Abelardo Febrero

Abelardo Febrero Cedida

Zamora

Abelardo, cura con 93 años que sigue dando misa: "Todos los días hago 100 kilómetros en coche"

Además de ofrecer la palabra de Dios, este zamorano ha iniciado un movimiento vecinal para rehabilitar la torre de la iglesia del pequeño pueblo de Vega de Villalobos.

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Cuando el pequeño Abelardo sintió la llamada de la fe con apenas 11 años, poco podría imaginar que su vocación cristiana le llevaría a seguir difundiendo la palabra de Dios con nada menos que 93 años.

Este párroco, natural de Villanueva del Campo, ha pasado toda su vida delante de un púlpito, asistiendo a enfermos, celebrando bodas y bautizos (cada vez menos) y luchando a brazo partido para que iglesias como la de San Román, en Vega de Villalobos, no acaben hechas añicos.

Sus días comienzan en Villanueva del Campo, donde vive. Desde allí emprende un periplo diario que él mismo resume sin darle importancia: "Todos los días hago 100 kilómetros de un pueblo a otro para dar misa o para colaborar con otros párrocos".

Abelardo, junto a la iglesia de San Román, en Vega de Villalobos

Abelardo, junto a la iglesia de San Román, en Vega de Villalobos Cedida

Conduce su coche a diario, visita a las monjas clarisas, atiende Villalobos, Vega de Villalobos y ayuda en todo lo que puede en Villalpando, Villamayor de Campos y su propio pueblo natal. "Siempre que pueda, voy. Es lo que tenemos que hacer: ayudar", recalca.

"Un cura peleón"

Abelardo Febrero nació en 1932 y aún recuerda el impacto que le produjeron en su infancia aquellos misioneros que visitaban las escuelas de la época. "Te invitaban a leer la palabra de Dios, te comunicaban cosas", rememora.

En su familia, la fe no era una excepción: un hermano fue misionero y una hermana monja de clausura. "Éramos ocho hermanos y de los ocho, tres elegimos este camino", explica.

Ingresó en el seminario de Valderas y más tarde continuó estudios en León y Zamora. En 1957 se ordenó sacerdote y de eso han pasado 68 años nada menos.

Su vocación le llevó primero a Sayago, donde difundió la palabra en Argañín, Badilla y Cozcurrita. Después pasaría por Piñuel, donde fue conocido por "revolucionar un poquito el ambiente social". Lo dice casi en voz baja, aunque sin negar que siempre fue "un cura muy peleón".

A los jóvenes les ofrecía algo que nadie más les daba: atención, acompañamiento, apertura de miras y hasta transporte. "Tenía la moto y procuraba llevar a los chicos para que fueran a bailar y después ir a buscarlos a horas intempestivas". No se veía a sí mismo como taxista, pero sí como una especie de padre que garantizaba que regresaran a casa sin percances.

En Vega de Villalobos, donde ejerció entre 1962 y 1972, dejó quizá la huella más profunda. Fundó un equipo de fútbol, organizó un grupo de coros y danzas y abrió un abanico de actividades sociales y religiosas que marcó a toda una generación. "Era necesario para que los chicos socializaran y vieran otro tipo de cosas más allá del pueblo", resume.

Su destino más largo fue San Cristóbal de Entreviñas, donde permaneció casi 31 años. Se jubiló en 2013, pero su retiro duró lo que tardó otro párroco en pedirle ayuda. Desde entonces, sigue dando misa en Villalobos y Vega de Villalobos, y además atiende a las monjas clarisas.

Todo un trajín diario que Abelardo asegura que continuará haciendo "hasta cuando Dios quiera". Pero, este párroco asegura que "aquí seguiré mientras me mantenga firme".

Y eso que el fervor religioso y los parroquianos habituales han descendido de forma alarmante en los últimos años. Bien por la sangrante despoblación que azota la provincia de Zamora o bien por una crisis de fe de los pocos que quedan, lo cierto es que "las misas han bajado mucho, en los pueblos solo quedan personas mayores".

Lo mismo ocurre con los párrocos y, de ahí, se explica también que Abelardo no haya colgado sus hábitos. El relevo generacional en la Iglesia Católica sufre una evidente crisis, no se ordenan nuevos sacerdotes, y Abelardo cree que es "porque no nos comprometemos, queremos vivir a nuestro aire". Algo que achaca a la sociedad en general, no solo a los curas. "No nos comprometemos con nada", recalca.

Así que él sigue colaborando en lo que haga falta porque "los compañeros están muy cargados de parroquias. Si me llaman, voy".

La torre de San Román, su nueva batalla con 93 años

En Vega de Villalobos, la iglesia de San Román se ha convertido en su última cruzada personal. Forma parte de la plataforma Salvemos Nuestra Torre, creada para evitar el derrumbe de la espadaña. "Hay que conservar los símbolos que llaman tanto la atención al pueblo", defiende. Y recuerda que lo primero que mira cualquiera cuando llega a este pequeño pueblo zamorano es la torre.

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El pueblo inició una recaudación popular en 2024 que hoy supera los 29.000 euros. Es una cifra enorme para una localidad que no alcanza los 100 habitantes. "El pueblo ha respondido. Pero llega un momento en que el pozo ya no da más agua", advierte.

Por eso agradece que la torre haya entrado en el convenio de bienes inmuebles firmado entre la Diputación Provincial y Obispado de Zamora, que sufragará la mitad de la rehabilitación. Si bien, aún necesitan más apoyo económico para alcanzar la cifra necesaria para su rehabilitación.

El sacerdote villanovano reconoce que siente "esperanza" porque se están dando "pasos muy bonitos" para restaurar la torre. Hasta confiesa que, recientemente, ha recibido una donación anónima. "Un señor que no es ni del pueblo me dio un sobre para sumar a la recaudación de la rehabilitación", explica.

Pese a las buenas voluntades, Abelardo explica que el desafío es lograr que los vecinos mantengan la motivación para continuar sacando adelante esta iniciativa. "Es más fácil llevar la torre que la voluntad de las personas", sentencia.

Pero envía un mensaje de ánimo a los vecinos del pueblo, para que recuerden que si "la gente mayor de antaño levantó esa torre, nosotros tenemos que ser capaces de conservarla".

"Si tengo que subir piedras, las subo"

Y lo dice muy en serio. La implicación personal de este cura no conoce límites y se muestra preocupado por encontrar una empresa que quiera hacerse cargo de las obras y que la iniciativa no caiga en el olvido. De hecho, asegura que "si tengo que subir piedras, las subo" para colaborar en la rehabilitación.

Promete, incluso, llevar café y merienda a los obreros "cada día", para que sepan que en Vega de Villalobos "están agradecidos de que trabajen en su torre".

Todo un torbellino de 93 años, que asegura que la fuerza inagotable le viene de no pensar en sí mismo. "Hay que ayudar. Lo acepten o no, hay que hacer el bien", afirma. Por eso no comprende que la gente sea "tan egoísta" y reivindica la necesidad de cuidar a los ancianos, enfermos y necesitados.

Después de casi siete décadas de sacerdocio, miles de kilómetros recorridos y generaciones enteras guiadas, Abelardo solo pide una cosa: que la torre de su iglesia no caiga, que Vega de Villalobos no sea olvidada. Y mientras tanto, seguirá conduciendo cada día para llevar misa allí donde lo necesiten.