones somáticas y el uso de la neuroestimulación cortical, ha sido premiada por instituciones como el Institut de France, la Sociedad Francesa del Dolor y la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor.

Tratar el dolor debe de ser una de las labores más difíciles y a la vez más reconfortantes. Nos pasamos toda la vida huyendo del dolor pero hay un momento en que este se hace presente y parece no desaparecer.

En ese tipo de dolor, el crónico, es en el que se ha especializado Luis García-Larrea. Se trata de uno de los mayores expertos internacionales sobre dolor neuropático, que llega a padecer hasta una de cada diez personas y del que no es nada fácil librarse porque, como explica a EL ESPAÑOL en un perfecto castellano que hace olvidar que lleva más de 30 años viviendo al norte de los Pirineos, los medicamentos que lo tratan al mismo tiempo modifican muchos otros sistemas de nuestro cuerpo.

El permanente contacto con el dolor parece haberle dado al doctor una humanidad que se manifiesta en unas respuestas medidas y didácticas, y en un firme propósito de no juzgar al que lo sufre. Consciente de que son múltiples factores los que lo vuelven manejable o insosportable, prefiere creer a la persona que buscar una 'máquina de la verdad' que decida si algo nos duele o no, aunque sabe que habría mucha gente dispuesta a pagar lo que fuera por ella.

- ¿De dónde nació su interés por investigar el dolor?

- Pues nació aquí en Francia. Vine para una especie de estadía de tres meses cuando estaba acabando la residencia en Barcelona, para estudiar la exploración del sistema somestésico [el conjunto de la sensibilidad general del cuerpo], porque había en Lyon una persona que trabajaba muy bien en lo que se llaman potenciales evocados somestésicos.

Vi que se podían hacer cosas aquí, cosas que en aquel momento –le estoy hablando del año 1985– no se podían hacer bien en España y entonces, primero me fui interesando por la somestesia anormal, y de la somestesia anormal a la somestesia dolorosa y así.

Luego tuve la suerte de encontrar compañeros aquí en Lyon que se interesaban por lo mismo, así que empezamos a colaborar, haciendo electrofisiología, haciendo imagen funcional… hasta crear una unidad de investigación. Eso fue en el año 2003.

- Hay un refrán que dice "a más doctores, más dolores". ¿Nos quejamos de vicio?

- [Risas] Es interesante porque se mezcla la causa con el efecto. En lugar de decir "a más dolores, más doctores", le dan la vuelta. Pero eso es verdad: en el ambiente en que yo trabajo, que es el dolor crónico, vemos pacientes que tienen un periplo de hasta 20 médicos. No porque los médicos sean malos sino porque cada uno de nosotros funciona un poco como los ciclistas, con la nariz puesta delante y ve solo lo que él sabe...

A veces, en los problemas de dolor crónico, la manifestación es el dolor, pero lo que está ocurriendo detrás puede ser una neuropatía, una afección reumatología, una neurológica o hasta psicológica, porque hay dolores psicogénicos... Y lo que reúne a todo esto es que hay una expresión física corporal que es el dolor.

Son cosas que han mejorado mucho en los últimos 20 o 25 años. Hay muchísimo dolor crónico y, efectivamente, hay muchos pacientes que no son tratados, no son aliviados convenientemente todavía. Pero lo hacemos mucho mejor que hace 20 años, eso sí.

- ¿Nuestro cerebro procesa de la misma forma todo tipo de dolor, ya sea una quemadura, una migraña o el dolor crónico?

- El dolor se puede dividir, digamos, en dos grandes clases. Una es la respuesta a una agresión externa que se le llama, en la jerga médica, dolor nociceptivo. El dolor que no responde a una agresión externa sino a una lesión de los sistemas de transmisión se llama, en general, dolor neuropático o neurogénico.

