Hace tiempo que pienso que vivimos en una dictadura global encubierta, o no tan encubierta, en la que el librepensador es una especie a abatir en España y en el mundo. Estamos en manos de gente que se cree superior moralmente, más empática, más solidaria, más justa que los demás, que marcan el compás, las imbecilidades que los demás bailamos. Una sociedad que presume de progresista e inclusiva que en realidad es el camino hacia todas las prohibiciones, todos los complejos.

Ahora es el turno de Brian, la genial película de los Monty Phyton, que casi cincuenta años después de su estreno se ha topado con la censura en su adaptación como obra teatral con la supresión de una escena que "podría ofender a alguien". La escena en cuestión es el momento en que Stan explica a sus compañeros del Frente Popular de Judea que quiere ser mujer, pide que le llamen Loretta y además quiere tener hijos.

En el lado.opuesto, también esta semana hemos conocido el caso de una madre que ha demandado a un centro escolar por ponerle al alumnado una película de Disney porque uno de sus protagonistas es homosexual, aduciendo adoctrinamiento sexual a los menores. Habría que verla aquí, en España, con talleres de masturbación sufragados con dinero público o esos más de 200.000 euros del ala que el Ministerio de Igualdad ha invertido en crear una aplicación para ver quién trabaja más en casa, haciendo del absurdo una forma de vida que nos avergüenza e indigna a partes iguales a hombres y mujeres que no participamos de ese circo que todo lo achaca a la dictadura heteropatriarcal. Qué manera de tirar por tierra tanta lucha, tantos logros del auténtico feminismo.

En un mundo de ofendiditos con la piel muy fina, hace años que los negros no pueden ser llamados negros, sino personas de color (negro, añadirían Le Luthiers); ni los gitanos, gitanos, so pena de ser racista, cuando para ellos no hay más orgullo que ser lo que son. Complejos que sólo afloran en los ojos y oídos que así lo quieran entender, al igual que yo vine de serie mujer, blanca y paya y no le echo mayor cuenta. Si por revisionismo es, no quiero pensar la que la caería al pobre Manolo Escobar cantando aquello de "no me gusta que a los toros te pongas la minifalda" o el pasodoble "Guapa, guapa, guapa", ahora que el piropo también está en el punto de mira de la nueva inquisición.

Aborregados nos quieren, adoctrinados, políticamente correctos hasta traspasar y sobrepasar la fina, invisible línea que separa lo lógico del absurdo, lo natural de la perversión, el humor inteligente de la burla. Y de humor, inteligencia y genialidad, los Monty Phyton iban sobrados criticando a crédulos y descreídos, a cualquiera de los fanatismos que proliferan en este mundo desbocado, cada vez más polarizado.

Como en el cuento infantil, me temo que nuestra sociedad ha perdido la capacidad de ver que el emperador pasea por la calle en pelota picada y se limita a jalear la finura de su traje. Mientras Pijus Magníficus se revuelve en su tumba, somos la perfecta representación de Brian y conpañeros mártires: nos tienen en la cruz, asfixiados, pero nosotros morimos cantando y dando palmas.