Este mes de julio ha concluido una de las obras más demandadas de los últimos años, el soterramiento de la A-68 (carretera de Castellón para entendernos) a su paso por el cruce de la Z-40, uno de los puntos más conflictivos de la red viaria del entorno más próximo a Zaragoza, donde diariamente se producían importantes retenciones de tráfico.

Todas las salidas de Zaragoza, quizás con la única excepción de la carretera A-129 con destino a Sariñena (que, por cierto, debiera prolongarse hasta el Cinca Medio), conducen a zonas de gran concentración de empresas y polígonos industriales que generan un buen número de desplazamientos diarios de trabajadores y mercancías, y la carretera de Castellón no es ni mucho menos una excepción.

Los polígonos de La Cartuja, el Polígono del Reciclaje y Empresarium en el término municipal de Zaragoza, junto con otras empresas instaladas en otras localidades, provocan miles de desplazamientos diarios de ida y vuelta. Es por eso que desde hace ya años se han creado plataformas en las que se integran los municipios y las empresas de ese eje viario para reclamar esa obra, además de su desdoblamiento hasta Alcañiz, que se viene llevando a cabo con preocupante lentitud.

Ya en el año 2021 nuestro grupo municipal presentó una moción en la que se solicitaba que el Ayuntamiento de Zaragoza instara la declaración de esa obra como de interés general del Estado y que se incluyeran en los Presupuestos Generales del 2022 una partida específica con ese fin. Votaron a favor PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos y, sorprendentemente, se abstuvo Zaragoza en Común, que no debió considerar importante para nuestra ciudad esa infraestructura.

En cualquier caso, con un retraso de casi un año sobre el calendario previsto, se ha podido inaugurar la obra que va a suponer una mejora del tiempo de desplazamiento y de la seguridad de los usuarios.

Siempre hemos sostenido desde nuestro grupo que la articulación del transporte, público o privado, en el entorno metropolitano es una de las asignaturas pendientes de Zaragoza, y que en esa tarea se debían involucrar tanto el gobierno autonómico -algo habitual en otras comunidades- como el Gobierno central.

Hay catorce ciudades españolas con red de cercanías y, de entre todas ellas, la ciudad de Zaragoza es la que cuenta con menos kilómetros y menos estaciones, algo que no deja de ser sorprendente siendo ya la cuarta ciudad por número de habitantes y habiéndose anunciado la instalación de grandes empresas en nuestro entorno. Igualmente, hay nueve ciudades españolas que disfrutan de metro soterrado. Zaragoza no es una de ellas. Y, finalmente, nuestro aeropuerto ocupa el vigésimo octavo puesto por número de pasajeros entre todos los aeropuertos españoles.

La reindustrialización europea y española se ha revelado ahora una urgencia después de años de desmantelamiento y deslocalización. No sólo genera los puestos de trabajo más cualificados y mejor remunerados, sino que evita la dependencia tecnológica de países cuyas prioridades económicas y estratégicas pueden no coincidir con nuestras necesidades, sino, al revés, perjudicarlas.

Los centros de almacenamiento de datos anunciados en el entorno de Zaragoza pueden verse amenazados por la escasez de nudos de suministro de energía eléctrica con la potencia y tensión requeridas. Igualmente, sabemos ahora que varias empresas tienen problemas para su instalación en Plaza por encontrarse con limitaciones derivadas de las servidumbres aéreas por la presencia de la base militar y el aeropuerto. E igualmente, son crónicas las demandas de mejora de los accesos a ese polígono, donde se producen importantes atascos en horas punta.

Su orientación fundamentalmente logística requiere una especial fluidez en el tráfico que ahorre costes y tiempos de desplazamiento en la recepción y reparto de mercancías. Es urgente que se habilite un segundo acceso.

En otro orden de cosas, podríamos citar la renovación de la depuradora de aguas residuales de Zaragoza, que se encuentra al final de su vida útil. O la necesidad que va a ser perentoria en muy pocos años de dotar de un transporte de alta capacidad al barrio de Arcosur, que va a ser en sí mismo una pequeña ciudad. O las necesarias -imprescindibles- obras de regeneración del Casco Histórico, donde las labores de inspección de edificios están revelando serias deficiencias estructurales y obligando al desalojo de un número significativo de inmuebles.

Y ya no digamos, la conveniencia de buscar una ocupación y un destino razonable a todos esos edificios emblemáticos de la Expo que todavía permanecen vacíos y sin uso. O decidir qué hacemos con el solar del antiguo Teatro Fleta, sobre el que tarde o temprano tendremos que tomar una decisión, el palacio Fuenclara y la antigua Escuela de Bellas Artes de la plaza de los Sitios.

Si hay algo de lo que no carece ni la ciudad ni quien la gobierne, es de una extensa cartera de obras pendientes que exceden ampliamente las disponibilidades presupuestarias que razonablemente se pueden esperar en los próximos años. De ahí, la necesidad de elegir con exquisito cuidado las prioridades a acometer. Y evitar frivolidades que deriven los recursos de las obras más necesarias.