Llevamos una mala racha que para qué. Desde el comienzo del Covid 19 a hoy, una serie de fenómenos negativos asolan gran parte del mundo, incluido el cambio climático, que va desde tormentas devastadoras a mortales sequías, incluyendo los incendios que asolan media España.

Muchas de esas catástrofes son de improbable previsión, como la agresión de Rusia a Ucrania y sus secuelas de mortandad, destrucción y desabastecimiento en medio mundo con una inflación galopante.

Pero no todas son así. Tenemos el ejemplo de los incendios y eso que la mayor parte de ellos no son provocados. Claro que la ola de calor imperante, la sequía de nuestros cauces naturales y la falta de humedad ambiental son el mejor detonante posible para el fuego en los bosques del sur de Europa.

Aun así, los efectos destructivos de los incendios son previsibles y evitables con un mantenimiento adecuado de las zonas forestales antes de que la temperatura ambiente los haga ineludibles. Pero una equívoca política medioambiental, con limitaciones en las actuaciones sobre las masas arbóreas, impide la limpieza y adecuación de nuestros bosques.

Éste es un ejemplo de falta de prevención de futuras catástrofes. Sucede lo mismo en la economía, donde las previsiones de los organismos nacionales e internacionales para nuestro país son cada vez peores, aunque aún sigan en valores positivos. Pasa lo mismo con el empleo, con unas cifras últimamente al alza aunque nuestro paro sea el doble que la media europea.

Pues también el futuro que se avecina de probable recesión en ciernes es evitable con una política económica opuesta a la actual, basada en subsidiar a todo tipo de colectivos con subidas de impuestos que pagan todos los españoles y una deuda pública que heredarán nuestros hijos y estrangulará su futuro. Si no nos ponemos a remediarlo antes de que suceda, ocurrirá lo mismo o peor que con nuestros bosques. Y hay que darse prisa porque apenas queda tiempo para remediarlo.