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Illa se reúne con Jordi Pujol en la Generalitat.

Illa se reúne con Jordi Pujol en la Generalitat. @salvadorilla (X)

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Si algo ha caracterizado a Cataluña desde que es Cataluña, es el hecho de ser peculiar. Pero no peculiar a niveles extravagantes, tampoco nos pasemos. Con un idioma prácticamente comprensible en su totalidad para aquel ajeno a la lengua carente de letra eñe pero que, no obstante, es romance, no amoroso, sino que viene del latín. Si somos capaces de aparentar entender qué pone en la carta del Tagliatella, también somos capaces de entender el catalán, por muy afrancesado que pueda sonar a oídos inexpertos o indispuestos.

La peculiaridad catalana no parte de un abecedario con letras diferentes, pues cambian la eñe por la ce cedilla, esta "ç". No, tampoco parte de que en Cataluña el embutido nacional y de culto sean el fuet o la butifarra de huevo y no el jamón. Tampoco es eso, quizá esto último duela pero no es motivo de alarme. De hecho, tampoco lo es que a las natillas les llamen crema catalana, lo cual me parece una apropiación cultural innecesaria; no sé qué vino antes si el huevo o la gallina, si las natillas o la crema catalana, pero quemar unas natillas por encima no hace que sean diferentes.

Si la lengua, ni el comer son síntomas de una profunda peculiaridad, entonces, qué. Su gente, huraños y tacaños. Tampoco, pues eso es mentira. Evidentemente, hay de todo. Si que es cierto que aquel catalán de rancio abolengo suele tiende al esnobismo, la tacañería y, especialmente a la distinción social y cultural.

Quizá en es este último punto resida la cuestión. Aquellos hijos de migrantes procedentes de diversos puntos de la geografía española quizá me entiendan. Ahora bien, aquel que aún siendo hijo de aquellos españoles que abandonaron sus hogares para dar de comer a su futuro, se ha visto consumido seducido por el rancio abolengo que he mencionado antes, seguramente no entienda de qué estoy hablando.

Ojo, con esto no quiero abogar por el rechazo a la catalanidad. Esto se trata del desprecio a lo que te precede. Esto se trata de convivir, adaptarse y respetar. Esas tres palabras, cortas, sencillas, bastante claras, se están dejando de ver por aquí en tierras del "pa amb tomàquet"; hablo por experiencia, amigo lector: querer estar en armonía cada vez es más imposible, ya lo era, pero es que ahora mismo ni Tom Cruise podría con esta misión.

Pero eso no es culpa del pueblo. No en su totalidad, algo de responsabilidad tenemos todos, más unos que otros, pero cada cual ha aportado su granito de arroz en esta paella infecta. Hemos pasado del convivir, aunque antes tampoco era todo perfecto, no nos equivoquemos, al venirnos arriba donde el "yo" y que se joda el otro es lo que manda. Si vienes aquí, hablas mi idioma, si no, no te respondo aunque sepa el tuyo.

Eso sí, al guiri le intentamos hablar en su idioma no vaya a ser que no nos entienda, que ese suelta billetes. Con el guiri, hablamos con acentos que ni Cantinflas en Brooklyn, porque es cuestión de respeto. Eso sí, con el que viene de Móstoles a ver la Sagrada Familia por vete tú a saber qué motivo ya que es más fea que el mullet le hablamos en catalán porque hay que defender la lengua.

Al hijo de inmigrantes de otros países, el colegio hace un esfuerzo porque aprenda el catalán, pero también se le habla en otras lenguas, como el castellano, porque su familia, es el primer idioma que aprende al ser el oficial en el Estado. Pero a tu hijo, migrante de Granada que ha venido a Cataluña a buscarse algo para echarse a la boca, no, a tu hijo le marearán con el catalán. Que sí, se entiende, pero no se comprende a menos que ya tengas el oído entrenado.

Como han podido ver, la cuestión no es el idioma. A poco que prestes un pelín de atención, si hablas castellano, entenderás el catalán en un alto porcentaje. La cuestión es la diferenciación y luego la hipocresía. Ante el guiri nos ridiculizamos para que nos entiendan para parecer cosmopolitas, para sacar pecho haciendo ver que sabemos idiomas, aunque solo sean cuatro frases memorizadas en el colegio. Pero luego, no queremos a los turistas porque solo se emborrachan y no vienen a armonizar y a tomar el vermut y unos calçots para luego a la tarde ir a ver una obra de teatro en catalán que no la entiende ni el que la ha escrito.

No, vienen a pasarlo bien drogándose y bebiéndose hasta el agua de las macetas porque aquí les sale más barato y no llueve cada cinco minutos. Aún así, se pierde el culo para que se sientan cómodos. Eso sí que es extraño.

Por el otro lado, están aquellos que han venido ya no de vacaciones, sino a sobrevivir. A esos, privilegiados hablantes de la lengua del opresor, no se les hace el esfuerzo de hablar una lengua que en teoría sabes pero que finges ignorar para que los de la secta no te repudien. Podría poner nombres y apellidos de funcionarios que dicen no saber ni papa de castellano y vanagloriarse de ello. Eso sí que es extraño, funcionarios que no saben la lengua del Estado para el que trabajan. Extrañísimo.