Los dos son muy diferentes porque el dolor nociceptivo es un dolor 'bueno', es el dolor que nos permite parar una actividad cuando duele. Es un dolor que ayuda. Las personas con, por ejemplo, una analgesia congénita [incapacidad para procesar y sentir dolor], tienen una esperanza de vida limitada porque no se dan cuenta de que se están quemando cuando ponen la mano encima del fuego o de la sartén, por ejemplo. Contra ese dolor, en general se sabe trabajar: el dolor de la inflamación, el dolor de los traumas, incluso muchos dolores cancerosos.

El otro dolor, que es mucho más sutil, es lo que se llama un dolor neuropático. No responde a una agresión sino al hecho de que los sistemas que llevan al cerebro la transmisión de la información dolorosa están alterados. Lo están por una lesión: porque se le ha cortado un nervio, se ha amputado un brazo, porque tiene un accidente vascular cerebral… muchas otras cosas.

Entonces, el sistema nervioso intenta, primeramente, restablecer la transmisión sináptica. Al sistema biológico, el que a usted le duela algo le importa un pito. No es su problema. Su problema es restablecer un sistema que ha sido dañado. Entonces, en ese sentido, el dolor neuropático no es más que el epifenómeno de toda la cascada de procesos de reparación. Y es mucho más difícil de tratar porque los medicamentos que van a intentar atenuarlo van a modificar, al mismo tiempo, muchos sistemas que son útiles: sistemas de memoria, sistemas de reparación, etcétera

- Hay un tipo de dolor más.

- A esos dos grandes sistemas se le añade otro, que es lo que se llamaba dolor funcional. Como en medicina nos encanta inventar términos para que otros no los entiendan, ahora se le llama dolor nociplástico. Es un dolor 'primario': no se le encuentra una causa orgánica, no hay una lesión, una agresión externa ni una lesión interna que pueda explicarlo. Y, en algunos casos, es simplemente la expresión somática de un conflicto psicológico, lo que se llama una somatización.

En otros casos puede ser una amplificación interna de un dolor pequeñito que no se ha curado y que poco a poco va invadiendo el sistema: esto se conoce como sensibilización central. Son dolores que se ponen un poco aparte porque no se comportan ni como la agresión ni como la lesión, sino como algo que provoca dolores muy difusos. Es el dolor de la fibromialgia, por ejemplo, el dolor de todos estos síndromes que no tienen una causa orgánica probada o, por lo menos, probada por ahora.

Una de las características del dolor es que no tiene un centro cerebral. No hay centro del dolor en el cerebro. La información llega muy dispersa, por lo menos, a tres sitios diferentes. Llega a un sitio que se llama la ínsula posterior y el área somestésica secundaria, que son regiones sensoriales, es decir, que van a ocuparse de establecer de dónde viene, si es la mano o si es la cara; de si es frío o si es caliente, de si es sostenido…

Simultáneamente va a llegar a regiones que son premotoras y atencionales, que van a ocuparse de la respuesta que va a darle usted al dolor, es decir, retirar la mano y mirar. Y simultáneamente va a llegar a otros sistemas, se les conoce como sistema límbico, en particular una región que se llama la amígdala, que está cerca del centro del cerebro y que va a darle el color emocional.

Lo que es interesante es que estas tres informaciones no llegan una después de otra. No es primero la sensorialidad, que pasa al sistema motor para quitar la mano y que luego le dice a la amígdala que eso es desagradable, sino que las tres son simultáneas. O sea que el dolor es, al mismo tiempo, una sensación, una aversión y un comportamiento atencional. Por eso, en  el ámbito médico y de investigación, al dolor se le denomina una 'experiencia' y no una simple 'sensación'.

- ¿Sabemos detectar y medir el dolor?

- No, no sabemos medir el dolor. El dolor es una experiencia privada. Si un paciente le dice que le duele, lo primero que hay que hacer es creerle y luego intentar ver si la razón por la que le duele es accesible o no, y si es curable. Pero la experiencia interna del dolor es totalmente privada.

