La supresión de paradas de los trenes de alta velocidad en Castilla y León, tras la petición del alcalde de Vigo, se ha convertido en una navaja multiusos en el cenagal de la política española. Es a la vez arma y herramienta perfecta: sirve para atornillar a la oposición y para despedazar a un PSOE zurcido de retales de España. Es, al mismo tiempo, muelle de popularidad y abrelatas populista.
Para la Junta de Castilla y León, Vox y hasta Podemos (la política une siempre por los enemigos comunes), la decisión de Renfe es leña de encina para alimentar su fogosa oposición al Gobierno de Pedro Sánchez. Cualquier supresión de servicios en el extenso, disperso, despoblado y agonizante mundo rural aguanta de maravilla la primera lectura facilona y un puñado de buenas manifestaciones. Llega siempre antes que la argumentación, como un miserable ataque más al futuro de unas tierras con el porvenir dudoso y el horizonte en los cementerios. Ya sucedió con los centros de salud, las ratios de la escuela rural, las carreteras comarcales y las entidades bancarias. Es imposible un debate razonado sobre cómo mantener los servicios públicos ante la despoblación y el envejecimiento de nuestros pueblos sin caer en una demagogia efectista que llena titulares, pero no soluciona problemas.
Suele suceder, entre los gestores públicos del siglo XXI, que las explicaciones avivan las llamas en vez de ahogar el fuego. Yesca fueron las palabras de Renfe desdeñando por número a los ciudadanos que utilizan las paradas eliminadas, pasando de largo (como los trenes por Medina del Campo o Puebla de Sanabria) por la función de servicio público y de cohesión territorial que deben tener las empresas controladas por el Estado.
Pero, al margen del esperado rifirrafe político, esta crisis de las paradas del AVE está evidenciando, una vez más, la falta de cohesión y de proyecto de país que tiene el actual PSOE sanchista. En unos pocos días, la decisión ha ido resquebrajando por capas la unidad del PSOE cebolla. Por primera vez, el nuevo secretario autonómico, Carlos Martínez, ha llevado la contraria a la burbuja de Ferraz. Hay tantos PSOEs como territorios: esa es la España federalista que proponen desde Madrid. Que cada uno libre su propia batalla.
Esta semana entraba el ministro Óscar Puente en el esperpento. Y el duelo ferroviario se convertía, de súbito, en un lance por la popularidad socialista. Solo podía negarse Óscar Puente a la petición del alcalde de la Navidad y las mayorías absolutísimas, rara avis en un PSOE acostumbrado a la minoría. Solo podía salir Puente, salvador y empático, a negarle a Abel Caballero que siga la doctrina egoísta que promueven desde La Moncloa. “¿Quién es más querido, Abel o yo?”, es lo que pregunta al espejo de su despacho.
Este lunes, anunció Puente la vuelta de una de las frecuencias a Medina del Campo. Si esto es un duelo de egos socialistas y una lucha interna de poder, los municipios que luchan por mantener sus paradas están de suerte.