Hoy, que ya ha pasado el 23 de abril y lo que queda en Villalar son restos de lo que pudo ser: poca fiesta, poca diversidad y poca comunidad, conviene buscarse otra festividad en el calendario porque, como comunidad autónoma, parecemos un tanatorio. Algo así como un baile en el que no baila nadie; ni con la guapa, ni con la fea. Castilla y León, reinos más antiguos que España, tiene una crisis de identidad como esos adolescentes que se miran al espejo y no se reconocen a sí mismos después de tanto filtro en Instagram.

"Eso de los comuneros es asunto vuestro", dicen mis amigos de León como si la historia no fuese con ellos. El daño que ha hecho aligerar los libros de historia en las últimas décadas... La frase es como decir en Valladolid que Fernando I, el grande, o doña Urraca no tuvieran que ver con nosotros. O Isabel la Católica con ellos... Como si Tierra de Campos fuese una trinchera que parte España y su historia en dos.

Lo de Castilla y León, desde su origen es buscarle problemas a esta unión territorial porque no teníamos otros. Y es ahí donde afloran siempre los nacionalismos y los nacionalismos chicos, que son estos regionalismos nuestros. Nacionalismos pobres, hasta de espíritu. En vez de entender que éramos la comunidad autónoma más grande –por extensión– de España, hubo unos pocos que se dedicaron a hacer negocio con unas diferencias superfluas mientras los demás se lo contenían.

En las derrotas es donde se forja el carácter. Por eso Villalar no es mal símbolo: en Valladolid, en León, en la Salamanca de Maldonado, en Madrid, en Sevilla y al otro lado del Atlántico.

Los madrileños no se cuestionan el 2 de mayo, ni los extremeños el 8 de septiembre. Aquí podríamos elegir una virgen, que no sé si llegaría a obrar el milagro de que las nueve provincias se quedaran tranquilas y compartieran el sentimiento. Así que a falta de acuerdo, Villalar no está tan mal. No por lo que hay ahora, que dista mucho de lo que debería ser, sino por lo que representa para cualquiera que haya cogido alguna vez un libro de historia. Es el germen de la modernidad política. Es el símbolo de la importancia de dar esas batallas aunque estén perdidas. "¡Cada 23 de abril, / se alce tu cruz, comunero!"

Nada tan nuestro como una derrota. O cambiamos la mentalidad o de nada vale cambiar de festividad. Porque hay más épica en una derrota que en esta actitud de vivir a la contra todo el día con lo que pudimos ser, con lo que no seremos e incluso con lo que somos. Si no nos sirve un acto político con todo el significado que tuvo el que acometieron los comuneros, más allá de su derrota, no nos sirve ninguna hazaña para sentirnos nosotros mismos.