Lo que sí comenzamos a saber hacer es, por ejemplo, detectar la existencia de un dolor provocado. En el dolor neuropático, a menudo, se tiene un componente de fondo, es un dolor continuo, como cuando le duelen las muelas, pero sobre ese dolor continuo hay exacerbaciones del dolor, como espasmos. Durante unos segundos el paciente se engarza sobre sí mismo porque tiene un dolor intensísimo. En otros casos son como latigazos eléctricos, como la neuralgia del trigémino, o dolores provocados por un contacto.

Este tipo de dolor provocado o paroxístico sí que se puede detectar porque da lugar a modificaciones de los sistemas vegetativos. Va a haber, por ejemplo, una dilatación pupilar o un cambio de la transpiración, o de la respuesta cardíaca o cerebral. Entonces, eso sí que se puede medir.

En cambio, lo que es el dolor de fondo, por ahora, no se sabe medir y no sé si se podrá medir en algún momento. A veces tiendo a pensar que es mejor que no se sepa nada.

- ¿Mejor que no se sepa?

- Yo creo que sí, porque es la puerta abierta a, por ejemplo, que las compañías de seguros le paguen a usted o no le paguen en función de que consideren que es verdad que le duela o no le duela. Habría que estar muy seguro de que la medición es correcta.

Es la puerta abierta a muchas cosas, teniendo en cuenta que la experiencia dolorosa cerebral es tan compleja que no hay, por ahora, un patrón, una configuración cerebral específica que le permita decir "esto es dolor". Tenemos muchas configuraciones pero ninguna de ellas es absolutamente específica. Así que, por ahora, prefiero que esto se quede en el ámbito de la investigación antes de que nos invadan las aseguradoras.

- ¿Todos podemos aguantar la misma cantidad de dolor o hay mucha diferencia entre las distintas personas? Siempre se dice que nuestros abuelos no se quejaban y que las generaciones siguientes son más flojas.

- Seguro que tenemos una variedad de respuesta al dolor enorme. Lo que no me parece que sea probado es que las generaciones anteriores tuvieran más o menos que nosotros.

Lo que sí es cierto es que incluso una misma persona puede responder de manera muy diferente al mismo dolor en función de su estado de ánimo. Por ejemplo, si está usted triste, probablemente la estimulación será interpretada como algo más desagradable que si está contento. Incluso en situaciones muy neutras: en experiencias que hacemos en el laboratorio en el que se aplica exactamente la misma estimulación 20 veces a una persona sin decirle que es idéntica cada vez, va a dar un ámbito de respuestas que es enorme, que puede ir desde tres hasta nueve sobre diez en experiencia del dolor.

¿De qué depende? De la atención que la persona está dedicando al estímulo, de los recuerdos que puedan intervenir al mismo tiempo… de toda una serie de cosas que modifican la llegada del dolor, no en la parte sensorial sino en la emocional. Y esa especie de oscilación continua hace que el dolor sea muy cambiante.

Hace un par de horas estaba viendo una paciente con dolor crónico, y me decía que el único momento en que se olvida del dolor es cuando ve una buena película. Eso es algo muy banal, todo el mundo lo sabe, pero significa que todo su sistema de atención está dirigido a la película, y eso en parte bloquea el procesamiento del dolor.

O sea que no se puede decir que una persona resiste más o resiste menos en términos absolutos. Hay una parte que es genética, en la que probablemente hay una tolerancia que depende de sus receptores, y otra que es enorme y que es contextual, que depende de cómo está usted en ese momento.

- Se ha aprobado en España la ley por la cual se va a facilitar una baja de tres días a aquellas mujeres que tengan dolores menstruales fuertes. Esto ha generado mucha polémica. ¿Están estigmatizados estos dolores?

- No en mi ámbito, en todo caso. Este tipo de dolor técnicamente se le llama dismenorrea. Es muy frecuente y algunas mujeres lo soportan muy bien, simplemente se toman algo y van a trabajar, pero para otras puede suponer la imposibilidad de hacer un trabajo útil. O sea que, como decíamos antes, hay una parte que es probablemente temperamental y genética, y luego una parte que es contextual.

