Rara es la foto de grupo con niños de los 80 en la que alguno no sale con unos cuernos por detrás. Era la unidad mínima de las travesuras: sacar el índice y el meñique en el último momento y coronar la cocorota de tu primo.

Entiendo que ese gesto ya es material arqueológico. Mutó en una versión de índice y corazón -signo de victoria-, más orejas de burro que cuernos, para diluirse en el histriónico mundo del selfi. Tal vez los gestos sean como los neologismos, cada generación tiene los suyos. Ya solo Joan Laporta hace cortes de manga.

Me enteré por Rubén Amón de que los jugadores del Moscardó habían hecho "el gesto del terraplanismo". Lo que sí debería estar fosilizado irrumpe sin embargo como novedad en el mercado digital -de dedos-. "Los jugadores estiraron el brazo a la altura de la mirada aludiendo a un horizonte plano", y así dedicaron el gol a su entrenador, una especie de mesías de este espeluznante revival. Lo entiendo como una ironía colectiva, como eso que contaba el Telediario de ayer de que dos millones de españoles se confiesan terraplanistas. Seguro que han respondido por vacilar -señores de la RAE, una be que desambigüe ahí, por piedad-.

No es por dar ideas al equipo, pero tampoco sabía hasta hace poco que los futbolistas pueden patentar los gestos de sus celebraciones. Entran en la categoría de "marcas dinámicas", son propiedad intelectual y otra oportunidad de negocio para ellos, que siempre andan apurados de dinero. Kylian Mbappé, Jude Bellingham y Dani Olmo ya tienen registradas sus firmas sobre el campo. Me pregunto si después de normalizar que una camiseta talla S llena de publicidad cueste entre 80 y 150 euros, se establecerá una cuota adicional para que los niños puedan emular a sus ídolos en los partidos de los sábados cada vez que marquen un gol. "Niño, modérate, tú discreto, como Butragueño, que eso no tiene derechos", grita un padre con la cuenta tiritando.

La peineta -aka dedo palabrota- es un must de la semiótica. Sigue gozando de gran popularidad y eficacia comunicativa. Desconcierta un poco según en qué contexto se ejecute. Por ejemplo, al recoger su premio Feroz a mejor película de comedia, el equipo de Casa en llamas exhibía al unísono sus dedos corazones, todos sonrientes y sin mala intención. Rarísimo. Había que saber que el gesto es simbólico en la película, un grito de protesta en la mano de la madre de familia, Emma Vilarasau, mejor actriz para la Asociación de Informadores Cinematográficos y nominada al Goya.

Su uso estándar es el que le dio La Zarra, en una versión ordinaria -pero chic-, al exhibir su mal perder en Eurovisión 2023, con la palma horizontal hacia arriba y ese dedito elevado mirando a cámara. Estos días su actuación se recuerda porque el inicio de la de Melody, que representará este año a España, se le parece. Pero aunque pierda, Melody no hará eso. Si acaso una broma con el gesto de llorar, un genuino gesto de llorar que no solo implique girar el puño junto a la mejilla, sino también bajar la comisura de los labios en inequívoca señal depena. Sin ese complemento, cabría confundirlo con un gesto obsceno, como el que se discute en el Diario de Sesiones de las Cortes de Castilla y León del 8 de noviembre de 2023. Por recordar algún detalle del legado de García-Gallardo a nuestra comunidad.