Hay un síndrome de “fiera herida” instalado en el gobierno de coalición desde que perdió la votación del decreto ómnibus. El fracaso del batiburrillo tramposo de medidas que el Ejecutivo de Sánchez quería hacer tragar al Parlamento duele porque incluía decisiones reales, de esas que hacen mover el voto de los ciudadanos. Está muy bien debatir sobre amnistías, competencias autonómicas y palacetes en París; pero solo cuando la política se vuelve sólida y vacía los bolsillos se despierta, por cabreo, el trasvase relevante de apoyos. Así de crudo, sin aderezos progresistas ni conservadores.
Lo saben de sobra los equipos estratégicos de los partidos, que por este motivo y por la posibilidad palpable de que se acerquen las urnas, se han lanzado en tromba a intentar conquistar el relato de lo sucedido. Acusaciones, culpas, firmas, manifestaciones y actos grandilocuentes para que ese efecto de la política real salpique solo al contrario. Sin embargo, la ira desproporcionada, arrogante y suicida que envalentona al derrotado puede conducir a la legislatura a un camino sin salida. Repetía soberbia Yolanda Díaz este lunes que el gobierno debe llevar "tal cual está” de nuevo y “mañana, si fuera posible”, el decreto escoba al hemiciclo. Lo hacía casi a la vez que Junts insistía en que solo le apoyará en una votación que incluya únicamente el paquete de medidas sociales.
Yolanda es experta en restar y dividir, da igual lo que digan sus siglas, y esta nueva bravuconada del perro pequeño del gobierno es un órdago kamikaze con lo flojera que anda su aritmética parlamentaria. Exige Puigdemont para seguir negociando el ómnibus una nueva lista de concesiones que incluye una moción de confianza. No se han dado cuenta, en su intento constante de avergonzar al Ejecutivo de Pedro Sánchez, de que puede que ni siquiera sea necesario.
El simple hecho de volver a presentar, si sucediera, el mismo decreto Pandora sin tener asegurados los apoyos podría considerarse de facto una moción de confianza al gobierno. Sin presupuestos ni capacidad legislativa, roto el bloque de investidura (que resulta que al final no era progresista sino pragmático) y acosado por los escándalos, una segunda derrota parlamentaria consecutiva en “las cosas de comer” de los españoles supondría un golpe mortal y definitivo a esta legislatura de mala salud de hierro.
Por eso el PSOE está siendo mucho más cauteloso en sus declaraciones públicas. Si algo han aprendido del presidente es que define la valentía como lo hacía Séneca: “Muchas veces el valor es conservar la vida”, que en resistencia sanchista es el poder y el banco azul. Aseguran que siguen negociando a ver si logran cambiar eso de la moción de confianza por algo que se pueda pagar en fajos de euros. Este PSOE llama diálogo a abrir bazares en la Carrera de San Jerónimo, en Suiza y en Waterloo.
Pedro Sánchez tiene razón en una cosa. Este destrozo (inesperado o estratégico) está causando un peligroso “dolor social” que evidencia, como pocas veces hasta ahora, la inutilidad del momento político que nos está tocando vivir. No hace tanto, la tragedia de la DANA de Valencia fue otro toque de atención que impactó en la ciudadanía. Hasta el pueblo y los CIS de Tezanos tienen un límite y recogen las consecuencias.
Ya sea ómnibus o cuestión de confianza, el césar debe estar contento. Por una vez en toda la legislatura empuña él la espada, aunque esta descanse sobre su cuello.