La dismenorrea en una misma mujer puede ser aceptada perfectamente cuando los chavales están en casa, cuando tiene una vida familiar que es correcta, cuando su trabajo les va bien. La misma dismenorrea es inaceptable cuando los chavales ya no están o cuando hay problemas con el marido… Todo el contexto influye. Pero no es que sea mentira. El problema es imaginar que, porque el contexto influye, el dolor no es verdad. No, es que el dolor es la resultante de muchas cosas a la vez.

En principio, no me parece mal que España sea pionera en esto, pero una cosa es la política y otra es la medicina. El hecho de que se proteja a la gente que tiene un dolor recurrente me parece perfectamente normal.

- En España, en los últimos años, el consumo de opiáceos ha ido aumentando. ¿Hay una sobreprescripción o es que antes se recetaban demasiado poco?

- Un poco las dos cosas, pero quizás lo primero que hay que decir es que esa crisis de los opiáceos es una particularidad norteamericana. No se puede hablar, a mi modo de ver, de crisis de opiáceos en Europa. La manera de utilizar los opiáceos en España, Francia, Gran Bretaña, en todo el ámbito del Occidente europeo es muy distinta.

Lo que ha habido en los Estados Unidos y que existe también en Europa, pero en mucho menos nivel, es una sobre-utilización de los opioides, sobre todo para tipos de dolor en los que no son útiles. Por ejemplo, para el dolor neuropático los opioides son muy poco útiles, se les considera fármacos de tercera o cuarta línea, cuando nada funciona, y se utiliza en tandas, no de forma continua.

Hay médicos que ya no saben qué hacer con el paciente y van a darle un opioide. Los opioides no solamente son útiles para bajar el dolor sino que pueden crear dolor. Hay algo que se llama hiperalgesia por opioides, que es un aumento paradójico del dolor cuantos más opioides se están dando. Eso crea un círculo vicioso en el que el médico que no está muy al tanto de esto, como el paciente continúa quejándose de dolor, le da más opioides, con lo cual genera más hiperalgesia y le proporciona de nuevo más opioides.

Estos casos son complicados de tratar, lo que hay que hacer es quitarle poco a poco los opioides en un medio hospitalario, a veces durante un mes. O sea, hay que hospitalizar al paciente y poco a poco hacerle una retirada progresiva.

Pero bueno, sí me gustaría insistir en el hecho de que el uso de los opioides en Europa está, por ahora y por lo que yo sé, bastante sometido a reglas importantes de prescripción y la gran mayoría de médicos del dolor, ya sean anestesistas, neurólogos, neurofisiólogos, cirujanos… conocen los límites de los opioides. No tenemos esa epidemia.

- Si en España, Francia, en Europa en general, se dan casos de adicción a opioides, siempre serán anecdóticos y no formarán parte de una crisis generalizada sobre su uso.

- No sé lo que se puede llamar anecdótico, porque eso se puede contar en centenares o millares. Siempre habrá pacientes que conseguirán los opioides bajo la mesa o bajo mano sin su receta correspondiente. Y errores de prescripción siempre ocurrirán.

Lo que son diferentes son los sistemas de salud. Los sistemas de salud europeos, sobre todo en el oeste de Europa, son mucho más controlados, diría, y mucho más conscientes del problema que el sistema de salud norteamericano.

- ¿Qué opinión le merece la marihuana medicinal?

- La marihuana medicinal existe. Habría que decir mejor 'cannabis medicinal'. El cuerpo humano y el de los mamíferos tienen receptores a la marihuana como tienen receptores a la morfina. El problema con los cannabinoides medicinales es hasta qué punto son realmente analgésicos, o hasta qué punto son más bien ansiolíticos, o hasta qué punto pueden implicar una acción antiespasmódica. Una cosa es que el paciente esté contento y otra cosa es que esté contento porque le duele menos.

