Monumento al general Emilio Mola en el municipio burgalés de Alcocero de Mola, monumento al general Juan Yagüe en la localidad soriana de San Leonardo de Yagüe, y señal de entrada al municipio vallisoletano de Quintanilla de Onésimo, en un montaje de EL ESPAÑOL

Monumento al general Emilio Mola en el municipio burgalés de Alcocero de Mola, monumento al general Juan Yagüe en la localidad soriana de San Leonardo de Yagüe, y señal de entrada al municipio vallisoletano de Quintanilla de Onésimo, en un montaje de EL ESPAÑOL ICAL

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Tres pueblos y un mismo dilema: la herencia franquista que el Gobierno quiere eliminar en Castilla y León

La aprobación por parte del Ejecutivo de un nuevo decreto para elaborar un catálogo de vestigios vinculados a la dictadura, con el objetivo de retirarlos o resignificarlos, ha vuelto a poner el foco en tres pequeños municipios de la Comunidad.

Más información: La demolición del colosal monumento a Onésimo Redondo que presidió el cerro de San Cristóbal durante 55 años

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En la vasta meseta castellana, donde la historia se escribe en piedra y silencio, hay pueblos cuyo propio nombre encierra capas de pasado que no siempre se eligen. Son lugares tranquilos, rodeados de bosques, cereal o viñedos, donde la vida diaria poco tiene que ver con los grandes capítulos de la política nacional.

Sin embargo, algunos de esos municipios arrastran una huella que no nace de la tradición local, sino de decisiones tomadas en otro tiempo, en despachos lejanos y bajo un régimen que utilizó la geografía para dejar su propio relato grabado en mapas, documentos y señales de carretera.

La aprobación por parte del Gobierno de España de un nuevo decreto que permitirá elaborar un catálogo estatal de vestigios franquistas, con el objetivo de retirarlos o resignificarlos, ha vuelto a poner el foco en tres pequeños municipios de Castilla y León cuyos nombres siguen rindiendo homenaje a figuras clave de la sublevación del 18 de julio de 1936 y del franquismo. Quintanilla de Onésimo, San Leonardo de Yagüe y Alcocero de Mola afrontan ahora un debate que rebasa la mera cuestión nominal.

El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Tores, cifró en unos 4.000 los elementos pendientes de revisar y anunció que, para gestionar este proceso, se constituirá una comisión técnica, integrada por 15 historiadores, expertos y representantes autonómicos, que se reunirán cada 15 días con el objetivo de revisar y actualizar el listado de los elementos.

El catálogo abarcará edificios, escudos, insignias, placas o cualquier otro objeto adosado a edificios públicos o situado en la vía pública que realce la sublevación militar, la dictadura franquista o sus dirigentes, así como nombres de calles, plazas o municipios, y, en el caso de que finalmente incluyese a estos tres pequeños municipios de la Comunidad, podrían verse obligados a cambiar sus nombres décadas después.

Los tres pueblos comparten una característica singular: sus denominaciones actuales no nacieron de la tradición, sino de decisiones adoptadas por el franquismo para exaltar a Onésimo Redondo, Juan Yagüe y Emilio Mola, protagonistas esenciales del golpe de Estado que desembocó en el inicio del régimen del general Francisco Franco. El tiempo ha asentado esos nombres en el habla común, pero no ha borrado su origen ni las implicaciones simbólicas que arrastran.

Quintanilla de Onésimo

El viaje comienza en la Ribera del Duero vallisoletana, donde se alza Quintanilla de Onésimo, un pueblo rodeado de viñedos y bodegas que durante siglos se llamó Quintanilla de Abajo. Su nombre actual se impuso en 1941, cuando el dictador Francisco Franco decidió homenajear a Onésimo Redondo, dirigente falangista nacido en la localidad, muerto en 1936 y convertido por la propaganda del régimen en símbolo de martirio patriótico.

