Debo confesarles que en estos días finales de la Navidad me siento un tanto abrumado nada más asomarme al bullicio de las calles. Junto con las luces, los villancicos y la fiesta, se explosiona el afán consumista con la llegada de Sus Majestades los Reyes Magos y la traca final de "LAS REBAJAS".

Reconozco que los nuevos tiempos no han hecho más que complicar la existencia de los pobres mortales. Recuerdo en mis años de niñez  que las vacaciones de Navidad se centraban en el disfrute de los días sin colegio, horas de hogar en torno a la cocina económica pintando, leyendo o jugando,  acompañado del   sonido  de villancicos salidos de aquellos aparatos de radio suspendidos en la pared  sobre una peana de madera.  En los patios de vecindad se escuchaban melodías navideñas cantadas por alegres y animadas vecinas mientras hacían "sus labores".  Desde los cantos repetitivos y esperanzados  de los niños de San Idelfonso que retumbaban en todo el edificio y que  anunciaban los días de vacaciones, todos teníamos la mirada fija en el día 5 de enero. Los juguetes del año anterior daban sus últimos coletazos de vida a la espera de sus sustitutos que nos iban a permitir soñar una año más. Este sencillo transcurrir de la Navidad se interrumpía bruscamente con los "dispendios" de la noche del 24, donde se nos permitía trasnochar un poco más en compañía de otros familiares, y la noche del 31 en la que la llegada de un nuevo año añadía esperanzas nuevas a la vida.

Hoy nos hemos complicado la vida. Ya no nos conformamos con celebrar la Navidad los días propios de la Fiesta, sino que anticipamos su llegada de manera machacona iluminando calles, ciudades y  centros comerciales meses antes de su llegada. La globalización nos ha metido por la chimenea en nuestras casas a un personaje que nada tenía que ver con nosotros y se ha familiarizado tanto que lo recibimos como uno más de la familia. Siguiendo pautas externas nos vemos obligados a rompernos la cabeza varias veces durante este periodo para encontrar el regalo apropiado que traerá la noche del 24 de diciembre un señor gordito, sonrosado, de larga barba blanca, vestido de rojo y viajando en trineo. Y luego llegan los Reyes. Otra vez las calles, los comercios (amén de los  modernos medios de compra online) se saturan de gente ansiosa buscando complacer los deseos  plasmados en las cartas a Sus Majestades. La Navidad es "un no parar". No hay momento al descanso, al relax, a la tranquilidad. Además, no podemos olvidar que el acierto  de los "ayudantes" de todos estos ancianos señores venidos de tierras lejanas, ya sea del Norte o del Este, deja mucho que desear. Muchas veces no han acertado ni en la talla, ni en el color,  ni en el gusto del regalo recibido, así que no queda más remedio que acudir rápidamente otra vez al comercio correspondiente lo antes posible para descambiar el presente.  Una complicación más que se ve añadida con la traca final: las rebajas. Casi sin darnos cuenta los comercios nos asaltan con nuevas propuestas de precios. Amanece un día el comercio con gigantescos carteles por todas sus instalaciones indicándonos que los artículos están rebajados al 50, 60 ó 70 por cierto. No faltan los que anuncian con la palabra "Sales" las ofertas, como si poniéndolo en inglés atraen a más clientes cuan flauta de Hamelin. Y así, entre compra y compra, comercio tras comercio, pensar en qué regalo o me regalan, qué pongo de cena y comida... nos pasamos la Navidad.

Algunos se pararán a pensar este hecho sociológico y, estoy seguro de que,  simplificándolo mucho, dirán que es culpa del consumismo capitalista.  Personalmente considero que es una respuesta fácil y como tal carente de realidad pues este consumismo afecta a todos los regímenes. El consumismo no tiene ideología. Vean como un presidente "consume" desaforadamente presupuestos, asesores, ministros y "Falcons". Y sus ministros   consumen sueldos, subvenciones, gratificaciones. Pongan la mirada en la China o la Rusia comunista.  Nadie escapa a la llamada consumista. Por eso, personalmente cuando busco la razón de ese afán por consumir me gusta más centrarme en el hombre, sus actitudes ante la vida, su capacidad de llenar su interior  y suelo llegar a la conclusión de que al hombre de hoy le falta llenar su interior porque está desorientado.