Luis Santamaría, experto en sectas

Luis Santamaría, experto en sectas JL. Leal Ical

La tribuna

Cisma, circo, secta

Si unas monjas de clausura, a quienes se les supone, además del valor, una vida interior rica y una experiencia de fe probada, han caído… ¡qué no podrá ser de nosotros!

24 mayo, 2024 07:20

La localidad burgalesa de Belorado es conocida más allá de nuestras fronteras por ser lugar de paso del Camino de Santiago en su popular ruta francesa. También, en algunos ámbitos, porque la pusieron en el mapa unas simpáticas monjas clarisas que hacían maravillas con el chocolate. Simpáticas… hasta que el pasado 13 de mayo volvieron a poner en el mapa a Belorado, pero por un asunto mucho más triste: con un montón de papeles llenos de proclamas irracionales y conspiranoicas, llegaron a los teléfonos móviles de amigos, simpatizantes, creyentes y no creyentes, para decir que abandonaban la Iglesia de la que formaban parte desde que fueron bautizadas en la más tierna infancia. O, más bien, explicaban que son (somos) los cientos de millones de católicos del mundo los que habrían abandonado la recta fe, al ser guiados por falsos pontífices –a saber: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco–, y ellas habrían “despertado” ahora a “la verdad”, situándose al lado de un supuesto obispo de porte decimonónico y mirada inquietante, que bien podría cambiar por una sábana y el arrastrar de cadenas.

De la noche a la mañana, la diócesis de Burgos, la familia religiosa originada en la Edad Media en Asís (franciscanos y clarisas), la Iglesia católica en España y la sociedad en general se vio sacudida por una palabra que no se oía desde hace décadas en los medios de comunicación y en los corrillos del día a día: cisma. Una ruptura en toda regla, protagonizada por una comunidad de monjas contemplativas, mujeres que viven precisamente en el corazón del cristianismo, en su núcleo más interno si lo miramos desde el punto de vista de la fe: el núcleo de la oración que sostiene toda actividad pastoral, toda predicación, toda acción solidaria. ¿Cómo es posible que haya sucedido?

El interés informativo se mezcló enseguida con el circo mediático. Algunos incluso hablan de vodevil, y los más postmodernos apuntan a que ya casi está encarrilado el guion de una serie documental. O no sé si de ficción, la verdad. Efectivamente, el cisma devino espectáculo, con un elenco de personas y personajes a tener en cuenta, algunos de los cuales rozan el esperpento. Pero no debemos olvidar que, detrás de lo curioso y hasta lo estrafalario del caso, está la alargada sombra de una secta: la Pía Unión de San Pablo Apóstol, una suerte de “iglesia” paralela fundada por el “obispo” Pablo de Rojas. A fuerza de leer en titulares “obispo excomulgado”, mucha gente piensa que será un clérigo díscolo que se ha marchado (o ha sido expulsado) de la Iglesia de Roma… pero nada de eso.

Pablo de Rojas, natural de Linares (Jaén), se afincó hace unos años en Bilbao, haciendo alarde de riquezas y oropeles. Las sucesivas investigaciones van mostrando la realidad que se oculta tras una farsa de declaraciones pomposas y autobiografías inventadas. Obispo consagrado supuestamente varias veces –por otros personajes como él–, duque imperial, príncipe elector, grande de España... Lo dicho: sábana, cadenas y una bola muy pesada. Un fantasma. Pero que ha conseguido embaucar a una comunidad de monjas de clausura con su discurso reaccionario y negacionista de muchas cosas, con su afirmación de que con el Concilio Vaticano II la Iglesia va cuesta abajo y sin frenos. O, mejor dicho, las ha embaucado con una hábil estrategia de engaño y manipulación emocional, que parece haber encontrado en la abadesa su alter ego de mentiras y abuso de poder y de conciencia.

En declaraciones a El Español – Noticias de Castilla y León afirmé hace una semana, en plena efervescencia del circo mediático en torno a las clarisas de Belorado y Orduña, que nos encontramos ante un punto de inflexión en la percepción social del fenómeno sectario. O, al menos, deberíamos estarlo. Igual que hace unos pocos años la captación de la joven ilicitana Patricia Aguilar supuso un antes y un después para gran parte de la población, que descubrió que tenemos las sectas mucho más cerca de lo que pensamos, y que el grupo más minúsculo y remoto se puede colar en nuestras casas y destrozar a nuestras familias gracias a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías… así, lo sucedido con estas pobres monjas es el mejor recordatorio de eso que repiten los psicólogos especializados en sectas: cualquiera puede ser captado por una secta. Cualquiera. No hay inmunidad. Hay factores de protección –¡muchos!–, pero también hay factores de riesgo. Porque todos somos vulnerables.

Mientras estemos tranquilos en nuestras seguridades, durmiendo en los laureles y confiando en nuestra madurez, inteligencia, sentido crítico… seremos las personas más indefensas ante un fenómeno sectario que está en permanente crecimiento y mutación. Porque –lo repito– todos somos vulnerables a la acción de las sectas. Jóvenes y mayores, varones y mujeres, analfabetos y doctores, maduros e inmaduros, creyentes y ateos. Todos. Yo intento hacérselo ver a mis alumnos de 1º de Bachillerato, insistiendo en que conozcan bien sus flancos más débiles (que son tanto los defectos como las virtudes), cuiden sus relaciones, se preocupen por su formación y cultiven su espiritualidad. Si unas monjas de clausura, a quienes se les supone, además del valor, una vida interior rica y una experiencia de fe probada, han caído… ¡qué no podrá ser de nosotros!

Luis Santamaría del Río

Investigador de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES). Autor del libro A las afueras de la cruz. Las sectas de origen cristiano en España (BAC, Madrid, 2023).

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