La noticia saltaba hace unas semanas de la mano de su promotor y mecenas, el multimillonario Elon Musk. Anunciaba que su empresa, Neuralink, había implantado por primera vez un chip cerebral inalámbrico en un humano. El objetivo es conectar cerebros humanos a computadores y ayudar a tratar afecciones neurológicas complejas. Añadía que esto permitirá, entre otras cosas, controlar el teléfono o el ordenador solo con el pensamiento.

Evidentemente, a primera vista, el trabajo realizado por todo su equipo parece de una vital importancia, sobre todo para el tratamiento de afecciones neurológicas, pero enseguida empiezan a surgir muchas preguntas y dudas sobre el uso de estos descubrimientos. La razón de estas dudas no se debe a la bondad o maldad del propio experimento, sino de su uso. En una de las crónicas anunciadoras del trabajo se preguntaba uno de los comunicadores: ¿Se acerca el día en que los humanos controlen computadoras con su mente? Dicho así parece que el avance es importante y realmente bueno, incluso desde el punto de vista moral. Pero si hacemos la pregunta modificando el sujeto que ostenta el poder de controlar, diremos que “el vello se pone de pie”. Es decir, ¿se acerca el día en el que las computadoras puedan controlar mi mente? Esta duda viene al caso por cómo se puedan usar todas estas “altas tecnologías”. Pero, aunque parezca lejano que esto se produzca masivamente en el hombre si somos los suficientemente responsables, sin embargo, repasando el comportamiento humano en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, parece que el chip ya esté en nuestro cerebro ejerciendo esa labor manipulativa de todo nuestro pensamiento.

Nadie, que nosotros sepamos, nos ha implantado físicamente este chip inalámbrico en nuestro cerebro y lo han conectado a una computadora desde la que manipulen nuestro pensamiento, pero viendo cómo se “juega” con el ser humano, diríamos que ya estamos conectados con las terminales mediáticas ejerciendo presión para pensar, sentir, opinar, ver y percibir la realidad a su antojo. El trabajo es mucho más “fino”.

Las corrientes de opinión se mueven de una a otra parte para inocular en nuestro cerebro, sin darnos cuenta, lo que ellos quieren que pensemos, hagamos o sintamos. En otras ocasiones, somos nosotros mismos los que nos ponemos en sus manos y entregamos nuestro cerebro a “influencers” para que nos digan lo que tenemos que hacer, vestir o comer. Abrimos nuestras terminales mediáticas para dejarnos influir y, con ello, posibilitar que nos determinen o alteren nuestra forma de pensar o actuar. El “chip” está implantado en muchos sectores de la sociedad inoculando su veneno y disfrazado de teorías de progreso y bienestar social.

La fuerza de este batallón de manipuladores de la verdad, desaprensivos, forajidos, engañadores de profesión y verdugos de la moral, es impresionante. Están infiltrados en todos los sitios, son auténticos roedores de los cimientos de la verdad y atacan aprovechándose de la buena voluntad de los ciudadanos.  

Confían en ellos porque les venden, enseñan o divulgan un pensamiento libre y empoderado. Hablan de fabricar un hombre nuevo deconstruyendo toda la herencia cultural dejando en manos de la conciencia cualquier decisión de nuestra vida, incluso de nuestro cuerpo. De esta manera, entramos en el mundo de lo imaginario y lo virtual haciendo creer que la realidad se cambia con un clic.

Sin embargo, en la trastienda está la obediencia ciega, la sumisión y el pensamiento único. No hay lugar a la disensión, el antagonismo o la oposición. La tolerancia y la libertad de opinión no existe y nos obligan a la sumisión de la pertenencia al grupo en el que ellos nos encasillan y desprecian a todo aquel que se niega a ello. Castigan al disidente porque le consideran el malo y construyen muros en busca de su aislamiento. Su estrategia en el “bombardeo de las ideas”, de las suyas, claro, de manera que a fuerza de pensar una cosa te la acabas creyendo.  Es como una dictadura. Por eso, los hombres libres y de pensamiento autónomo deberemos estar alerta a este adormecimiento generalizado.