Carles Puigdemont, presidente de Junts, interviene de manera telemática en la clausura del Campus Junts 2025 en Cardona (Barcelona).
'Et maintenant'
En la moción de censura de 2018, Pedro Sánchez contó con el apoyo de Junts —entonces PDeCAT—, partido independentista catalán hoy liderado por Carles Puigdemont, para desalojar al PP de Mariano Rajoy del Gobierno. En teoría, una formación de orientación liberal y de derechas antepuso entonces —al menos en el plano discursivo— el rechazo a la corrupción a cualquier otra consideración ideológica, facilitando así la llegada al poder de un partido de izquierdas.
Un gesto, cuanto menos, llamativo. ¿Encomiable? El tiempo se ha encargado de ponerlo en cuestión.
Pedro Sánchez logró formar gobierno en 2020, "acostándose", según expresión propia, con quienes aseguraba que no podría dormir. Sin embargo, fue severamente castigado en las elecciones autonómicas de 2023, lo que le llevó a anticipar las elecciones generales a julio de ese año. Aunque el PSOE perdió frente al PP, consiguió mantenerse en el poder gracias al respaldo de toda la izquierda parlamentaria (Sumar, Podemos, IU, ERC, Bildu, BNG…), algo coherente desde el punto de vista ideológico, y al apoyo de formaciones como PNV y Junts, ambas situadas en la derecha política. Una combinación tan heterogénea como inestable.
En este escenario, los ocho escaños de Junts en la moción de 2018 —siete desde 2023— se convirtieron en decisivos para la supervivencia parlamentaria de un Gobierno socialista débil. Desde 2023, con la controvertida ley de amnistía como primer pago, ese apoyo se ha negociado ley a ley y presupuesto a presupuesto, a cambio de concesiones políticas, económicas y simbólicas alineadas con la agenda separatista catalana. Todo ello ha alimentado la percepción de un daño al interés general y de un trato privilegiado frente al resto de comunidades autónomas.
Entre esas concesiones, destacó el papel atribuido al Tribunal Constitucional, que acabó anulando una parte sustancial de la sentencia condenatoria del Tribunal Supremo contra los dirigentes independentistas por el intento de ruptura institucional de 2017.
Hoy, el PSOE —como partido y como Gobierno— se encuentra cercado por casos de corrupción de una magnitud muy superior a los que motivaron su moción de censura al PP en 2018. A ello se suma un acusado desgaste electoral, encuestas desfavorables y múltiples frentes judiciales abiertos. En este contexto de debilidad extrema, Junts considera incumplidas parte de las contrapartidas pactadas y, aparentemente, ha optado por retirar su apoyo.
Et maintenant? ¿Y ahora qué?
El dilema estratégico de Junts no es sencillo.
Si opta por renegociar su apoyo al PSOE a cambio de nuevas concesiones y de la rectificación de compromisos incumplidos, pronto chocará con límites que el propio PSOE difícilmente podrá traspasar. Además, su margen temporal es reducido: en unas elecciones anticipadas o en las previstas para 2027, el PSOE difícilmente podrá revalidar la actual mayoría heterogénea, y los escaños de Junts perderían buena parte de su capacidad de influencia.
Un triunfo probable de un bloque de derechas con mayoría parlamentaria pondría fin a esas rentas políticas y económicas, y abriría la puerta a la derogación de algunas leyes y acuerdos que han constituido el principal botín del independentismo catalán en los últimos años.
La alternativa sería retirar definitivamente el apoyo al PSOE y sumarse a una moción de censura coherente con el rechazo a la corrupción que ya practicó en 2018. Esta vía propiciaría un cambio de gobierno y un horizonte de estabilidad de cuatro años, previsiblemente con menores beneficios inmediatos y a largo plazo. Pero plantea una pregunta clave: ¿qué puede negociar Junts hoy, con un PP en la oposición, que no podría negociar mañana con un PP ya en el Gobierno?
La no derogación de leyes vigentes favorables a su proyecto independentista.
Acuerdos futuros que, sin la contrapartida de apoyar una moción de censura ahora, serían imposibles de obtener más adelante.
Se trata, en definitiva, de una decisión estratégica que Junts debe tomar con urgencia si no quiere enfrentarse a hechos consumados y al inevitable "Et maintenant", que Gilbert Bécaud cantó magistralmente como lamento tardío.