Onésimo Redondo es considerado el fundador del primer grupo de inspiración fascista en España. Nacido el 16 de febrero de 1905, después de pasar una infancia entre campos y viñedos en su Quintanilla de Abajo natal, hoy Quintanilla de Onésimo, se trasladó a Valladolid en 1919 –con solo 14 años– tras lograr una beca para cursar estudios de Bachillerato en el Colegio Nuestra Señora de Lourdes, donde recibe una educación religiosa que marcaría su pensamiento.

En julio de 1931 fundó las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica (JCAH), el primer grupúsculo protofascista de la historia de España, si bien incluía las características particulares del pensamiento de Onésimo, con una influencia del catolicismo y el agrarismo. El 10 de octubre de 1931, las JCAH se fusionaron con el grupo madrileño de Ramiro Ledesma conformando las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), el primer grupo que asumió el nacionalsindicalismo como ideología.

El 29 de octubre, en Madrid, José Antonio Primo de Rivera –hijo del exdictador Miguel Primo de Rivera y editor de la revista 'El Fascio'– fundó Falange Española en Madrid, un nuevo grupo de inspiración nacionalsindicalista. Los contactos de las JONS con Falange fueron constantes durante los meses siguientes y desde el principio se habló de una posible fusión, que se terminó haciendo efectiva el 4 de marzo de 1934, en un acto celebrado en el Teatro Calderón de Valladolid que dio origen a Falange Española de las JONS.

El 18 de julio de 1936 produjo el golpe de Estado, liderado por Emilio Mola y José Sanjurjo, y Falange Española de las JONS apoyó activamente el pronunciamiento. José Antonio había sido detenido y encarcelado en marzo de 1936, acusado de tenencia ilícita de armas, y el 20 de noviembre de 1936, ya iniciada la guerra civil, fue fusilado en la cárcel de Alicante.

El destino de Onésimo Redondo fue similar. El dirigente vallisoletano llevaba encarcelado desde el mes de marzo de 1936, acusado de conspirar contra la Segunda República, pero había sido liberado en julio tras producirse el golpe de Estado. Tras su puesta en libertad, dirigió a una columna de militantes falangistas que tenía Madrid como objetivo pero a su paso por el municipio segoviano de Labajos, tras confundir a un grupo de milicianos anarquistas con miembros del bando nacional, cayó abatido a tiros el día 24 de julio de 1936.

El 13 de junio de 1941, finalizada la contienda, sus restos fueron trasladados a un imponente mausoleo en el Cementerio del Carmen de Valladolid, donde aún descansan a día de hoy, y, al mes siguiente, se renombró a su localidad natal, Quintanilla de Abajo, como Quintanilla de Onésimo, nombre que mantiene en la actualidad. Además, se construyó un monumento conmemorativo en el lugar en el que fue abatido en Labajos.

Hoy, el apellido de la localidad permanece incrustado en la identidad municipal, aunque no sin controversia. Paseando por sus calles, se percibe una dualidad que muchos vecinos expresan con palabras sencillas: para unos, el nombre es parte de su historia cotidiana; para otros, es un anacronismo que debería corregirse en virtud de la memoria democrática.

El cambio, sin embargo, está lejos de ser un asunto menor. Técnicamente implicaría modificaciones en registros, direcciones, señalización y documentación. Y más allá de lo administrativo, emerge una cuestión que divide opiniones: ¿es un pueblo menos pueblo si recupera su nombre tradicional? ¿O es precisamente al hacerlo cuando se reencuentra con su historia real?

San Leonardo de Yagüe

En la provincia de Soria, entre extensos pinares, se encuentra San Leonardo de Yagüe. Su caso es especialmente complejo. El apellido del general Juan Yagüe, conocido por su papel en la sublevación militar y en la represión posterior como la matanza de Badajoz, fue añadido al nombre del municipio a mediados del siglo XX. El general había nacido en el pueblo y el régimen quiso perpetuar su figura asociándola de forma directa al lugar.

