Algunos de los momentos profesionales más gratificantes de la neuróloga Suzanne O'Sullivan no se han debido a su capacidad para diagnosticar patologías habituales en su campo, ni a la habilidad a la hora de recetar uno u otro tratamiento para un síntoma complicado. La médica se ha sentido casi como parte de un milagro cuando ha entrado en un servicio de Urgencias donde un paciente presentaba repetidas convulsiones y ha conseguido que éstas pararan sin hacer absolutamente nada sobre el enfermo.

Para ello, esta especialista del londinense National Hospital for Neurology and Neurosurgery no ha recurrido a la imposición de manos, sino a algo mucho más simple y más complejo a la vez: tranquilizar al horrorizado personal médico y resto de pacientes que también eran testigos de la escena. "Las convulsiones dan miedo si no las has visto nunca", aclara. Cuando eso ocurre, y el protagonista deja de sufrir al hacerse la calma a su alrededor, hay algo que está claro: el síntoma que está sufriendo la persona en cuestión tiene un origen psicológico y no responde a ninguna causa física. 

Se trata de un perfecto ejemplo de los llamados trastornos psicosomáticos, auténticas enfermedades desde el punto de vista físico que, sin embargo, están provocados por el cerebro. Es el área en la que se ha especializado O'Sullivan y lo ha hecho por una única razón: los numerosos pacientes con los que se ha cruzado a lo largo de su carrera profesional. Por ello, de los nueve capítulos en los que se divide el libro que acaba de publicar, Todo está en tu cabeza (Ariel, 2016), siete llevan nombres propios, de enfermos cuyas historias cuenta como ejemplo de la dificultad del manejo de estas enfermedades y, sobre todo, de su aceptación. 

Se calcula que un tercio de las personas que van al médico tienen síntomas sin ninguna explicación médica. ¿Hay ciertos rasgos de personalidad que permitan prever que se puede sufrir una enfermedad psicosomática?

Es importante resaltar que cualquier persona puede padecer estas enfermedades. Pero el umbral de cada uno para que esto ocurra es distinto y, si es muy alto, es más difícil que suceda. Lo que hace a la gente tener este umbral más bajo es una personalidad neurótica, tendencia a ser ansioso, a preocuparse o a deprimirse. Pero esto no significa que todos los que desarrollan patologías psicosomáticas son así, le puede pasar a cualquiera. 

Al igual que algunas enfermedades de origen físico ¿se pueden prevenir las psicosomáticas?

Lo que no se puede es dejar de ser como uno es. Si alguien tiene tendencia a preocuparse, no suele poder dejar de hacerlo y si uno es propenso a sufrir síntomas físicos cuando tiene estrés, es difícil que estos desaparezcan. Lo que se puede cambiar es el modo de reaccionar ante ellos cuando pasan, aprender a reconocer como tu cuerpo responde al estrés. 

Usted dice en su libro que la gente prefiere un diagnóstico de una enfermedad física, por grave que sea, que de una psicosomática. ¿Por qué sucede esto?

Le voy a responder con un ejemplo. Imagine una persona que sufre convulsiones. Si viene a mi consulta y yo le digo que tiene epilepsia, recibirá el mensaje de que padece una enfermedad del cerebro que no está ligada ni a su estilo de vida ni a su personalidad. Se trata de algo fuera de su control y que, además, se puede manejar con una píldora diaria. Pero si le digo que sus convulsiones tienen un origen psicológico, esto no se va a resolver con una pastilla. Probablemente requiera de tratamiento psicológico y, sobre todo, cuando vaya a contárselo a sus familiares, a sus amigos y a su jefe, va a generar muchísimas preguntas. Este tipo de dolencia estigmatiza, por lo que tiene más implicaciones sociales. Además, va a obligar a aceptar que hay algo psicológico que lo ha provocado, que tendrá que afrontar y que no será fácil, porque si lo fuera no sufriría síntomas físicos. 

En algunos casos, sin embargo, no se encuentra ese problema subyacente...

En efecto, esto ocurre a veces. En ese caso, hay que limitarse a tratar el síntoma físico como tal. Por ejemplo, si un paciente no puede andar y está en silla de ruedas [en su libro menciona al menos dos casos así] a veces no se les puede decir por qué les sucede eso, pero se les puede enseñar a volver a andar con terapia física y ocupacional. Y hay que tener claro que no siempre hay respuesta al tratamiento, en ocasiones pueden no curarse. Con las otras patologías, también ocurre, hay gente que puede no controlar su diabetes o necesita diez veces más pastillas que otro para hacerlo. El problema es que con las psicosomáticas la gente espera curarse y hacerlo a la primera, pero no siempre es así. 

