
Daniela Roncero en la Plaza Mayor de Salamanca
“No hay que perder la sonrisa nunca”: la historia de Daniela, la adolescente salmantina que lucha contra el cáncer
Ha enfrentado el diagnóstico con valentía y ahora sueña con convertirse en enfermera oncológica para ayudar a otros niños en su misma situación.
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Estamos en la Plaza Mayor de Salamanca, en el bullicio de turistas y el ir y venir de los salmantinos, una joven camina hacia nosotros con una sonrisa serena, de esas que iluminan incluso los días más oscuros.
Su nombre es Daniela Roncero, tiene 15 años y está librado una batalla que nadie debería afrontar tan pronto: el cáncer. Pero en su mirada no hay miedo, ni rabia, ni resignación. Hay determinación, hay vida, hay una certeza profunda que resume en una sola frase: “No hay que perder la sonrisa nunca”.
Hace poco menos de un año, su mundo cambió para siempre. Una serie de pruebas médicas la llevaron a recibir un diagnóstico que, en un instante, alteró todos los planes que había imaginado para su adolescencia.
“Fue un momento duro y complicado”, confiesa. “Sentí que todo se venía abajo, pero pronto entendí que no servía de nada hundirme y decidí afrontarlo con la mejor actitud posible”.
Desde entonces, cada día ha sido una lección de resistencia. La operación, el tratamiento, los efectos secundarios, la incertidumbre… Todo ha formado parte de un camino que ha puesto a prueba además de su cuerpo, también su espíritu.
“La primera pastilla del tratamiento me hizo vomitar enseguida. Ahí me di cuenta de que esto no iba a ser fácil”, recuerda. Pero lo que realmente la golpeó fue otro efecto del tratamiento. “Cuando empecé a perder el pelo, fue un momento muy difícil. Me encanta cuidármelo, como a muchas chicas de mi edad, y verlo caer fue un golpe muy fuerte”.

Daniela en la Unidad de Oncología Pediátrica del Complejo Asistencial Universitario de Salamanca
La fortaleza en el amor de los suyos
Si algo sostiene a Daniela en esta travesía es su gente. “Tengo una familia increíble. Mis padres y mi hermano han sido mi núcleo principal, pero también mis abuelos, mis tíos, mis primos… Todos me han dado fuerzas cuando más las he necesitado”, cuenta con gratitud.
También ha encontrado un refugio en su grupo de amigas, que la han acompañado sin tratarla de manera diferente. “Con ellas, mi enfermedad deja de ser el tema central, y eso es un alivio. Son mi lugar de desconexión, mi forma de sentir que todo sigue igual a pesar del diagnóstico”.
Uno de los momentos más determinantes de su tratamiento fue cuando viajó a Madrid para recibir protonterapia, un tratamiento avanzado contra el cáncer. “Fue una pasada. Podía elegir el color de las luces y poner mi propia música, lo que me hacía sentir mucho más cómoda”, explica.
Pero estar lejos de casa no fue fácil. “Mientras mis amigas estaban en las fiestas de verano, yo estaba en Madrid. Por suerte, pude quedarme con mis tíos, que me cuidaron muchísimo. Hay familias que tienen que buscar alojamiento y eso hace todo aún más complicado”.
Pese a los momentos de debilidad, Daniela ha aprendido a mantenerse firme. “He aprendido a ser fuerte y a no sugestionarme, aunque es complicado. Me levantaba cada día diciéndome a mí misma que iba a ser un buen día, que iba a ser imparable”.
Las manos que sanan y el sueño de un futuro
El hospital es por momentos su segundo hogar, pero también el lugar donde ha encontrado una familia inesperada: su equipo médico. “Desde el primer día, en urgencias, David dio con la clave de mi diagnóstico y en neurología las enfermeras, celadores y médicos hicieron que mi estancia fuera mucho más llevadera”, explica.
Cuando llegó el momento de la operación, no estuvo sola. “Cuando me bajaron a quirófano, Arancha, Felipe, Rocío y mi tía Nati me acompañaron de la mano. Eso me dio una tranquilidad enorme”.
El equipo de oncología pediátrica también ha jugado un papel esencial en su camino. “Todos han sido increíbles. Elena, la enfermera, y Maribel, la auxiliar, nos tratan con un cariño enorme. Se preocupan por nosotros, por nuestras vidas fuera del hospital. Hacen que los días duros sean un poco más llevaderos. Te sacan conversación, te hacen reír, y eso en el proceso es fundamental”.
Lo que antes era un lugar de temor, hoy es el lugar donde ha encontrado su vocación. “Antes tenía claro qué quería ser de mayor, pero ahora quiero estudiar enfermería pediátrica oncológica. Quiero hacer por otros niños lo que mis enfermeras están haciendo por mí”.
Un mensaje de esperanza
Hoy 15 de febrero, Día Internacional Contra el Cáncer Infantil, Daniela quiere que su historia sirva para dar esperanza a otros niños y niñas que están librando esta misma batalla.
Pregunta: ¿Qué mensaje te gustaría darles a otros niños que están pasando por lo mismo?
Respuesta: Que no nos rindamos. Somos fuertes, valientes. La oscuridad no dura para siempre, siempre habrá un rayito de sol. Si pudiera pedir un deseo, no tendría dudas. “Mucha más investigación, para que algún día esto sea solo una anécdota que contar”.
Daniela y su familia colaboran con Pyfano, una asociación que les ha apoyado desde el primer día. “Hay que ayudar. Nosotros lo hacemos vendiendo las pulseras de ‘Fuertes y valientes’”. Porque, aunque el camino sea difícil, contar con una red de apoyo lo hace un poco más fácil.
La vida de Daniela cambió de golpe, pero ella decidió cambiar con ella. No desde la resignación, sino desde la lucha. No desde el miedo, sino desde la esperanza.
Cada pastilla a las seis de la mañana, cada revisión, cada caída de cabello, cada noche en vela… han sido pasos en un camino que ella ha recorrido con una fuerza que asombra. Pero su mayor enseñanza no está solo en su resistencia, sino en su forma de mirar hacia adelante.
Y si alguien aún lo duda, que la mire a los ojos y lo vea por sí mismo. Porque en su mirada hay algo más poderoso que cualquier diagnóstico: hay vida, hay sueños, hay un futuro esperándola. Y Daniela está lista para conquistarlo.