Yagüe nació el 19 de noviembre de 1891 en San Leonardo en el seno de una familia muy humilde. Ingresó con apenas 17 años en la Academia de Infantería de Toledo, donde coincidió con Francisco Franco y otros futuros líderes del bando nacional. Su carrera militar despegó en las guerras de Marruecos: participó en combates decisivos como Taxdirt (1921) y el Desembarco de Alhucemas (1925), ganando varias condecoraciones y ascendiendo rápidamente hasta convertirse en uno de los oficiales más prestigiosos y carismáticos del Ejército de África.

En la Guerra Civil Española fue uno de los comandantes más eficaces del bando sublevado. Al mando de las columnas del Ejército de África, conquistó Sevilla, tomó Badajoz el 14 de agosto de 1936, donde la brutal represión posterior le valió el apodo de 'Carnicero de Badajoz', liberó el Alcázar de Toledo, avanzó por Extremadura y el Tajo, y en 1938 rompió el frente republicano en Aragón hasta alcanzar el Mediterráneo en Vinaroz, cortando en dos la zona leal.

Aunque fue destituido temporalmente por Franco tras unas declaraciones críticas, volvió al frente y dirigió el Cuerpo de Ejército Marroquí en la ofensiva final sobre Cataluña. Tras la victoria fue Capitán General de la VI Región Militar, ministro del Aire (1939-1940) y alcanzó el cargo de teniente general. Falleció el 21 de octubre de 1952 en su pueblo natal, que desde ese año lleva en su honor oficialmente el nombre de San Leonardo de Yagüe.

En este pequeño municipio soriano, la discusión ha sido constante en las últimas décadas. Hay familias que siguen vinculando el nombre del general a mejoras materiales que se desarrollaron durante los años del franquismo y lo consideran parte de la identidad local; otras ven en el topónimo un homenaje incompatible con los principios democráticos actuales.

La localidad ha vivido incluso episodios judicializados que han influido en el debate. A diferencia de otros pueblos, una resolución anterior aceptó la permanencia del apellido en base a su supuesto carácter de recuerdo local, lo que ahora podría entrar en conflicto con los futuros criterios del catálogo estatal. En San Leonardo, el debate no se expresa con estridencias, pero está presente en el día a día, en las conversaciones pausadas que surgen a la salida de las tiendas, en los comentarios del mercado y en la cautela del consistorio ante cualquier movimiento.

Alcocero de Mola

La ruta continúa hacia Burgos, donde el pequeño municipio de Alcocero de Mola ofrece uno de los casos más evidentes de toponimia franquista. Antes de 1937, el pueblo era simplemente Alcocero. La muerte del general Emilio Mola en un accidente aéreo cercano al municipio llevó al régimen a rebautizarlo con su apellido como forma de homenaje.

Emilio Mola Vidal nació el 9 de julio en Placetas (Cuba), entonces provincia española, hijo de un oficial de la Guardia Civil y una cubana, en un contexto familiar dividido por la Guerra de Independencia de Cuba. Ingresó en 1904 en la Academia de Infantería de Toledo, donde se formó como oficial, y pronto se destinó a Marruecos, donde participó en campañas como las de Melilla (1909) y el Desembarco de Alhucemas (1925), resultando herido varias veces y ascendiendo rápidamente por méritos de guerra hasta general de brigada en 1927.

Casado con Consuelo Bascón y padre de cuatro hijos, su carrera incluyó mandos en Larache y Melilla, y en 1930 fue nombrado Director General de Seguridad bajo la Dictadura de Primo de Rivera, donde reorganizó la policía pero aplicó una represión dura contra republicanos y estudiantes, lo que le granjeó antipatías. Tras la proclamación de la Segunda República en 1931, fue destinado a Pamplona, y su implicación en la fallida conspiración de Sanjurjo (1932) le valió prisión y separación del servicio activo, aunque fue readmitido en 1934.