Los cannabinoides tienen un efecto ansiolítico muy importante; si no de euforia, en todo caso, de bienestar. Y eso es útil para el dolor. Pero cuando se hacen estudios controlados contra placebo y lo que se mide estrictamente es la intensidad del dolor, los cannabinoides no tienen un efecto superior al placebo.

La gran mayoría de estudios controlados contra placebo muestran que no tiene un efecto contra la intensidad del dolor neuropático. Frente a esto, los médicos del dolor dicen "sí, pero todos los estudios no controlados y retrospectivos, bien hechos pero sin placebo, dicen que los pacientes están contentos".

¿Qué hay que hacer? Ahí está ahora la discusión: intentar poder desgajar exactamente cuáles son las características del dolor, que son siempre complejas, que están mejorando con cannabinoides, y con cuáles. En algunos pacientes hay un efecto analgésico, en otros puede que haya un efecto ansiolítico. En los pacientes con una esclerosis múltiple, por ejemplo, que tienen un dolor por los espasmos musculares enormes que sufren, los cannabinoides son buenos antiespasmódicos. El dolor cesa porque tienen menos espasmos. Eso es lo que la medicina del dolor está intentando separar, dentro de los diferentes componentes de los cannabinoides, cuáles pueden ser más útiles para qué cosa.

- ¿Sabemos explicar el efecto placebo?

- En parte sí lo sabemos explicar, solamente en parte, pero se han hecho bastantes estudios, sobre todo en lo que se llama imagen funcional por tomografía por emisión de positrones o por imagen magnética funcional, y lo que se ha visto es que la analgesia por efecto placebo se asocia a una secreción de neurotransmisores –endorfinas– que son analgésicos.

Algo muy interesante es que el efecto placebo contra el dolor se asocia a la secreción de endorfinas, que son neurotransmisores que imitan a la morfina, o más bien la morfina los imita a ellos. Pero si usted estudia el efecto placebo en la enfermedad de Parkinson, no en el dolor, se asocia a una secreción de dopamina, que es el neurotransmisor que falta en el párkinson.

El efecto placebo no es magia, es la posibilidad de inducir cambios neurobiológicos en el cerebro de alguien, simplemente por la palabra o el contexto. El dolor es muy contextual; tan contextual que es muy susceptible al efecto placebo.

Ahora podemos decir: ¿Por qué no utilizar el efecto placebo en lugar de los medicamentos? El problema es que el efecto placebo se agota, como todos los elementos muy contextuales. Todos los efectos que son muy potentes y que movilizan muchísima energía, que son contextuales, emocionales y cognitivos, tienen que durar poco porque el sistema no puede aguantar ese dispendio de energía. Entonces el placebo, en general, no dura.

- ¿En qué campos está avanzando más el tratamiento del dolor? ¿Hemos agotado las vías farmacológicas?

- En lo que se refiere al dolor neuropático, que para mí es el dolor más terrible y más difícil de tratar, la farmacología está un poco agotada, por decirlo así. No hay nuevos fármacos desde hace varios años, si exceptuamos los cannabinoides en que se está trabajando ahora.

En cambio, en lo que sí se ha avanzado mucho es lo que se llama neurocirugía funcional, estimulación o neuromodulación, que son técnicas no farmacológicas. La neurocirugía funcional tiene varias maneras de expresarse, pero son en general técnicas quirúrgicas, es decir, que implican romper la barrera del sujeto para hacer intervenciones minimalistas que cambian el equilibrio entre sistemas excitadores y sistemas inhibidores del dolor.

O bien, infundir ciertas drogas, ciertos medicamentos, con un catéter que llega hasta sistemas internos como los ventrículos cerebrales o el espacio intratecal, junto a la médula, para que, gota a gota, medicamentos que no pueden ser tomados ni inyectados porque son demasiado tóxicos, puedan actuar al lado justo de la diana farmacológica. Eso está avanzando mucho con medicamentos intratecales que se utilizan en los pacientes con dolores por lesión medular, por ejemplo paraplejias o tetraplejias, muy dolorosas.