Parece que este asunto no está muy aceptado por la sociedad, pero ¿qué tal acogida ha tenido su libro por parte de sus colegas médicos?

La gran mayoría de los neurólogos reconocen que se trata de un problema realmente importante, lo han vivido y saben que uno de cada tres pacientes que entra en su consulta no tiene enfermedad física. El problema es que ellos quieren lidiar con problemas neurológicos, para eso se han formado y no consideran que estos pacientes sean su responsabilidad. 

¿Y ha notado algún cambio desde la publicación de su libro?

No. Lo que está pasando ahora lleva un tiempo sucediendo y es que se están creando grupos con especial interés en este trastorno. El problema hasta ahora es que los pacientes acudían al neurólogo, porque los problemas físico que sufrían correspondían a esta especialidad. Pero ellos, al no encontrar un trastorno neurológico, no los trataban. Los que deberían hacerlo son los psiquiatras, pero los enfermos no acudían a ellos porque piensan que tienen un problema físico. Lo que hacemos ahora cada vez más es trabajar juntos, algo que satisface a neurólogos, pacientes y psiquiatras. 

¿Sabe si en las facultades de medicina se enseña algo sobre estas enfermedades?

Eso es gran parte del problema, que en la mayoría de las universidades se ignoran. A los futuros médicos se les enseña a localizar y descartar enfermedades, pero no se les dice qué hacer cuando esto ocurre, cuando se descarta una patología y el paciente sigue sufriendo. Es un aspecto en el que tenemos que mejorar. 

¿Todo aquel que sufre una enfermedad psicosomática debe acudir al psicólogo o al psiquiatra?

No siempre. Aunque muchos requerirán de ayuda psicológica, otros no tienen un problema importante detrás, sólo tienen que creerse que están bien cuando su médico se lo dice. También hay casos concretos en los que es menos útil; por ejemplo, si un paciente está en silla de ruedas por esta causa, lo normal es que no quiera pasar horas y horas con un psiquiatra, sino con alguien que le enseña de nuevo a andar. 

¿Y el tratamiento con ansiolíticos es habitual?

Sólo para un pequeño número de pacientes. Mucha gente con enfermedades psicosomáticas no tiene ansiedad y, de hecho, los síntomas físicos son sustitutos de ésta. Se trata por lo tanto de pacientes tranquilos, que tampoco están deprimidos, por lo que estos fármacos no les harían nada. Algunos sí muestran las dos cosas y en ese caso sí podrían necesitar ansiolíticos, pero son los menos. 

¿No cree que, al confiar tanto en la capacidad de la mente para hacer enfermar, se puede pasar a pensar que también sirve para curar?

Una cosa es creer que la mente te puede hacer enfermar y otra muy distinta dejar de ir al médico cuando se piensa que algo no va bien. La clave está en aceptar que no hay una enfermedad física si el médico lo dice. Otro consejo, que yo me aplico a mí misma, es esperar uno o dos días antes de ir a la consulta: el tiempo es a menudo un buen sanador. 

En esta misma línea ¿qué ocurre con las personas que sufren síntomas físicos de forma recurrente pero psicosomática? ¿No puede ser que una de esas veces que no vayan al médico porque creen saber lo que les pasa estén enfermos físicamente?

Sin duda, eso es un problema. Muchos de mis pacientes sufren múltiples síntomas e intento enseñarles a no exagerar, pero está claro que en un futuro enfermarán físicamente. El equilibrio es delicado y les tengo que decir que no está mal ir al médico para confirmar que no pasa nada, pero que hay que dejar de ir una vez que les digan que todo va bien. Pero claro, en una de esas alguno de los síntomas desenmascararán una enfermedad física. Sin embargo, hay algo que merece la pena resaltar y es que los médicos son capaces de arruinar las vidas de la gente mandándoles pruebas y más pruebas. Estamos preocupados porque se nos escape algo, pero no lo suficientemente concienciados sobre cómo se fastidia la vida de alguien por prescribir pruebas sin parar. 

No sé si hay algún caso particular que le haya impactado más que el resto...

No podría hablar de ninguno en particular, pero tengo que nombrar lo que es más difícil para mí, los pacientes que veo que están tan incapacitados que es simplemente imposible hacerlos sentir mejor. Veo gente en silla de ruedas con convulsiones que, en la siguiente visita, siguen en el mismo estado. Lo curioso es que, desde su perspectiva, les he ayudado, porque al menos he conseguido que dejen de ir al hospital. Tengo una paciente que se pasó 15 años de su vida, desde los 15 a los 30, prácticamente ingresada todo el tiempo. Desde que discutimos su diagnóstico ha dejado de ir, aunque sigue en silla de ruedas y sintiendo dolor, pero ella dice que su vida se ha transformado. A veces tengo que aceptar que es lo único que puedo hacer.