
Imagen del municipio leonés de Alija del Infantado y de un marinero procedente de la localidad, en un montaje de EL ESPAÑOL ICAL
Del interior de León a surcar los mares: el pequeño pueblo que más marineros tiene en España
En la segunda mitad del siglo XX, aproximadamente uno de cada cinco hombres procedentes de este municipio de la Comunidad había servido en la Marina en algún momento.
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En el suroeste de la provincia de León, entre campos de cereal, alamedas y los ecos del río Órbigo, se alza Alija del Infantado, un pequeño y apacible pueblo que a primera vista parece ajeno al mar y sus aventuras.
Sin embargo, este municipio leonés, enclavado a más de 400 kilómetros del litoral más cercano, ha forjado una sorprendente e intensa relación con la Armada Española. Con apenas unos centenares de habitantes, Alija del Infantado ostenta un título tan insólito como honorable: es el pueblo de interior que más marineros ha dado a la Marina Española.
¿Cómo un rincón tan apartado del océano ha conseguido una conexión tan profunda con las Fuerzas Navales? Para comprender esta paradoja geográfica y humana, hay que adentrarse en la historia, la cultura local y el valor de las tradiciones familiares que se han transmitido de generación en generación.
Del interior al mar
La historia naval de Alija del Infantado comienza a dibujarse en el siglo XIX, una época en la que la situación económica y social de muchas regiones del interior peninsular era precaria.
La agricultura de subsistencia y la falta de oportunidades empujaban a los jóvenes a buscar nuevas rutas de vida. Mientras muchos optaban por emigrar a América o a las ciudades industriales del norte, en Alija comenzó a surgir un camino alternativo: el servicio en la Armada Española.
El primer alijano que cambió los campos por las cubiertas navales fue Juan Antonio Rodríguez, nacido en 1842. Ingresó joven en la Armada y sirvió con distinción en la fragata blindada Numancia, uno de los buques más emblemáticos de la historia naval española y el primero en dar la vuelta al mundo acorazado. Aquel gesto no pasó inadvertido.
Su historia se convirtió en una leyenda local, inspirando a sus hermanos, hijos, primos y vecinos a seguir su ejemplo. Así comenzó una corriente que, con el tiempo, se convirtió en una auténtica tradición.
Durante más de un siglo, decenas de familias de Alija mandaron a sus hijos a la Marina. Mientras en otros lugares se heredaban tierras o talleres, en esta localidad leonesa se heredaba el uniforme blanco de marinero. No era raro ver en una misma familia al abuelo, al padre y al hijo con hojas de servicio en distintos buques y bases navales.
Se hablaba de la mar con familiaridad, se dominaba el argot naval, y en los bares del pueblo las anécdotas de maniobras, tormentas y puertos lejanos eran parte del día a día.
Cultura naval tierra adentro
El fenómeno alcanzó tal magnitud que en la segunda mitad del siglo XX, aproximadamente uno de cada cinco varones de Alija había servido en la Marina en algún momento. Esta cifra, impresionante para cualquier pueblo de interior, convirtió a Alija del Infantado en una excepción sociológica y motivo de estudio por parte de historiadores y antropólogos militares.
A diferencia de otras localidades con presencia naval por cercanía geográfica, en Alija la vocación marítima se sostuvo exclusivamente sobre la fuerza de la tradición, el boca a boca familiar y el prestigio ganado por sus hijos en la Armada.
La Marina era sinónimo de respeto, orgullo y futuro. Además, ofrecía educación, disciplina y la posibilidad de conocer mundo. Para muchos alijanos, era la única manera de romper con la monotonía del campo y labrarse una carrera profesional.
El sentimiento de pertenencia a la institución naval ha sido tan fuerte que incluso ha permeado las costumbres locales. En las fiestas patronales no faltan los brindis a la salud de los marinos, y muchos vecinos conservan con cariño fotos enmarcadas con sus uniformes, medallas y cartas enviadas desde ultramar.
Las mujeres del pueblo, esposas, madres y hermanas, también jugaron un papel fundamental, sosteniendo con entereza el hogar mientras sus familiares servían a bordo durante meses o incluso años.
Un reconocimiento merecido
La estrecha relación entre Alija del Infantado y la Marina Española no ha pasado desapercibida para la propia institución. En 1997, el Ministerio de Defensa organizó un homenaje oficial al pueblo, reconociendo públicamente su extraordinaria contribución a la Armada.
Durante el acto, se colocó una placa conmemorativa en la Plaza Mayor con el escudo de la Marina y el agradecimiento institucional a los alijanos que, desde el interior peninsular, se alistaron voluntariamente para defender los intereses marítimos de España.
Aquel día se reunieron en el pueblo decenas de veteranos de toda la geografía española con raíces en Alija. Fue un momento de gran orgullo y emoción, en el que las generaciones pasadas se reencontraron para rendir tributo a una historia compartida, tejida entre olas y trigo.
El legado continúa
Aunque en las últimas décadas el número de nuevos marineros procedentes del pueblo ha disminuido, en parte por la despoblación rural y el cambio de mentalidades, el espíritu naval de Alija sigue vivo.
En la escuela se enseña a los niños la importancia de este legado, y en el centro cultural del municipio se conserva un pequeño museo con objetos donados por exmarinos: sextantes, gorros, cartas náuticas, insignias y diarios de abordo que narran una vida llena de aventuras y disciplina.
Además, cada año se organiza un encuentro de antiguos marineros en el pueblo, donde se comparten historias, se celebran misas en memoria de los caídos y se mantiene viva la llama de esta conexión tan singular entre un pueblo sin mar y la gran familia naval.
La historia de Alija del Infantado es la prueba de que el mar no solo pertenece a los pueblos costeros. También en lo profundo del interior peninsular pueden nacer marineros valientes, decididos a surcar océanos con la bandera de España en lo alto.
En este pequeño rincón leonés, donde el horizonte está hecho de campos y campanarios, los sueños siempre han mirado al mar. Y gracias a ellos, Alija del Infantado ha escrito, desde tierra firme, una de las páginas más curiosas y admirables de la historia naval española.