Castilla y León vuelve a ser esta Semana de Pasión: cenáculo, huerto de Getsemaní, fortaleza Antonia, palacio de Herodes, de Poncio Pilato, vía Dolorosa, Gólgota y Santo Sepulcro. En cada calle, rincón, plazuela o esquina, se vislumbra un pasaje evangélico. La Semana Santa en esta bella Comunidad es puro Evangelio en la calle.

Las celebraciones pasionales siguen conservando la estética de la Contrarreforma. España organizó, a través de las imágenes de la pasión de Cristo, de sus pasos y de las procesiones, una herramienta catequética para mover el alma y la compasión de los fieles. En Castilla y León se organizaron cofradías penitenciales, procesiones, se construyeron templos o hechuras de muchas de las más bellas imágenes que hayan salido jamás de la gubia de los imagineros.

Las escenas bíblicas se transformaron en pasos, alojados ya en las ciudades en sus magnos templos, como en las pequeñas aldeas, cuya iglesia, ermita u oratorio es casi tan modesta como poco más que un chozo de pastor.

La Semana Santa de Castilla y León, sus cofradías, sus pasos y sus ritos, son auténticamente asombrosos. Si recorremos ciudades, villas o modestas aldeas, podremos verificar que esculpidas se hallan en imágenes múltiples escenas bíblicas de la Pasión de Cristo.

Marcelo González, el célebre “don Marcelo”, que años más tarde asumió la sede primada de España en Toledo, pronunció en 1955 el Pregón de la Semana Santa de Valladolid. En aquella cita, y para recalcar la multitud de escenas bíblicas que se contienen en los pasos de la procesión general de Viernes Santo, enfatizaba así: “Es tal la colosal representación que si un día se quemaran los libros del Santo Evangelio, bastaría ella sola para que un nuevo Lucas Evangelista describiera otra vez la Pasión del Señor, sin omitir el detalle de sangre del Huerto de Olivos”.

Semana de Pasión en Castilla y León. En muchas ciudades y villas se organizan magnos desfiles procesionales. Pero siempre me han enamorado los singulares, como los de mi querida Medina de Rioseco. O Bercianos de Aliste, donde la Pasión no se representa, se vive. Ritual solemne y austero con capas pardas alistanas y el hábito que será compañero para la eternidad, como envoltura de mortaja. Como allá en Bercianos, algún día arropará mi cuerpo inerte el hábito del Santo Cristo de la Pasión riosecano. Así somos los cofrades.

Es literalmente imposible poner en valor los centenares de representaciones de la Pasión de Cristo en Castilla y León. Serían necesarios varios libros para narrarlas. No quisiera haber citado solo algunas y excluir a otras. Tomen las citadas como ejemplo, narradas además a tosco brochazo de trazo grueso.

Nuestras ciudades van añadiendo pasos y ritualidades diferentes en sus desfiles procesionales. Los más puristas dicen que nos “asevillanamos” y que añadimos palios y tronos. ¿Es un anatema incorporar otras formas de procesionar diferentes a la tradicional austeridad castellana?

Julio López Revuelta pronunció hace escasas fechas el pregón de la Semana Santa salmantina, uno de los mejores que he escuchado jamás. El pregonero zanjaba: “el mensaje de Dios no requiere más. Un crucificado y una Virgen María”. Para honrar a Cristo y a la Señora, no es lo sustancial si procesionamos sus imágenes en carroza, a hombros o a costal. O que el acompañamiento sea con cornetas y tambores o con banda de música. Se trata de mover el alma y que la religiosidad popular sea el “lugar teológico para la nueva evangelización”, como apunta el joven jesuita Daniel Cuesta.

Lo esencial es que cada año, cada primavera, cada cofrade seamos como Lucas y desgranemos el Evangelio por todo Castilla y León. Sea el Nuevo Testamento proclamado por rincones y plazuelas, transfigurados estos días en Getsemaní y calle de la Amargura hacia el Gólgota.