Como en la oficina cada día desde hace casi cinco años. La soledad de un túper y el sonido del temporizador Orbis conectado a la red eléctrica acompañan mis ágapes de verdura congelada y contramuslos de pollo. Paso reels como alma que lleva el diablo y cuando mi comida termina de calentarse me percato de que llevo cinco minutos viendo a múltiples niños, calvos, gafotas y granudos tratando de engañarme para que acuda a los baretos que les dan de comer de balde.
Todo está muy fresquito, muy cremosito y muy jugosito. Buah tío, espectacular. Tenéis que venir a comer estas croquetitas crujientitas y esta tarta de queso súper cremosita. Gente que se ha criado comiendo en el comedor escolar. Gourmets de galleta Lotus, enfermitos de paladar.
Nuestra hostelería sufre la cercanía con Madrid. Ya no quedan restaurantes de especialidad. Ya solo quedan sitios canallitas donde brillar de verdad, donde ir una y no más, Santo Tomás. Bares de copas del 2010 que han cambiado el cuenco de maíces y gominolas por el mantel. La comida de tu abuela pero mal.
Todo es lo mejor en cada bar. El mejor bocado, explosiones en boca, sorpresas a dos carrillos, ojos en blanco con la cartera en el taquillón de casa. Despedirse del jefe, pasarle el vídeo antes de subirlo, cruce de emojis y a por el siguiente restaurán. A encadenar croquetitas, pan brioche, marranadas con queso por encima, pulled pork y clásicos de dos semanas de antigüedad.
Nuestros platos de solera, los que se fraguaron con hambre y pericia, puestos en una vajilla que fotografiar. Nuestra gastronomía travestida y prostituida para que te sientas todo un innovador comiendo un carpaccio de tomate. No me trates de engañar, niño rata. No tocáis verde ni pescado. Tenéis el paladar de Shin Chan. Adoradores de modernitas imitaciones de la abuela que no sabéis cocinar. Mi Valladolid querida, en manos de madrileños está.