Considerado un militar intelectual y conservador, Mola se convirtió en el cerebro del golpe de Estado de julio de 1936 contra la Segunda República, apodado 'El Director', planeando la sublevación que desencadenó la Guerra Civil. Durante la contienda, Mola asumió el mando del Ejército del Norte tras la muerte de Sanjurjo en un accidente aéreo, dirigiendo operaciones clave como la conquista de Guipúzcoa y Vizcaya, y promoviendo la represión brutal contra republicanos.

Sin embargo, el 3 de junio de 1937, su avión Dragon Rapide se estrelló en el cerro del municipio burgalés de Alcocero posiblemente por niebla o sabotaje, aunque nunca investigado a fondo, causando su muerte junto a otros cuatro ocupantes y allanando el ascenso de Franco al liderazgo único del bando sublevado.

En 1939, el dictador inauguró en el lugar del accidente el Monumento al General Mola, una imponente estructura de 20 metros de altura con arcos dedicados a las víctimas, graderío, torre-mirador y un altar, construida en solo dos meses por presos republicanos y vecinos forzados de la zona.

Este recinto, polémico por su origen represivo y su exaltación del franquismo, ha sido objeto de controversia bajo las Leyes de Memoria Histórica (2007) y Democrática (2022): pese a demandas para su demolición desde 2016, permanece en pie, abandonado y deteriorado, con el pueblo renombrado Alcocero de Mola, aunque persisten debates locales y judiciales sobre su retiro definitivo. Con su estructura de piedra imponente, constituye uno de los monumentos franquistas más llamativos que todavía permanecen en pie.

Para muchos vecinos, el monumento es un elemento que siempre ha estado ahí, tan integrado en el paisaje que apenas se repara en su origen. Para otros, es un recordatorio evidente de una época que debería resignificarse o desaparecer del espacio público. Si el catálogo estatal lo incluye como vestigio a retirar, Alcocero de Mola podría enfrentarse a una transformación especialmente visible que iría más allá de su nombre.

La toponimia y la memoria

Los tres casos obligan a reflexionar sobre el papel del espacio público como soporte de memoria. Un nombre no es solo una etiqueta administrativa: configura identidad, marca territorio y transmite un relato. En estos municipios, el relato que se transmite es el que quiso imponer un régimen que utilizó la nomenclatura como forma de legitimación política.

Con el paso de los años, los ciudadanos han interiorizado esos nombres, pero el origen sigue siendo inequívoco. La cuestión que se plantea ahora es si la permanencia de estos topónimos constituye una forma indirecta de mantener la simbología franquista o si su uso cotidiano los ha vaciado de significado político.

El impacto del decreto

El nuevo catálogo estatal aspira a establecer criterios uniformes sobre qué se considera vestigio franquista y qué no. Si los tres nombres son incorporados al listado, los municipios deberán iniciar un proceso de revisión que puede desembocar en su modificación.

Esto obligaría a los ayuntamientos a evaluar costes, plazos, medidas técnicas y procesos de consulta. A pesar de la carga administrativa, la experiencia de otros municipios que ya han revertido nombres franquistas señala que la transición suele ser asumible cuando existe un marco legal claro. Pero más allá de lo práctico, el cambio tendría un fuerte valor simbólico: marcaría un cierre institucional a un episodio de la historia española que sigue siendo objeto de debate público.

Quintanilla de Onésimo, San Leonardo de Yagüe y Alcocero de Mola se encuentran en una encrucijada donde convergen historia, identidad y memoria democrática. Lo que ocurra en ellos tendrá repercusión más allá de sus límites municipales, porque formarán parte de un proceso estatal más amplio de revisión de la simbología vinculada al franquismo.

Sea cual sea el desenlace, los próximos meses serán decisivos. En estos tres pueblos, donde la vida late a ritmos tranquilos, la historia vuelve a abrir una página que aún está lejos de cerrarse.