Si Hannibal Lecter compareciera ante los medios para despotricar del canibalismo, debiera contar con la misma credibilidad que Salvador Illa pregonando que está en contra del fraude. El primero es un personaje de ficción. El segundo lo parece, pero resulta que preside la Generalitat de Cataluña, fue ministro de Sanidad y dicen que cuenta con conocimientos filosóficos.
En el mundo del guion, “la biblia” viene a ser el documento previo a la escritura de los capítulos, donde se recogen algunas coordenadas básicas de esa serie que se proyecta. En esa biblia, al personaje Illa los guionistas lo licenciaron en Filosofía. Supongo que eso restaba verosimilitud en ciertas tramas, pero quizá lo decidieron así, porque la mezcla de géneros audiovisuales a veces propicia sugerentes sorpresas: debieron intuir que los aspectos tragicómicos, entreverados de surrealismo, quedarían mejor resueltos.
Aludo a Illa porque la semana pasada, en la entrega de los Premios Ortega y Gasset, nos anunció: “La desinformación es una de las mayores amenazas de nuestra época”. No discrepo de la afirmación, pero sí discrepo del afirmante. Llámenme raro, pero yo sospecharía de quienes amenazan justo con aquello que llevan años impulsando al por mayor. Y, en ese sentido, los `Sánchez boys´ y las `Sánchez girls´ trabajan con denuedo en esa factoría de la falsificación y el simulacro. Para más inri, Illa añadió: “No existen verdades y medias verdades. Existen verdades y mentiras” (5-5-2025). Sin embargo, este mismo señor, con su mismo flequillo al viento, es el que durante su investidura como president había señalado: “La verdad en una política democrática la dan los ciudadanos” (8-8-2024). Comprenderán que vislumbre, en tan sesudo estadista, el surrealista poso tragicómico al que hacía mención.
Alguien podría replicar que los `Sánchez children´ no son los únicos que se empecinan en el engaño. Y yo estaría de acuerdo, pero añadiría un matiz, para que esa réplica no sea una excusa justificatoria de los Sánchez de turno. Cada cuál sabrá qué ha hecho por combatir las falsedades de unos, otros y los de más allá. Los hay que se ponen muy estupendos diciendo detestar las engañifas, y resulta que sólo detestan la engañifa de quienes les son ajenos, mientras muestran una simpar complicidad con la engañifa de quienes les son afines. Ese ejercicio sirve para ganarse alguna prebenda de aquellos hacia los que has sido fervoroso palmero. A quienes incurren en esas prácticas no les importa en absoluto la falsedad: lo único que les mueve es el ventajista sesgo que tienen en la cabeza, y la instrumentalización ideológica y/o dineraria de ese pringoso sectarismo.
Cuando alguien se lamenta de la generalizada impostura, convendrá por tanto discernir, no siendo que estemos ante un simple lloriqueo interesado: “dado que todo es mentira, voy a seguir aplaudiendo las mentiras que me gusta escuchar”, vendría a ser la divisa de quienes se mueven con esa coartada. Ante ellos, recordemos lo evidente: es la sanchitud la que hoy gobierna España. Cuando sean otros, serán otros a los que corresponderá pedir cuentas. Entretanto, es el sanchismo quien hoy dispone de todo ese engranaje mediático-institucional que acaba publicando en el BOE.
Sánchez es el primer responsable de cómo se parte y reparte la tarta presupuestaria; de cómo se cuidan o pisotean requisitos propios del Estado de Derecho; y de qué hace (y de qué se deja hacer) con tal de seguir aferrado a la presidencia. Sánchez preside un Gobierno y una forma de deteriorar la democracia. Y eso es algo que no puede obviarse, como no cabría obviar la trayectoria de un Hannibal Lecter que se autoproclamase vegano.