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La Hungría que Obrán olvida

Manifestación en Budapest.

Manifestación en Budapest.

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Una de las características de los populismos, es el desprecio que exhiben sobre sus pueblos, a los que dicen representar. Cualquiera que hoy visite Budapest y Hungría, con ojos de ver, fuera del circuito turístico, descubrirá, con sonrojo, la cadena que ata a este país al subdesarrollo; un subdesarrollo plenamente consentido, cuando no buscado, por autoridades, completamente insensibles al estado de personas y cosas.

Por ir de la menor a la mayor: calles irregularmente asfaltadas y con baches; aceras de brea; mobiliario urbano deteriorado, fachadas de edificios sin pintar hace décadas; gran parte de inmuebles de pisos sin ascensor ni garaje, por lo que, lo que en otro tiempo fue espacio verde se ve ahora invadido de coches aparcados; cables de la luz y otros tendidos surcando numerosos, y en precario equilibrio, los cielos; y al llegar la tarde, la deficiente iluminación, condena a todo el país a una penumbra permanente.

El “horror vacui” les impide preservar cualquier espacio verde, que se verá así invadido de edificios de guarderías, de espacios perimetrados y cerrados para el paseo de ciegos, para el paseo de perros, para juegos de los niños y numerosas pistas de actividades deportivas, en un país que le salen estadios de atletismo y fútbol por todos los costados.

Capítulo aparte merecen la carencia de servicios públicos de calidad en temas como la Sanidad, bastante degradada hoy, en ambulatorios y hospitales, y sin tasa de reposición, dado que, debido a los bajos salarios, la mayoría de los jóvenes que se doctoran prefieren ejercer fuera del país, con lo que el gobierno se ve obligado a prolongar la vida laboral de los médicos y enfermeras.

En lo relativo a la educación, con aulas sobrecargadas -más de 30 alumnos-, los profesores y maestros hacen lo que pueden, y también se ven afectados por los temas de reposición, como ejemplo valga que bastantes maestros -entre 500/600 euros netos- han abandonado la profesión porque, por ejemplo, un taxista ganan el doble, cuando no el triple de salario, en una ciudad, Budapest, con precios similares a Madrid.

El mantenimiento de los centros públicos, tanto guarderías, escuelas de primaria como institutos, deja mucho que desear y siempre es mas fácil lograr una ayuda del gobierno para hacer una pista de fútbol que lograr una renovación de los cuartos de baño, o pintar y sanear el edificio, en muchos casos centenario.

Y por último y más importante, el abandono que se tiene con ancianos, discapacitados y minorías. La pensión media no llega a 300 euros netos, hay pocos centros de día para mayores, y, en general, se carece de programas públicos dirigidos a ellos.

En lo que se refiere a discapacitados, se mantiene su asistencia en entidades centenarias, que presentan grandes precariedades, y tienen muchísimas dificultades para poder acceder a un empleo, con lo que resultan un misterio cómo pueden sobrevivir.

En las minorías, la más importante son los gitanos. Fueron los grandes perdedores del cambio de régimen y vieron como se interrumpía bruscamente su vida laboral “normalizada” desde hace cincuenta años al cerrarse de un día para otro sus centros de trabajo. En las tres últimas décadas muchos de ellos, para poder acceder a una vivienda y sobrevivir, se han visto obligados a desplazarse a la periferia del país, fronteras con Eslovaquia y Rumanía principalmente, donde ocupan pueblos vacíos, y en muchos, solo residen ellos.

Con este panorama cabría preguntarse: ¿a qué se dedican los fondos europeos que desde hace décadas ya recibe este país? Desde luego no a las personas, no existen programas de rentas mínimas serios, ni de complementos para los bajos salarios. Tampoco se dedican a adecentar los pueblos y ciudades, abandonados durante los cuarenta años del comunismo, ni a hacer más soportable el hábitat o el urbanismo; se carece de subvenciones municipales para limpieza y arreglo de fachadas, o para instalar ascensores, en una población con una tasa de envejecimiento cercana al veinte por ciento, o para hacer garajes. 

Tampoco a conectarse, con trenes de alta velocidad, con los países europeos limítrofes, como Austria, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia o Rumanía, ni con terceros como Serbia y Ucrania, también vecinos. La gran paradoja: la primera línea de alta velocidad vendrá de la mano de los chinos y enlazará Belgrado con Budapest, en el corredor que para distribuir sus mercancías y productos prevén construir. Cabe preguntarse si ese aislamiento de Europa no es de manera consciente buscado por un presidente que gira más en la órbita de Rusia, China y Turquía, que en la de la Unión Europea.

Eso sí, hay que reconocer que el país dispone de buenas autopistas, que se han rehabilitado algunos edificios históricos y que se ha llenado todo el país de estadios de fútbol y atletismo y de canchas para variados deportes; que se han nacionalizado muchos sectores, y una parte muy importante de las empresas productivas ya están en manos de amiguetes. En definitiva, grandes obras donde los particulares próximos al régimen puedan obtener grandes y rápidos beneficios y presión de Hacienda para que las empresas productivas queden en buenas manos.

Todo esto pasa ante los ojos, y con el pleno consentimiento, de la Unión Europea, que no parece muy preocupada de para que sirven los fondos que transfiere, ni parece poner demasiadas pegas a los planes que presenta el gobierno húngaro cuando describe en qué va a gastar los fondos estructurales y de cohesión europeos, por lo que, en cierta medida, es co-rresponsable de esta situación.

Esta es en síntesis la Hungría que Orbán olvida y que desgraciadamente afecta a la mayoría de su población, por lo que al parecer el populismo utiliza precariedad y  pobreza para apuntalarse.