Nos juntamos mucho últimamente, no porque antes nos viésemos menos. Se nos agolpan las cosas que celebrar, la vida y ser adulto es darse cuenta de que con cada año que se cumple le sisan a uno horas del día. Antes tenían veinticuatro y ahora tienen veinte o veintiuna. Y nosotros treinta y dos y treinta y tres. Ya no tomamos una caña antes de cenar, como esa gente que dice que no se pueden usar vaqueros a partir de cierta edad. Llegamos con el tiempo exacto al restaurante y nos enredamos menos después.
Ayer hablábamos de cosas trascendentes y ahora también. Las risas suenan igual. Frente a un espejo ninguno diríamos que hemos cambiado, pero en nuestras conversaciones se han colado los hijos, las casas con jardín y el tamaño que debe de tener una cama de matrimonio para salvaguardar la felicidad conyugal. Este último asunto da para un tratado como el de Vitruvio y entre ambos textos se erige la civilización occidental: El Tempietto de Bramante y los colchones del señor Tempur. El día que me eche novia y hablemos de cosas serias la primera pregunta será, cuál es la proporción áurea que debe de tener una cama y en función de la respuesta podré intuir el desenlace de toda la relación. Supongo que los que mas hablaron de colchones son los que son padres por aquella lógica freudiana de que sueñan con dormir.
Cada cena es un concilio del que sale renovada la fe. La fe en los amigos, que son los mismos y ahora sus mujeres también son amigas, en las hipotecas y en el valor de un domingo sin resaca. Los hay que han cambiado los deportes de contacto por un rodillo para la bici y te cuentan emocionados que hasta simula los desniveles y andan enganchados a pedalear como antes lo estuvieron a la Play. Los hay que están esperando una niña y le rompen a uno los esquemas: toda la vida pensando que un embarazo eran nueve meses y resulta que son diez.
Con sueldo y responsabilidades se distinguen los cortes de la carne, antes un chuletón era un chuletón y todas las vacas se llamaban Margarita. Lo importante es que lo de menos sigue siendo el restaurante, sino una mesa en la que poner al rededor copas con las que brindar y las mismas caras de siempre, que se van multiplicando. Diría que no ha cambiado nada, como si toda la vida hubiesen sido padres y siempre hubiésemos hablado de camas. Por lo visto la mitad de los divorcios en España se resolvían comprando más grande el colchón.