Son muchas las anécdotas que empiezan con un trayecto en tren. Viajar en tren tiene ese punto romántico del traqueteo de los vagones, las miradas que se cruzan y preguntar por el libro que está leyendo el de enfrente para acabar tomando una cerveza en la cafetería. Se dice que en las estaciones y en los aeropuertos es donde se dan los besos más sinceros. También se dice que quien te va a recoger, te quiere de verdad. O al menos, le importas. Que ya es algo en los tiempos que corren. Los reencuentros, las lágrimas de despedida, coger un tren de madrugada y aparecer por sorpresa en otra ciudad llamando a un telefonillo con el desayuno y la sonrisa de unos buenos días auténticos. Eso ya es nostalgia. Fueron buenos tiempos.
Los trenes en España ya no son ni románticos ni puntuales. Son incertidumbre, retrasos en salidas y, si tienes suerte y no te dejan tirado, poca certeza de la hora de llegada. Contradiciendo a Óscar Puente - no se puede escupir hacia arriba – estamos ante el peor momento de la historia del ferrocarril en España. Sacábamos pecho hace unos años con la puntualidad del AVE pero, por lo que sea, Renfe ya no te devuelve el dinero por el retraso a no ser que sea demasiado evidente.
Entonces, ¿para qué queremos en Valladolid una estación por 253 millones de euros? Si llegas tarde a trabajar a Madrid y hay colapsos de viajeros por supuestos boicoteos (¿de quién y con qué sentido?), ¿por qué van a mudarse? El llamado fenómeno silencioso Madrid-Valladolid, que no pasaba desde hace 25 años, ya no parece tan ilusionante.
El PSOE no gana para parches. Se les está hundiendo el barco con tanto disgusto y ya no saben cómo mantenerlo a flote. Lo de Begoña se tapa con lo de Ábalos, los deslices del ministro con rearme militar, los cargos a dedo para personas de “confianza” vagamente válidas con el sabotaje del cobre, a todo esto… ¿del hermano de Pedro Sánchez nos hemos olvidado? Vamos pasando la pelota de ministerio a ministerio y veremos a quién le estalla en la cara. Vaya 2025 se le está quedando al sanchismo.
La prisa no es elegante y los retrasos, menos. Pero qué va a saber Óscar Puente si no llega antes que nadie a ningún sitio y lo del retraso (si habéis interactuado por redes sociales con él, lo sabréis) viene de serie.