La otra vertiente de la que también se habla en los últimos años es la neuroestimulación no invasiva, es decir, estimular el cerebro a distancia, sin abrir el cráneo, con lo que se llama estimulación magnética repetitiva, que se puede utilizar para, aplicando campos magnéticos en la superficie del cráneo, influir en la actividad de las neuronas de manera no dolorosa utilizando ese campo magnético como onda portadora que va a generar un campo eléctrico en el cerebro.

Y esto, a veces, es muy eficaz para ciertos dolores que son resistentes a toda la farmacología. Los dolores ligados a un accidente vascular cerebral, por ejemplo, las hemiplejias dolorosas, ciertos casos de amputación… Hay varios sistemas para hacer esto y hay algunas empresas españolas que están desarrollando sistemas de este tipo.

- ¿Son grandes avances o todavía nos queda mucho por hacer?

- Siempre quedará mucho por hacer, pero los avances son sustanciales. Con las últimas técnicas de las que hablaba, la estimulación del córtex precentral, se consigue mejorar de manera sustancial un 40% o 50% de pacientes que son resistentes a todos los tratamientos farmacológicos. Es decir, son pacientes que han pasado años tomando diferentes tipos de medicamentos, incluso correctamente prescritos pero ineficaces [L1] y bueno, llegan a esto y casi uno de cada dos puede ser mejorado.

Un campo en el que se ha mejorado mucho es en la migraña. Desde hace unos años, hay todo un nuevo concepto de medicamentos que son los anticuerpos monoclonales contra una molécula que se llama CGRP y que pueden cambiar la vida de aquellos pacientes migrañosos que resistían a todo.

- Usted, que ha dedicado toda su carrera al a la investigación sobre el dolor, ¿qué opinión tiene de la eutanasia?

- La eutanasia va mucho más allá del dolor. El derecho a morir dignamente no es simplemente por el sufrimiento físico, puede ser también concebido en pacientes que no soportan un tipo de vida en el que no tienen ninguna posibilidad de actuar. Pacientes que están sometidos a un respirador, pacientes que tienen síndromes de tronco cerebral en el que no pueden moverse y no pueden comunicar más que por movimientos de los ojos, por ejemplo.

Hay toda una panoplia de situaciones en las que, razonablemente, el cuerpo médico, y diría que el cuerpo social, se tiene que plantear la posibilidad de dar acceso a una muerte digna. Cada uno tiene su opinión; la mía personal es que hay que planteárselo y que, en una serie de casos, en contacto con la familia, en contacto con el paciente, en contacto con el cuerpo médico, se tiene que llegar a esa situación, que me parece que es la más humana que existe.

- El poder objetar a la eutanasia por parte del médico, ¿es un derecho del profesional sanitario?

- Hay que aceptarlo. Las opciones éticas van mucho más allá de las evidencias clínicas. De la misma manera, un médico puede no desear realizar abortos. Yo soy favorable al aborto, pero entiendo perfectamente que un colega diga "para mí eso es destruir una vida".

La opción ética de no querer practicar la eutanasia hay que aceptarla también, pero eso es una opción personal. Desde el punto de vista político, lo que se está haciendo es generar un comportamiento social y, sobre todo, generar la ausencia de penalización de ese comportamiento, de esa decisión eutanásica. En ese sentido me parece muy noble y muy normal que se acepte.

- Hablando de eutanasia, siempre se liga a los cuidados paliativos, algo que los médicos siempre demandan que no están los suficientemente implantados. ¿Vivimos de espaldas al dolor, como sociedad, hasta que nos toca?

- La verdad es que no puedo pronunciarme, hablaría por boca de ganso, como se dice en español, porque no conozco bien el sistema de los cuidados paliativos en España, ni cómo funciona. Conozco a muchos médicos del dolor españoles y conozco bien la Sociedad Española del Dolor. Cuando se habla entre colegas o en los congresos, el nivel de conocimientos y el nivel de preocupación en España es exactamente el mismo que en Alemania, en Gran Bretaña o en Francia.

