Durante muchos años pensé que tenía que cambiar. No cambiar para evolucionar, sino cambiar para encajar. Pensaba que si no terminaba de sentirme parte de ciertos grupos, de ciertas conversaciones o de ciertas relaciones, el fallo debía estar en mí.
Así que empecé a ajustar mis bordes, a medir mis palabras, a pulir mi forma de ser para adaptarla a lo que creía que esperaban los demás. Me volví experto en caer bien, en no molestar, en reprimir lo que realmente pensaba para no incomodar. Funcionaba, al menos durante un rato. Porque luego, volvía esa sensación interna de estar forzando algo. Y me culpaba a mí por no saber encajar del todo.
Lo curioso es que yo hacía todo “bien”: escuchaba, trataba con cariño, me esforzaba por ser amable. Y sin embargo, algo dentro de mí se sentía fuera de lugar.
Era como usar un zapato que no es de tu talla. Puede que al principio lo aguantes porque se ve bonito, porque todo el mundo lo lleva, porque no quieres parecer diferente. Pero con el tiempo, el dolor se vuelve imposible de ignorar.
Y ahí es cuando uno empieza a preguntarse si el problema está en su pie, cuando en realidad, el problema siempre estuvo en el zapato.
Yo me pasé años disfrazándome para gustar, para sentir que era suficiente. Pero lo más duro no era que algunos no me aceptaran, sino que yo mismo había dejado de reconocerme. Me sentía como un actor que no se bajaba del escenario nunca.
Hasta que un día, simplemente me cansé.
No fue una decisión heroica ni fruto de un gran despertar. Fue una rabia interna. Estaba cansado de forzar, de fingir, de vivir en automático con curiosidad. Y ahí descubrí algo que nunca antes había considerado: no era que no encajara en el mundo, era que nunca me había detenido a mirar mi propia pieza del puzzle.
Estaba intentando encajar en puzzles ajenos sin ni siquiera haber parado para ver qué tipo de pieza era yo.
Podía tener claro a dónde quería ir —no lo tenía—, pero si no sabía dónde estaba, cualquier paso que daba me alejaba del tipo de vida en la que encajaba. Me centraba en el destino, pero nunca me preguntaba desde dónde partía.
Este artículo no es un típico intento de convencerte de que vales mucho. Porque lo cierto es que aún no he conocido a nadie que haya empezado a creer en sí mismo solo por leer unas frases bonitas.
Esa confianza verdadera nace de parar, de pasar tiempo contigo mismo, de la decisión de dejar de tratar de encajar en puzzles de otros y comenzar a mirar tu pieza.
No te vengo a dar un discurso de autoayuda. Te vengo a decir, que lo que a mí me ha funcionado es ver una parte que llevaba ignorando desde hace mucho. Y que la consecuencia era que no estaba realmente a gusto en ningún sitio.
Esto no va de abandonar tu trabajo hoy, ni de romper tus relaciones.
Va de empezar a escucharte y entenderte.
De dejar de posponer decisiones indefinidamente, porque la vida pasa más rápido de lo que piensas.
De preguntarte si lo que haces cada día te representa o simplemente estás cumpliendo las expectativas de otros.
Porque si tú no haces esa pregunta ahora, la vida te va a poner situaciones hasta que tomes esas decisiones. Y duele mucho más enfrentarlas cuando ya no tienes margen de cambio.
Yo decidí comenzar por algo que parecía sencillo: dejar de mostrar una imagen que no era.
Si no me nacía hablar, no hablaba. Si no me sentía bien en un sitio, me iba. Si alguien me pedía algo que no quería, decía que no.
Y no te voy a mentir, al principio fue incómodo. Algunos se alejaron. Otros no lo entendieron. Pero poco a poco, comenzaron a quedarse las personas que sí me aceptaban por lo que realmente era. No por lo que fingía ser.
Así que si estás leyendo esto y sientes que llevas tiempo con una máscara que ya te aprieta, que ya no te deja respirar, que ya no te representa… empieza a quitártela.
Permitirte pequeños momentos al día donde seas tú, sin adornos, sin deberes, sin filtros. Aunque al principio te dé miedo.
Porque tú no viniste aquí a encajar con todo el mundo porque sí. Viniste a encajar con las personas adecuadas y en lugares que conectan contigo.
Cuánto más camines sin rumbo, más tendrás que retroceder para vivir una vida donde estés a gusto. Así que para 5 minutos al día y pregúntate:
¿Qué situaciones he vivido hoy donde no estoy realmente a gusto? ¿Cuál es el factor común de todas ellas? ¿Qué pasos puedo dar en los siguientes días, para que poco a poco vaya viviendo otro tipo de situaciones en las que esté más tranquilo?