No sé qué tienen los autócratas con los retoques faciales que conforme más se les ve el puño de hierro más se les pone la cara de porcelana. Putin hace años que parece una matrioshka, después estaba Gadafi, que parecía que a su cirujano le pagaba el enemigo o Cristina Fernández de Kirchner que, conforme más hambre dejaba en Argentina, más se le hinchaba el rostro. Hay algo psicológico en ver cómo se corrompe el alma y tratar de disimularlo por todos los medios en el rostro. Ese intento de salvar el pellejo estirándolo.

A Pedro Sánchez le pasa algo en el rostro. Está demacrado y nadie podrá decir que es de tanto trabajar. Si uno pensase mal diría que nos lo han cambiado los servicios de inteligencia por un doble de Ali Express: la pregunta es cuál de todos, porque lo mismo podría ser el de Marruecos, que el de Venezuela que el de cualquiera de los sátrapas con los que se ha ido arrinconando a la izquierda del mundo. A Pedro Sánchez le pasan muchas cosas y ninguna buena últimamente. Su mujer tiene más delitos imputados de los que tuvo el Dioni en su día, su hermano no está mejor, a él no le invitan a Washington y no pinta ya nada en el panorama internacional. Ha pasado de ser el presidente bonito de Ursula von der Leyen a un leproso político con el que todos prefieren mantener las distancias.

Y así está Pedro, solo con sus soledades. Veintidós ministerios y nadie alrededor. Nadie que le diga que lleva la misma camisa que ayer y que antes de ayer y curiosamente la misma que en los incendios de 2022. Nadie que le aconseje. Un millar de asesores en La Moncloa y nadie que le diga que llevar la misma camisa a todos lados da aspecto de sucio. Pero es que el sanchismo es un movimiento ideológico sucio con poca originalidad. Por eso Pedro, camisa vieja, sanchista de primera hora, ha decidido que al movimiento le hacía falta un uniforme y eso va a ser una camisa verde y rostro de porcelana.

Camisa verde para ir a visitar incendios en Castilla y León, en Galicia y en Extremadura. Camisa verde para tratar de que la historia no sepa si a Pedro Sánchez se le quemó una o dos veces España porque resulta que ni siquiera estaba hecho de teflón como sospechaba 'The Times'. Camisa verde bilis para disimular la que le sube cuando un agricultor desolado le canta las verdades del barquero entre las cenizas de lo que ha arrasado el fuego. Camisa verde militar para un hombre sin formación, ni experiencia, ni galones, que cada vez que la cosa se pone difícil huye y pide a sus tropas que le cubran la retirada. Verde que te quiero verde, porque Pedro sólo quiere a Sánchez. Camisa verde de la esperanza en mantener el poder a cualquier precio.

Aquella "camisa blanca de mi esperanza", que era España, hoy ya es sólo una camisa verde que el presidente se pone y se quita, que el presidente no se arremanga.