Esta sensación de desamparo, esta certeza de soledad. Este quedarnos callados mientras se queman los campos y ellos escurren responsabilidades como quien llora ante un juez su inocencia y la justifica toda en su incapacidad. Resulta que de incapaces están llenos los ejecutivos. Este escurrir las competencias de todo lo quemado... Lo mío empezaba dos lindes más allá. Da igual Gobierno central que autonomías, da igual quién gobierne en Moncloa y quién en el Colegio de la Asunción o en San Telmo, lo mismo me da un partido que su opuesto.
Lo curioso es que cuando a España le aprietan las costuras los desastres, cuando la tragedia viene grande como en Valencia o ahora, que tenemos Castilla y León, Andalucía y Galicia en llamas, el Gobierno se vuelve invisible. No por el signo político de las comunidades donde han ocurrido los últimos desastres, habría que ser muy cainita para siquiera pensar eso, sino porque el Gobierno está desnudo. Hay una incomparecencia evidente, mientras el ministro de Transportes hace su diagnóstico en Twitter y resulta que siempre es culpa de los demás.
Tantos impuestos, tanta persecución de Hacienda, tantos radares, tanto registrar a las gallinas, tanto prohibir la entrada de los coches de los pobres en el centro de la ciudad, tanto declarar los Bizum, tanta tasa de basuras, tanto tapón con correa para que no se escape de la botella, tanto molinillo eólico, tanto panel solar... para nada. Sus impuestos y los míos sirven para crear comisiones en el Congreso de los Diputados que no llegan a ninguna conclusión, para pagarles el sueldo puntualmente mientras todo arde, sirven para dirimir responsabilidades, sin que nadie se haga responsable al final. Pero no sirve para tener unas brigadas de forestales dignas y bien pagadas todo el año, ni para que llegue la ayuda humanitaria a Paiporta antes que a Palestina.
Lo fácil es gobernar cuando no ocurre nada, cuando lo único que hay que hacer es subir el salario mínimo para pasar del tramo del IRPF a los que menos cobran y así que el Gobierno ingrese más. Lo fácil es administrar la tranquilidad gravando a los autónomos, a los que invierten, a los que ahorran, a los que tienen algo, a los que intentan prosperar.
Lo difícil, porque hasta ahora no lo hacen, es estar cuando se necesita al Gobierno, cuando se necesita un único mando, más efectivos, una previsión de meses y de años para evitar desastres y no promesas electorales que ninguno cumplirá. Para cualquier otra cosa que no sea ésta, para qué queremos una administración sobredimensionada y fofa... Para qué queremos ministros si lo único que saben es poner tuits haciendo bromas que hasta un niño comprende que son de mal gusto con tal de obtener algo de rédito electoral.
Cualquiera diría, viendo el calibre de los desastres y la incomparecencia de las administraciones, que vivimos en un Estado fallido y preferimos mirar para otro lado.
Pero mientras tanto aquí andan repartiéndose las culpas desviando toda la atención de la única verdad, que ministra de medio ambiente y consejeros varios le tienen más miedo a Greenpeace que a los incendios. Por eso le hacen caso a los ecologistas que si han visto un campo desde la ciudad será porque es de fútbol, en vez de escuchar a agricultores y ganaderos que son los que saben realmente, porque pisan el terreno cada día, cómo se puede evitar esto.
Veintidós ministerios y ninguno de guardia. Se le echa la culpa al cambio climático y a seguir tirando. La buena noticia es que ya han detenido el cambio climático... Veinticinco pirómanos en estos días para ser exactos.