Clama la izquierda más mezquina porque les han robado la bandera que despreciaron. Les comprendo, cabizbajo, al otro lado de la Campana de Gauss. Nuestro orgullo es tener la capital con mayor turismo urbano del mundo y que además no se aplique tasa, que sea gratis. Fletamos aviones de peruanos que alucinan con las luces, que hacen gasto en gastrobares y que, pasados ya unos años, cuando el visado de turista se convierte en NIE permanente, piensan que El Prado es un bar de Lavapiés. Sus hijos no conocen a Goya ni a Murillo. Desprecian a quienes les dieron una lengua y una cruz a la que asirse. Son advenedizos del taco, la cochinita y la arepa, apátridas que tienen que buscar en sus raíces para encontrarse a sí mismos.

Para los cancerberos de España, éstos son los nuevos españoles. Como los apasionados socialistas que muestran el documento rojigualdo de un marroquí al que han nacionalizado porque ante notario fingió no saber leer. La España del patriotismo palúdico de centro comercial frente a la España cuya patria es el modelo 600 de Hacienda y que cada mes haya unos cuantos cientos de miles más afiliados al Ingreso Mínimo Vital. El rey, la reina, la muñeca legionaria y la portera de fútbol sala cortarán la cinta de lo gratis, inaugurarán el urraquismo que nos iguala, La Vaguada roja y gualda, el orgullo patrio, el rapto de la bandera. 

La bandera siempre ondea de lado de quien estrena el último bar con un inflamable jardín vertical, del pizpiretismo desideologizado que adopta las formas del hombre que más le marcó. La bandera está secuestrada por quienes quieren venderla como un destino más de la enorme agencia de viajes en la que han convertido el mundo que conocimos. Nuestra bandera representa un espacio de anonimato donde viven gentes de prestado que quieren coserla a su imagen y semejanza, como esas sin tierra adjudicada cuyo limes son los genitales y el humor con el que cada día se levantan sus individuos.

Hemos delegado la defensa del honor de nuestros muertos en rednecks mesetarios que se disfrazan de sevillana para ir al váter, en madrileños de tardeo y en una triste tabla de Excel. Nuestras jotas ya las consumen jóvenes de los que huiría Agapito Marazuela porque los defensores de nuestra bandera están más pendientes de no ofender a las demás. Vivas y hurras a un país antiguo, la rojigualda en las muñecas, en el retrovisor del coche y en el estado de WhatsApp. Ceden, asienten y se regocijan en ser el destino “de crisis”, donde los más ricos y los más pobres encuentran un lugar para soñar mientras los que la aman no tienen un sitio donde poder llorar su antigüedad, su mística belleza y su futuro incierto. Castilla es una España sintetizada. Aquí bajan los ricos omnes vascongados a tirarnos su calderilla, bajan a aleccionarnos a nosotros, los del retablo de altar y los católicos reyes.

Aceptamos nuestra inferioridad sin réplica, tragamos con sus fanfarronadas. La vanguardia de nuestro ejército está en Madrid, de tardeo. La retaguardia es la izquierda lesbomapuche que defiende nuestra España como sabe y como quiere. Le dolemos a España, pero España ya no nos duele.