Hay quien ya no sabe qué hacer para llamar la atención y sentirse por un momento importante, esa búsqueda constante del minuto de gloria. La satisfacción personal conseguida al comentar desde el sofá de tu casa, con los dedos manchados de ganchitos marca blanca tecleando con rabia en cualquier red social una opinión infundada, totalmente innecesaria e irrelevante sobre el tema que esté perfectamente orquestado en el telediario de turno, es excesivamente habitual. Si hubiese que pagar por cada dictamen, nos ahorraríamos leer tantas tonterías. Desconozco si la gente critica porque odia su vida y tiene que canalizar la rabia contenida, o si les hace bien el dar rápido una opinión para posicionarse y por fin ser los primeros en algo. En cualquiera de los casos, la gente opina por encima de sus posibilidades.

Algunos grupos de música de este país han pecado esta semana de imprudentes. Y sus fans detrás, claro. De querer demostrar que están del lado de los buenos, de gritar “Palestina libre” y enorgullecerse con que no van a tocar en según que sitios. Menos mal que la memoria es corta, porque a ver de qué va vivir tanto músico sin espacio, promotor ni discográfica que les pague. Porque de lo que no se han dado cuenta, a la vista está, es que la mayor parte de la industria es de diferentes fondos de inversión que, a su vez, tienen negocios por todo el mundo. Israel y Palestina incluidos. Tampoco se han dado cuenta de que ya no llenan tantas salas y que viven del directo y el merchandising.

Para ser 100% coherentes, quizá deberían cancelarlo todo y dedicarse a otra cosa. Y a sus fans, ¿qué van a pedirles? Quizá les exijan que dejen de trabajar como directivas en BBVA o les echan en cara que su sueldo del Carrefour está manchado con sangre ajena. Si se van a poner puristas, quizá también deberían dejar de llevar a sus hijos a PortAventura, repostar en Repsol o distribuir su música en Spotify. Vamos, que deberían dedicarse a cultivar un huerto y autoabastecerse. Porque nos guste más o nos guste menos, vivimos en un mundo globalizado. Aquí entra en juego la hipocresía y la doble moral, un mensaje anticapitalista sin fundamento. Es fácil ser revolucionario tecleando desde tu iPhone.

No hay que ser muy listo para estar en contra de una guerra, sea la que sea. Cualquier persona con un mínimo de humanidad lo está. Como decir que estás en contra de esclavitud, es de perogrullo. Lo de utilizar a los músicos para manipular a la sociedad (ya sea Eurovisión o el festival que sea) me rechina. Me molesta casi tanto como que sigamos comprando y vendiendo armas a Israel desde el gobierno.