Luego, lo que ocurra institucionalmente puede estar desparejado: en España es un poco complicado porque cada comunidad puede ir un poco por su lado... Los cuidados paliativos son evidentemente importantes y la formación de los médicos jóvenes que quieren dedicarse a los cuidados intensivos o a la medicina geriátrica es también extremadamente importante. Tampoco yo sé si en España existen esas redes o esos caminos de especialización como se debería.

- En su experiencia como médico e investigador del dolor, ¿cuál ha sido el caso más duro al que ha tenido que enfrentarse?

- Nosotros vemos sobre todo dolores crónicos. El paciente aprende a vivir con su dolor, aunque siempre hay casos que son terribles. Todo médico podría contar casos de suicidios por el dolor, que siempre dejan la sensación de 'qué es lo que hicimos mal'.

Al mismo tiempo, bueno, la vida de un médico es una serie de anécdotas. Cada uno habrá visto mil, dos mil, tres mil enfermos a lo largo de su vida y estará contento de lo que ha hecho por algunos, estará más o menos contento con otros. Siempre hay casos extremos, pero no creo que yo le pueda contar algo que sea como de novela. Cualquier médico tiene en su cabeza sus historias.

- Usted ha desarrollado toda su trayectoria médica e investigadora en Francia. ¿Habría tenido las mismas oportunidades de desarrollarla en España?

- Bueno, si fuera ahora, quizás sí, porque la vida científica de España ha evolucionado muchísimo desde el momento en que yo me vine aquí a Lyon. ¿Por qué me quedé? Además de la importancia del contexto científico porque conocí a mi mujer, que es francesa, eso también influye. En un momento dado estuvimos pensando los dos en volvernos a España. A ella le encanta España y habla español, es médico también. Pero, al mismo tiempo, la calidad de la investigación que podíamos hacer aquí era diferente.

Una de las ventajas de ser investigador en Francia es que este mundo es mucho más abierto que el de la medicina. Es decir, incluso después de que España entrara en la Comunidad Europea, la vida médica aquí siempre es más cerrada que la vida de investigación. Entonces, incorporarse a los hospitales únicamente como médico, como médico práctico, y tener una carrera en la que se puede hacer también ciencia pero teniendo un núcleo sobre todo médico, siempre es más complicado.

En cambio, la ciencia es muchísimo más abierta. Cuando intenté integrarme en el Inserm, que es como el CSIC pero enfocado a la investigación biomédica, la nacionalidad me la preguntaron al final. O sea, no era importante. Lo importante era mi proyecto, qué es lo que quería hacer, si estaba rodeado de gente que era capaz de hacerlo, si era interesante para ellos... También es difícil, hay una competición enorme, pero la nacionalidad no importa.

Francia es un país de inmigración. En mi laboratorio, en nuestro grupo, hay un español claro, pero también hay o ha habido colegas de origen italiano, ruso, norteafricano, brasileño, británico, germano-chileno, finlandés... Hay una mezcla muy importante de gente, pero luego lo esencial de la carrera de investigación en Europa es que es mucho más abierta que la carrera médica en términos de posibilidad y de organizarse en grupos de trabajo.

- ¿Qué le tendrían que proponer desde España para que regresara?

- [risas] Pues no lo sé, francamente. Un grupo de trabajo interesante, poder continuar haciendo lo que hago aquí, es decir, interesarme por cómo el cerebro trabaja sobre el dolor, cómo el dolor neuropático puede ser modificado por la neuromodulación… Y, probablemente, poderme llevar a España a algunos de los que trabajan conmigo aquí. Porque yo no hubiera podido hacer nada de lo que hice si no hubiera tenido la suerte inmensa de estar rodeado de muy buena compañía. Poder contar con ellos es absolutamente ideal para mí.

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