El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
Un ser superior
La naturalidad con la que Sánchez se pronuncia sobre aspectos morales, políticos, sociales, religiosos, ambientales, militares, filosóficos, judiciales y cualquier otra materia sobre la que sea posible opinar —aunque se requiera un profundo conocimiento—, la soltura que exhibe ante cualquier cosa opinable —y no opinable—, esa actitud de seguridad y autocontrol, da miedo.
No tengo base suficiente para afirmar que no sea posible que ese hombre —del que dicen que plagió su tesis— abarque tantas materias y lo haga con tanta maestría y precisión, pero, animado por su atrevimiento, voy a ser atrevido y asegurar que lo suyo no es conocimiento, ni mucho menos erudición. Aventuro que lo suyo es prepotencia: la que arrastra un ser mediocre, inseguro y despiadado que vive dominado por su ambición y necesita una fuerte coraza para protegerse y mantener unos privilegios que ahora posee y que, en su fuero interno, nunca pensó que podría alcanzar, y que empezó a vislumbrar cuando comprobó que iban cayendo los primeros adversarios a los que eliminó con algo de suerte, con ayudas imprevistas y con una crueldad sin límites.
El individuo del que Arturo Pérez-Reverte dice que es un ser fascinante —yo también lo creo, y hay que entender el término en el contexto que referimos— es un ser que no teme equivocarse, principalmente porque, de inmediato, interviene para situar sus términos en la única verdad posible: la suya. Raramente es replicado, en parte por miedo, en parte por seguidismo ciego y en parte por falta de pericia y reflejos para reaccionar.
La cuestión es que él, con su sola autoridad, decide qué está bien o mal, interpreta los acontecimientos y les da el sentido que le interesa; enumera quiénes son los ortodoxos y los heterodoxos, y, por supuesto, quiénes son culpables o inocentes, al margen no solo de opiniones contrarias, sino incluso de procedimientos en curso y de sentencias firmes.
Cuando él dice, por ejemplo, que el fiscal general del Estado es inocente, lo hace imponiendo su autoridad a la del tribunal que realmente la ostenta. Es la actitud de un ser superior, de alguien que está por encima de los demás y de la ley, y que está convencido de que solo él puede ser la solución de nuestros problemas y nuestra salvación.
Un individuo que, hace pocos años, consideró que había que desalojar del poder a Mariano Rajoy por hechos mucho menos graves y numerosos que los que ahora le conciernen a él y lo tienen acorralado. Un ser ambicioso que, por incoherente que parezca, no se aparta siquiera por el bien de España, que, según él, es lo que persigue. Un remedo de Fidel Castro o Nicolás Maduro, que se aferra numantinamente al poder y cuyo único argumento restante es que solo él es capaz de salvar a España de la derecha, como si la derecha fuera una opción ilegítima y los españoles necesitáramos su mano salvadora. España no es Cuba ni Venezuela, y por eso no necesitamos a ningún iluminado que imponga su voluntad contra la libertad de decisión y elección de los españoles. Solo un ser que se considera superior es capaz de resistir entre la podredumbre que lo rodea.
O quizás no sea tan superior. Puede suceder lo contrario: un ser tan inferior que, al igual que los de baja estatura usan alzas para llegar a la altura de los demás, este pobre hombre use todo tipo de artificios para camuflar sus muchas limitaciones.