¿Se acuerdan de la famosa niña de Mariano Rajoy? Sí, aquella niña imaginaria nacida en una España ideal, en un estado de bienestar total, que se dio de bruces con la cruda realidad y con una corruptela entre la clá política que le costó entonces el gobierno al PP. Aquella niña etérea de la que nunca más se supo.

Una niña que bien podría haber nacido en un pueblo de Zamora o de esta España Vacía (Vaciada, más bien, a golpes históricos de desigualdad que se remontan mucho antes de Franco y de la democracia), sin escuela o sin consultorio médico; una niña ya talludita que hizo carrera en la universidad mientras ponía copas en algún garito y se anda buscando la vida como puede, abocada al teletrabajo, a contratos en precario o a la lista del paro mientras las facultades siguen expediendo jóvenes licenciados como máquinas de hacer chorizos. Una niña cuyo padre, comercial de toda la vida, por ejemplo, lo mismo ha tenido que echar el cierre abrumado por los impuestos, el combustible y la luz y cuya madre trabaja a media jornada; o cuyos padres, funcionarios, se las ven y se las desean para llegar a final de mes. Una niña que se hizo adulta sin casa propia, sin sueños, sin un trabajo y un sueldo digno en una tierra sin apenas oportunidades. 


Viene al caso esta niña fantasma por la extraordinaria intervención del mediático Frank Cuesta, amante de los animales, no taurino pero sí respetuoso con lo taurino, con la ganadería, con el campo, a colación de la Ley de Bienestar Animal, esa biblia del mascotismo, animalismo y veganismo más salvaje parida en Bienestar Animal, un departamento-chiringuito dotado con más de siete millones de euros que salen de nuestros lomos. A este respecto, Cuesta hacía suya la denuncia de miles de veterinarios y expertos en animales y fauna, excluidos en la redacción de esa ley, cuya redacción parece encargada "a Pipi Calzaslargas y a la niña de la curva". Una niña nacida en el imaginario común para evitar desastres en la carretera, que sabe lo mismo de animales que el propio Sergio Torres, director de la cosa, con un sueldo cercano a los cinco mil euros mensuales y un módulo en Escultura en Artes Aplicadas y su militancia en Podemos como méritos mayores para acceder a ese cargo, que también sale de nuestros lomos.

Y es aquí donde viene a la memoria la niña de Rajoy, por si son la misma. Por si acaso se quedó en alguna curva, en algún camino, nacida para una sociedad ideal e incapaz de crecer como una mujer en este desaguisado, que terminó estampanada en cualquier recoveco que hiciese aguas. La pobre niña de la curva, que pervive en tantas carreteras de todo el país (ay, cuántas veces cerraba yo los ojos en la curva de Valparaíso, yendo a Salamanca, por si aparecía la niña). 

Siendo positivos, quizá la niña de la curva fuese hija de la niña gente del campo y de la tierra, de un agricultor, de un ganadero, criada con mimo, con leche en el vaso para desayunar y ternera en el plato para comer, conocedora de los daños del lobo en el rebaño, de los estragos de los animales salvajes en los sembrados y en las carreteras secundarias; de la necesidad de los mastines en el pastoreo, del ciclo natural de reproducción de los animales libres no esterilizados por imposición. Una niña sabedora de las campañas de desratización en beneficio de la salud pública que no dudaría en matar al roedor que invadiese su casa; conocedora también del inmenso tesoro que el ganado de lidia preserva como ecosistema en la dehesa y de tantas cosas que esta ley demoniza porque sus autores jamás se marcharon las suelas de barro, jamás descendieron del mundo de los ideales al día a día real, viven en una curva permanente.

Quizá no fuese tan malo consultar a la niña de la curva, esa niña fantasma arrollada por la realidad, antes de que se aparezca un día en la esquina equivocada, suba a un coche libre de gasoil y emisiones y pierda su esencia de niña en esta sucesión de imposibles que vivimos, en estas carreteras que conducen a ninguna parte.

No es país para niñas, al menos imaginarias, espectros. A las de carne, hueso y corazón, sean niñas, niños o niñes, démosle un país con un plus de amor y libertad en esta realidad de luces y claros, curvas y líneas rectas que es la propia vida, la de verdad.