Carlos Melara. Zaragoza
Aragón vive uno de esos “momentos estelares” de los que hablaba Stefan Zweig, una breve ventana de tiempo que puede marcar el rumbo durante décadas. Rara vez se alinean a la vez un gran potencial energético, una posición geográfica privilegiada y el interés de grandes inversores tecnológicos globales por instalar sus centros de datos en una misma región.
Pero conviene hacerse la pregunta incómoda: si el potencial tecnológico y las inversiones están llegando, ¿qué es lo que realmente decidirá si Aragón se convierte en un polo digital global? La respuesta no está en los servidores ni en los cables de fibra. La respuesta está en la psicología colectiva. La transformación de Aragón depende ante todo de un cambio de mentalidad.
En los procesos de transformación en grandes empresas solemos distinguir dos grupos de personas: quienes tienen una mentalidad fija y quienes tienen una mentalidad de crecimiento. Las primeras se aferran a ideas como “aquí siempre se ha hecho así” o “eso no es para nosotros”. Dan por hecho que las capacidades son algo dado y que el futuro será, con matices, una prolongación del pasado. Las personas con mentalidad de crecimiento, en cambio, parten de otra premisa: podemos aprender, adaptarnos y mejorar nuestra situación si estamos dispuestos a hacerlo.
En esta transformación, esa mentalidad de crecimiento puede cambiar tres cosas esenciales.
Primero, la mentalidad de crecimiento cambia las preguntas que nos hacemos. La pregunta deja de ser si “nosotros” podemos convertirnos en un hub digital global y pasa a ser qué necesitamos aprender para conseguirlo. Es un cambio radical de conversación: de la duda a la intención, de la queja a la estrategia.
Segundo, la mentalidad de crecimiento reduce las resistencias. El despliegue de centros de datos genera debates legítimos sobre energía, agua o creación material de empleo. Una mentalidad fija se queda en la resistencia. Una mentalidad de crecimiento busca el “cómo”: cómo compatibilizar desarrollo económico y sostenibilidad, cómo repartir mejor los beneficios de esta nueva actividad, cómo formar a más personas para que otras multinacionales puedan venir y desarrollar un ecosistema de proximidad de proveedores tecnológicos especializados.
Tercero, la mentalidad de crecimiento contagia. Cuando algunas empresas se atreven a cambiar y les va bien, muestran el camino a las demás. “Nothing breeds success like success”, dicen los americanos. Aragón ya tiene pymes que innovan, exportan y digitalizan sus operaciones. Hay que convertirlas en ejemplo visible y cercano para que el mensaje cale: si ellos pueden, nosotros también.
Ahora bien, ¿cómo lograr este cambio de mentalidad? No basta con buenas intenciones. Hace falta método. Desde mi experiencia en transformación y gestión del cambio, el camino suele resumirse en tres pasos: generar conciencia, deseo y capacidad. Primero, explicar con claridad la oportunidad y los riesgos de no movernos en la dirección adecuada desde ya. Segundo, convertir esa conciencia en ganas de participar, de modo que pymes, ayuntamientos y ciudadanía vean qué ganan con esta transformación. Y tercero, acompañar especialmente a las pymes para que aprendan a gestionar el cambio en su día a día y construyan nuevas capacidades y nuevas formas de pensar y de hacer las cosas.
El Dragón aragonés está despertando. Lo que ocurra en los próximos años dependerá de si todos, instituciones, empresas y ciudadanía, permitimos que despliegue por fin sus alas.