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Región

La ‘Ruta del bakalao’ en las discotecas salmantinas de los noventa

26 mayo, 2018 14:04

El concierto de Chimo Bayo en el Festival Internacional de las Artes de Castilla y León, Fàcyl 2018, ha devuelto a Salamanca temporalmente a los años noventa, a la movida salmantina donde su peculiar ‘Ruta del bakalao’ se imponía a otros estilos musicales y el dance imperaba en noches de fiesta interminable. De hecho, hace un cuarto de siglo era posible salir de fiesta de lunes a lunes, todas las noches en diferentes puntos de la ciudad, algo impensable en la actualidad, con una movida reservada de jueves a domingo y donde el reguetón y el electro latino se han adueñado de las pistas.

En tiempos de Chimo Bayo la fiesta se repartía por diferentes zonas del casco histórico de Salamanca. En la plaza de San Justo estaba Fresas, donde entonces sonaban Hombres G y grupos del estilo. Hoy es la sala Potemkim. Sí, el local donde ahora suena el rock y el punk más duro, entre otros estilos guitarreros, era el lugar más pijo de Salamanca. Eso sí, en competencia con Limón y Menta, en la calle Bordadores (hoy Khandavia, antes Cottom Blue); It’s, en la calle Toro (hoy La Posada, antes Garamond Disco); y Tito’s, en Íscar Peyra (hoy cerrado tras ser Morgana y después Gallery). Eran tiempos de consumiciones a 200 y 300 pesetas (no más de dos euros en la actualidad), cuando se salía de fiesta con 5.000 pesetas y se regresaba a casa con vuelta. Ahora, 30 euros apenas duran cinco minutos para pagar una ronda entre amigos.

Con la irrupción de la música disco y su evolución hacia la música electrónica, el denominado ‘bakalao’, la juventud comenzó a abarrotar locales como Pachá (desaparecida tras transformarse en una clínica veterinaria), en la avenida Reyes de España, donde los jóvenes bailaban junto a hologramas luminosos, Darka (ahora un restaurante) en Íscar Peyra, Naus en la calle Rodríguez Fabrés (ahora es un gimnasio), Satélite en María Auxiliadora (el que después fuera el polémico ‘after’ PK2) o María, en la avenida de Mirat (ahora es una inmobiliaria). Dj’s como Mulero, Cristian Varela, Quique Tejada o Toni Peret (estos dos últimos creadores del Max Mix y los megamixes de los discos recopilatorios) pasaron por algunas de sus cabinas.

En la zona de Bordadores y la plaza de Monterrey, junto a los actuales y supervivientes Camelot y La Hacienda, estaban el Central Park (ahora Capitolium) y el Bogart (ahora Music Factory tras ser también Trastévere), y cerca de allí se encontraban Apotheka (La Perla Negra) y Gaudeamus (donde se rodaron escenas de la película ‘Tuno Negro’), e incluso la chupitería BAR, Bebidas Alcohólicas Reunidas, ahora un local de venta de comida rápida a través de máquinas expendedoras.

Mientras, la Gran Vía era la zona ‘on’: Portón, Callejón y Avalon. La música electrónica también se fue adueñando de algunos de estos locales bajo la influencia del Medievo (ahora Murphy’s Law), en la confluencia con la calle Marquesa de Almarza, y sobre todo del Aracne (ahora Barvel), junto al cruce con San Justo, también posteriormente el Jumanji (Peter’s). El ‘bakalao’ se cortaba allí en el Submarino, junto al actual Paki Palla, al inicio de San Justo hacia la plaza del Bretón. Allí sonaba la mejor música dance del momento y las colas para entrar eran interminables, daban la vuelta a la esquina hasta casi el cruce con Varillas. Las chupiterías de esa calle y locales como Daniel’s y Pluto’s eran también un lugar de reunión de technoadictos. Y cerca de allí La Puré (ahora Atahualpa).

Para los más pipiolos estaba Number One, la evolución vespertina de Disco Atenas, en la plaza de España, cuyo edificio ha sido recientemente derribado. Allí se juntaban los adolescentes en los años noventa por la tarde, pues era una disco ‘light’ (no se vendía alcohol), donde se podía entrar con catorce y quince años. Allí sonaba Chimo Bayo, Paco Pil, la música ‘dance’ que lo petaba, que era número uno en Los 40 Principales o en el programa It’s your time de Onda Cero, cuando la música electrónica era protagonista en las cadenas de radio de ámbito nacional y en horario de máxima audiencia.

Pero entonces llegó Morgana, con sus dos plantas, sus amplias pistas de baile, sus diferentes ambientes toda la noche, y se convirtió en el local de moda, donde cientos de jóvenes no paraban de escuchar los bombos y melodías más vanguardistas. El ‘chunda chunda’ que se decía despectivamente. La música electrónica se adueñó entonces de la fiesta salmantina como una reacción en cadena, hasta que en los albores del siglo XXI dominara la escena musical Garamond Disco, en la calle Toro.

Fueron años incluso de grandes fiestas en el pabellón Würzburg, con los discjockeys más importantes del panorama nacional. También en el extrarradio de Salamanca. Destacaban La Nave y El Barco, este último sobre el río Tormes anclado junto al paseo fluvial. Pero al igual que este navío, destruido por un incendio, la música electrónica fue desapareciendo de los pubs y discotecas charros, evaporándose cual cenizas sin rescoldo. El progreso de la sociedad y otras circunstancias secundarias relegaron a esta música a un rincón, pero eso ya es otra historia.