En los albores de su segundo milenio, Zaragoza pensó en un símbolo capaz de señalar el espacio y atraer las miradas de los viajeros que “pasaban” por la ciudad camino de otros destinos. Con ocasión de la Expo Zaragoza 2008 y a propuesta de de los grupos de participación que definieron su candidatura, se erigió como icono del evento la Torre del Agua, uno de los grandes hitos arquitectónicos de Zaragoza.

Con 76 metros de altura y forma de gota, es visible a escala local y territorial. Tras la Expo y la crisis, el edificio quedó infrautilizado, pero ahora está en proceso de relanzamiento bajo el impulso del Gobierno de Aragón.

La empresa pública Zaragoza Expo Empresarial que gestiona este edificio, ha licitado tres proyectos: la adecuación arquitectónica, el tratamiento lumínico de la fachada y un estudio de viabilidad y plan de negocio para su uso como espacio expositivo, de eventos, mirador y restaurante. La propuesta persigue tres objetivos: lograr rentabilidad social y económica vinculada a sectores estratégicos como logística y energía; poner en valor el edificio como atractivo singular; y optimizar costes mediante ingresos directos, patrocinios o mecenazgo.

Se contemplan usos expositivos permanentes y temporales en la planta baja, el fuste y la planta séptima —donde está el Splash—, así como conferencias, presentaciones y un restaurante panorámico en la planta 23. El mirador, en la azotea, se diseña como atractivo turístico, y la fachada podrá incorporar contenidos audiovisuales.

Se ha previsto que su eje temático gire en torno a la logística y la energía como motores de desarrollo territorial, desarrollando una exposición permanente y programas temporales, propios o itinerantes. Los eventos internacionales relacionados con la temática tendrán prioridad, pero se admitirán otros compatibles con el espacio.

Entre las reformas previstas destacan el mirador cubierto en la azotea que, sin duda, será el mejor escaparate de la ciudad ofreciendo vistas a la ciudad histórica y sus torres, a la ciudad contemporánea que se expande con nuevas torres blancas, a las huertas verdes, a las estepas áridas, al Ebro brillante que dibuja profundos meandros entre sotos oscuros y el magnífico conjunto arquitectónico del recinto de la Expo.

Otro elemento atractivo será el restaurante panorámico en la planta 23. La adecuación arquitectónica prevé la apertura visual de todo su perímetro, eliminando la chapa blanca que recubre la estructura de la fachada.

El cuerpo central hueco, entre las plantas 7 y 21, combina la esbeltez de una catedral con el aire industrial de los cuerpos de ascensores, rampas e instalaciones. En su corazón, nos asombra la gran escultura del Splash concebida por Program Collective y desarrollada por Pere Gifre.

En este espacio, la Asociación Legado Expo propone un programa museístico sobre la Expo 2008 y su legado, distribuyendo temáticas específicas en cada uno de los siete rellanos entre las rampas de acceso y descenso:

  • La transformación del meandro de Ranillas: maquetas, planos e infografías originales.

  • La fiesta de 2008: vestuario y carrozas de la cabalgata del Circo del Sol, elementos de la colección Materiales para la Memoria.

  • El legado inmaterial y mensaje del agua: publicaciones, la Caja azul (contenidos de la Tribuna del Agua), y la Carta del Agua.

  • Los participantes: países, empresas, e instituciones.

  • Diplomacia pública: documentales y personalidades del mundo de la ciencia y de la cultura, de la diplomacia, de las empresas.

  • La transformación urbana con el Plan de Acompañamiento: infraestructuras y equipamientos.

  • Los tres ejes de la nueva ciudad: biodiversidad (Acuario), movilidad y automoción (puente de Zaha Hadid) y logística (Torre del Agua).

Pero sin duda, la parte más versátil y aprovechable de la Torre es su zócalo de 3.300 m2, accesible desde la calle. Los proyectos plantean una gran sala de exposiciones relacionadas preferentemente en temas de Logística y un fondo permanente inspirado en museos interactivos como Ars Electronica (Linz), Stedelijk Museum (Ámsterdam) o MORI (Tokio), ofreciendo experiencias inmersivas y participativas que conviertan cada visita en única.

En definitiva, la Torre de Zaragoza es un edificio emblemático concebido para actuar como marca urbana que ayude a posicionar la ciudad en un extenso marco territorial. Es una pieza arquitectónica singular para atraer la atención mediática y turística.

Aunque su coste inicial puede ser elevado, su potencial para dinamizar la economía es significativo: genera actividad turística e incentiva la inversión privada en el entorno, además de catalizar procesos de regeneración urbana.

En un mundo globalizado, las ciudades compiten por atraer empresas, congresos y profesionales cualificados. La calidad de vida percibida —que incluye la oferta cultural, la imagen y el entorno arquitectónico— es un factor decisivo para la elección de un lugar de residencia o inversión.

Los edificios icónicos no solo son obras arquitectónicas: son espacios para la cultura, el encuentro y la participación ciudadana. Pueden convertirse en referentes de orgullo colectivo y memoria urbana, reforzando el sentido de pertenencia.

En las ciudades, los edificios emblemáticos no son simples caprichos arquitectónicos: son motores de identidad, proyección internacional y dinamización económica. Un proyecto singular bien concebido puede atraer a su alrededor usos mixtos, transporte, comercio y espacios públicos de calidad. La Torre de Zaragoza -que siempre será la Torre del Agua- está concebida para atraer turismo, inversión y talento. La suerte está echada. Éxito en esta operación.