La operación bikini sería pan comido con ponerse una pinza en la nariz. Son las consecuencias que se desprenden del trabajo de un equipo de investigadores de la Universidad de California publicado recientemente en Cell Metabolism. Este estudio demuestra que la inhibición del olfato facilita a la pérdida de peso, modificando el metabolismo para eliminar grasas de forma mucho más eficiente.

Mucho más que el olor de la comida

Aunque a bote pronto no parezca tan esencial como el oído o la vista, el sentido del olfato es de gran importancia para la supervivencia de los seres vivos. Gracias a él se percibe el desagradable aroma de los alimentos en mal estado y se detectar el olor a quemado procedente de un incendio. También juega otros papeles evolutivos al generar memoria por asociación y es uno de los ingredientes fundamentales de la sexualidad de los seres humanos.

Pero eso no es todo, pues parece ser que también ayuda al cerebro a discernir cómo debe realizarse el balance de energía procedente de los alimentos. Esto sería de vital importancia para la pérdida de peso, pues básicamente ésta consiste en quemar más calorías de las que se comen, de modo que una modificación en este balance podría suponer un gran beneficio a cambio de la molestia, relativamente tolerable en tiempos modernos, de quedarnos durante un tiempo sin olfato.

Oler engorda

Con el fin de comprobar cómo influye el sentido del olfato sobre el modo en que el cerebro gestiona la energía, estos científicos llevaron a cabo una serie de experimentos ayudados por ratones de laboratorio. Estos roedores se dividieron en tres grupos. A los primeros se les inhibió el sentido del olfato, mientras que a los segundos se les sobreestimuló de forma natural y a los terceros se les permitió conservar su olfato convencional.

Todos recibieron la misma dieta; pero, curiosamente, el modo en que su organismo la metabolizó fue muy distinto y se manifestó claramente en el peso. Los ratones que no podían oler perdieron mucho más peso que los que tenían el sentido del olfato intacto, mientras que los súper-oledores engordaron mucho más. Además, en el grupo sin olfato se observaron efectos positivos sobre la masa grasa y la resistencia insulínica.

Una técnica no invasiva

Lo mejor de manipular este sentido en concreto es que los nervios olfativos no están en el cerebro, sino en la nariz, por lo que su inhibición supondría una técnica menos invasiva que otras mucho más convencionales, como la cirugía bariátrica.

Además, estos científicos pretenden hacerlo de forma reversible, de modo que pudiese eliminarse su capacidad de oler durante un periodo de seis meses, durante el cuál perderían el peso que les sobrase.

Aún falta mucho para llegar a este punto, pero de momento los primeros resultados han sido suficientemente esperanzadores para confiar en que se consiga. Hasta entonces, habrá que conformarse con tomar una dieta sana y equilibrada y practicar ejercicio. La pinza en la nariz tendría demasiados efectos secundarios.

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