Valladolid ha vuelto a acoger la celebración del Concurso Nacional y Mundial de Pinchos
La mejor tapa nacional está otro año más en Valladolid
Las gentes de un sitio son lo que hacen marca ciudad, así que pensemos en impulsar el bienestar de los ciudadanos porque no hay mejor embajador que aquel que habla bien, de manera orgánica, sobre algo o alguien.
Se nos llena el pecho de orgullo durante los días del Concurso Nacional y Mundial de Tapas cuando realmente deberíamos hacerlo todo el año. No me canso de decir que Valladolid es la ciudad de España en la que mejor se come, la más completa en oferta gastronómica y con la mejor relación calidad-precio.
Aquí las tapas se pagan porque llevan tiempo, carácter y creatividad. No esperes pedir un vino y comer gratis. No somos eso ni lo queremos ser. Porque como en casi todo, lo que no se remunera, carece de valor.
El refranero español es una maravilla y cuando se dice que “unos se llevan la fama y otros cardan la lana”, así es. Puede que San Sebastián sea la primera ciudad que se te viene a la cabeza cuando se habla de pinchos. Pero, sin quitarle mérito, es el producto en lo que se basan.
La elaboración de los pinchos en Valladolid, además de priorizar un producto diferencial, cuenta con evolución y estructura en los procesos y emplatados. Te podrán gustar más o menos, pero están perfectamente justificados.
Se dice que nadie es profeta en su tierra, pero por segundo año consecutivo el premio a la mejor tapa nacional se queda en casa y el restaurante Habanero taquería se consagra (ya ganó Alejandro San José en 2021) con un anillo crujiente de maíz relleno de lechazo guisado. El premio Internacional se lo lleva el australiano Andrea Vignali y lo podéis probar en El Corregidor. Para seguir con la ruta de galardones, tenéis que pasar por Sala 20, El Originario, Moka y Las Kubas.
No me sorprende que Paco Morales se haya ido con una más que buena percepción de la cocina vallisoletana y la calidez y empatía de los pucelanos. La mala reputación que tenemos cambia inexorablemente cuando pisas la plaza Mayor o te das una vuelta por la Catedral.
Y es que nuestro carácter está evolucionando, muy a la par de la gastronomía y la cultura vitivinícola. Lo de mirar por encima del hombro ya no es una seña de identidad de la capital. Ahora somos más de compartir vinos y echar unas risas en cualquier terraza agradable. Las gentes de un sitio son lo que hacen marca ciudad, así que pensemos en impulsar el bienestar de los ciudadanos porque no hay mejor embajador que aquel que habla bien, de manera orgánica, sobre algo o alguien.