La estrategia de Santiago Abascal comienza poco a poco a enseñar la patita. El gobierno de Castilla y León no es el objetivo final, solo un medio para que el líder de Vox pueda convertirse a medio plazo en vicepresidente del gobierno de España en el supuesto de que los escaños de una hipotética coalición PP-Vox sumen mayoría absoluta.

Mañueco primero, con la convocatoria adelantada de las elecciones autonómicas y unos raquíticos resultados electorales, y el PSOE después, no facilitando un gobierno regional en minoría al PP, han regalado una parte de la administración de la comunidad autónoma a Santiago Abascal.

La formación verde pretende convertirla en su particular laboratorio de gobierno (“piso piloto” dice Abascal) y que los ciudadanos pierdan el miedo a Vox al frente de las instituciones y, más adelante, si se diera el caso, vean con naturalidad una futura coalición de derechas a nivel nacional.

Sin embargo, pese a haber firmado ya un acuerdo programático, el pleno de investidura de Fernández Mañueco sigue sin fecha. PP y Vox no acaban de ponerse de acuerdo en las consejerías y departamentos que gestionará cada uno. El pacto empieza mal, porque hay desconfianza mutua: Vox no se fía de la palabra de Mañueco y lo quiere todo detallado y por escrito, y Mañueco sopesa las consecuencias futuras de las cesiones que ahora haga a los verdes.

Matrimonio sin amor

Como señaló Francisco Igea, el pacto PP-Ciudadanos de la legislatura anterior fue “un matrimonio sin amor”, de pura conveniencia. Acabó como el rosario de la Aurora, eso sí, pero unos y otros mantuvieron las formas hasta el final.

En el concertado ahora con Vox tampoco hay atisbo de amor, y antes de que Mañueco y García-Gallardo hayan subido al altar para darse el “sí, quiero” ya han empezado a volar los platos sobre las cabezas. Conque, a esta boda no le vemos mucho recorrido. Puede que el divorcio llegue incluso antes de mayo del próximo año con las elecciones municipales en el horizonte.

Vista la férrea estructura jerárquica de Vox, no parece que Juan García-Gallardo tenga las manos libres con Fernández Mañueco para cerrar el trato de gobierno. En último término es Abascal quien tiene que bendecirlo, pues sabe que es su propio futuro político el que está en juego en Castilla y León.

Como en la novela Los santos inocentes, Abascal es el señorito Iván, o sea, el dueño del cortijo, con residencia en Madrid, el que pega el tiro canalla a la milana bonita del retrasado Azarías, y García-Gallardo, el obediente administrador, es decir, su don Pedro en la finca cidiana.

La socialista Ana Sánchez ha declarado que Vox lleva a Mañueco del “roncel” en Castilla y León (lo repitió varias veces, pero seguro que quería decir “ronzal”), como si pretendiera adjudicar al actual presidente en funciones el papel menestral de Paco el Bajo. O sea, lo mismo que Podemos con Pedro Sánchez, ay.

Santiago Abascal lo tiene claro: el único modo de que Vox participe en gobiernos autonómicos o en el gobierno de España es formar collera con los populares. Los pactos, claro, no suelen salir gratis. A la larga dejan graves secuelas a una de las partes, casi siempre a la más débil.

El abrazo del oso

El fenómeno del ‘abrazo del oso’ y sus consecuencias es algo que hemos visto demasiadas veces. Le sucedió al Centro Democrático y Social (CDS) en Castilla y León, que desapareció del mapa después de pactar con la Alianza Popular de José María Aznar; le está ocurriendo a Podemos, cuyo pacto con Pedro Sánchez lo está dejando en los huesos (su hombre en Castilla y León, Pablo Fernández, ha salido elegido por los pelos en los dos últimos comicios); y lo acaba de experimentar Ciudadanos tras pactar con el PP, que, con un procurador en las nuevas Cortes, Francisco Igea, parece ya una especie en peligro de extinción. No quiere verlo así la coordinadora regional de Ciudadanos, Gemma Villarroel, pero es lo que hay.

Los dirigentes de PP y Vox son conscientes del gran riesgo que conlleva el abrazo del oso. La cuestión es dirimir quién es en esta ocasión la parte endeble, o sea, a quién perjudicará más el acuerdo. Y ambas formaciones coinciden: al PP. De ahí las reticencias de Mañueco en las concesiones y la contrariedad a la que debe enfrentarse Núñez Feijóo.

A Santiago Abascal se le está poniendo cara de vicepresidente, sí. Pero estar en la oposición y hacer declaraciones populistas grandilocuentes es una cosa; gobernar es otra. Este es su talón de Aquiles.