Un encierro en Aldeadávila de la Ribera

Un encierro en Aldeadávila de la Ribera

Salamanca

El latido del toro en Aldeadávila: los encierros a caballo

Segundo encierro de las fiestas del Toro en el corazón de Las Arribes, con novillos de Valdeflores, muy bien presentados.

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El amanecer en Aldeadávila de la Ribera tiene un rumor distinto cuando llegan las fiestas de San Bartolomé. El aire huele a encina y a pólvora, a vino compartido en las peñas y a tierra reseca que pronto será estremecida por los cascos de los caballos. En esos días, el pueblo despierta con un latido que no es humano: es el bramido lejano del toro que anuncia la llegada del encierro.

Desde los campos que rodean la villa, entre paredes de piedra y caminos polvorientos, la comitiva se organiza. Los jinetes, erguidos sobre sus monturas, guían la manada con un respeto ancestral. No es un simple traslado: es un diálogo entre hombre y animal, entre la bravura y la destreza, entre la naturaleza indómita y la fiesta que espera tras los muros del pueblo.

El encierro de Aldeadávila de la Ribera

Cuando los primeros toros asoman al horizonte, el silencio del campo se quiebra. Los cascos retumban, el polvo se eleva y la expectación se enciende y la campana de la iglesia anuncia la fiesta. Hay algo de rito sagrado en esa frontera entre lo agreste y lo urbano: los toros abandonan el prado y, en cuestión de minutos, el corazón de Aldeadávila late con más fuerza que nunca.

En las calles, los mozos se preparan. Algunos rezan en silencio, otros bromean para disimular el miedo. La multitud se agolpa tras las vallas, los balcones se llenan de voces, los niños imitan el gesto de los corredores. Y de pronto, todo sucede: un estruendo de pezuñas invade la calle empedrada, y el valor se mide en segundos, en carreras que parecen eternas, en giros que rozan la cornada.

No hay épica sin respeto. El toro, en Aldeadávila, no es enemigo: es presencia majestuosa, fuerza que se admira tanto como se teme. Los encierros son un pacto silencioso entre la tradición y el riesgo, una herencia que se transmite con la naturalidad con la que se heredan los apodos o las canciones de la tierra.

Una imagen del encierro

Una imagen del encierro

Cuando la manada por fin alcanza su destino y el polvo comienza a asentarse, el pueblo entero respira aliviado. Quedan las risas, los abrazos, el bullicio de las peñas, la música de la charanga que inunda la plaza y la vaquilla para el solaz general. Pero bajo todo ello, late siempre la misma certeza: los encierros de Aldeadávila no son solo una fiesta; son la memoria viva de un pueblo que celebra su identidad corriendo, hombro con hombro, frente al toro.