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El nepotismo es corrupción

Ilustración del nepotismo. / Navarra.com

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“Nepotismo: Utilización de un cargo público para favorecer a familiares o amigos en la selección de personal, al margen de los principios de mérito y capacidad”

- Diccionario panhispánico del español jurídico. 

Valle Inclán afirmaba que, en España, el mérito no se premia, que se premia el robar y el ser sinvergüenza, que en España se premia todo lo malo (sic). Podríamos achacar esta cita al nihilismo noventayochista, pero lo cierto es que no es una impresión que debamos pasar por alto, pues por desgracia la corrupción convive con los españoles hasta en lo más cotidiano, y hoy me gustaría disertar sobre la más cotidiana de todas ellas: el nepotismo.

¿Quién no ha visto al hijo del catedrático obtener una plaza en la universidad a una obscenamente temprana edad? ¿Quién no ha visto a alumnos mediocres de centros universitarios de pago acceder a cargos políticos de confianza? ¿Quién no ha escuchado aquello de "todos los que mandan salen de “este” colegio de primaria"? Pero lo peor no es que lo veamos día a día, lo peor es que lo hemos naturalizado hasta el punto de asumir, con resignación, que en España, para prosperar o llegar alto, necesitas un buen padrino.

El mayor éxito de la corrupción es haber logrado que la sociedad entienda esta realidad como algo normal, inevitable. Comerciar con favores y no con bienes y servicios, como decía Ayn Rand, es garantía de la condenación de nuestra sociedad, y sabemos que, al menos desde la época de Valle-Inclán, esto lleva ocurriendo en España. De nada sirven las leyes contra la corrupción, pues mientras la sociedad entienda el nepotismo como algo normal, la corrupción persistirá y no habrá nadie ni nada que lo pueda evitar.

A partir del nepotismo surgen el resto de corrupciones: desde el punto y hora que permitimos que la mediocridad con origen en los favores personales usurpe las responsabilidades que deberían estar en manos de los más capaces, el propio sistema de valores de la sociedad se desmorona, pues el valor de los favores únicamente puede materializarse mediante el cumplimiento de compromisos entre particulares y nunca frente a la totalidad de la sociedad. Es por ello que las redes clientelares muy difícilmente puedan redundar en beneficio de la sociedad en general: únicamente falsas esperanzas, frustraciones y decepciones.

Pero quizás la más grave repercusión del nepotismo sea la distorsión social: la sustitución de un sistema de clases por un sistema de castas en el que únicamente se puede prosperar si se tiene acceso a un grupo de personas determinado, desde la infancia si es posible. Este sistema estático, propio de sistemas iliberales o corruptos, asegura que la mediocridad ocupe los escalafones más importantes de la sociedad, prescribiendo a las personas válidas que procedan de fuera de esas castas o círculos privilegiados.

Este modelo, en el que las oportunidades más importantes están reservadas para unos pocos, es el mismo que expulsa a los mejores del sistema educativo español al extranjero, el mismo que casi privó de cátedra a personas como Severo Ochoa, y quizás el motivo por el cual la Universidad de Viena cuente con cinco veces más premios Nobel entre sus antiguos alumnos que todas las universidades españolas juntas.

Es tanto el daño que el nepotismo hace a nuestra sociedad que bastaría con empezar a dejar de normalizarlo para que nuestro país empezara a ir mucho mejor en todos los sentidos. Empezar a preguntarnos por qué ese ministro tiene peor currículum que mucha gente que conocemos o por qué ese alumno con matrícula de honor tiene el mismo apellido que aquel catedrático. Sólo hay que dejarlo de ver normal para que, en el futuro, deje de ser normal.