Nacho, gerente del Berysa en su balcón
Nacho, hostelero en la Plaza Mayor: “En Semana Santa me quieren reservar el balcón como si fuera un palco del Bernabéu”
Entre pétalos, pasos y cerveza fría, este lugar se ha convertido en el mirador más disputado de la Semana Santa.
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Hay quien vive la Semana Santa a pie de calle. Otros la sienten entre tambores, cirios y empujones. Y luego está Nacho Fuentes, que la ve desde un balcón con tres mesas, en uno de esos sitios donde el olor a cera y la cerveza fresca se mezclan sin molestar. No es palco oficial ni tiene cartel, pero todos saben que ese balcón tiene algo especial.
“Me quieren reservar el balcón como si fuera el palco del Bernabéu”, dice, con esa mezcla entre guasa y costumbre que da el oficio. Lo cierto es que, cada año, la historia se repite: llamadas, mensajes, súplicas. Y la respuesta también.
“Solo hay tres mesas junto al balcón, y no da para todos. Si hay cena, se sube. Si no, pues se disfruta desde donde se pueda.”
Pétalos desde arriba
El momento más esperado llega cuando pasa la Soledad. “Aquí se le tiran pétalos. Todo se vuelve más lento, más serio. Hay respeto. La gente se pone en pie. No hace falta decir nada”, cuenta. “Aquí hubo un año que vino una mujer china y cantó desde el balcón, fue muy bonito. Ahora la atracción somos nosotros”, bromea.
La terraza, eso sí, se retira con tiempo. No hace falta que nadie diga nada: hay fechas que tienen su propio ritmo, y esta es una de ellas.
Cerveza, tradición y una herida que no se borra
Aunque el trasiego no para, Nacho reconoce a los de siempre. Hay quien repite cada año, quien tiene su rutina hecha, quien sabe que a ciertas horas no se entra ni con milagro. Y luego están los gestos que se convierten en rito.
“Un amigo mío no bebe en toda la Cuaresma. Justo cuando pasa la Borriquilla, entra y se toma su primera cerveza. Todos los años igual”.
No todo son anécdotas bonitas. Una de las pocas veces que salió a ver una procesión recibió una llamada que no olvida: su hermana había fallecido en un accidente esa misma mañana. “Fue hace 21 años. Desde entonces, tengo una relación rara con la Semana Santa. Pero bueno, aquí seguimos”.
No le gusta ponerse en el centro. Dice que sólo hace su trabajo. Pero lo cierto es que ese balcón, con su barandilla y sus tres mesas, ya forma parte del paisaje.
Como los tambores o las saetas. Como los rodeos para llegar a casa o las calles que huelen a incienso desde las nueve de la mañana. Nacho no sale en procesión, pero está. Y el que ha pasado por allí, lo sabe.