Siempre me he resistido a creer que cualquier tiempo pasado fue mejor. O, al menos, que el paso del tiempo no supone obligatoriamente una involución del bienestar. Pero si lo que nos ocupa hoy es la situación del Real Zaragoza, parece complicado mantener esa intención.
La Romareda, tal y como la conocemos, acogerá esta tarde su último partido. Será un Real Zaragoza – Deportivo de la Coruña, un duelo entre equipos históricos que ahora se arrastran por la segunda división del fútbol español. En estos dos casos, el pasado sí gana al presente de goleada.
Pase lo que pase hoy, ese estadio no va a tener la despedida que se merece, porque hoy no habrá nada que celebrar. Si el Zaragoza se salva, la afición está en su derecho, incluso obligación, de recordar al club, con una gran pitada, que lo que han vivido este año no es lo prometido ni lo merecido. Y si pierde, y dependiendo de lo que haga el Eldense, la Romareda vivirá una de las mayores muestras de enfado de sus 68 años de historia.
El resultado no evitará que sea una noche de recuerdos. Los más viejos del lugar recordarán el día de su inauguración, en 1957, y dirán que antes allí, donde ahora hay grandes edificios, sólo había campos. Esos mismos, se pondrán nostálgicos al pensar que vieron el primer gran título, la Copa de Ferias, y que los Magníficos jugaban a un fútbol que ya no existe.
Los que ahora rondan la cincuentena, se acordarán de los Zaraguayos que estuvieron una temporada entera sin perder en la Romareda. También el camino hasta la final de la Recopa de París, que hizo parada en el estadio zaragocista con la victoria ante el Chelsea. O, pocos meses después, una de las frases que todavía perduran: “ha sido el 6, penalti y expulsión”, que pronunció el linier Rafa Guerrero en un partido ante el Barça refiriéndose a un Xavi Aguado que nada tenía que ver con la acción.
La Generación Millennial posiblemente evoque a aquel Real Zaragoza que era capaz de golear al Real Madrid de los galácticos o que consiguió en ese estadio volver a primera en 2009. Los más jóvenes no recordarán nada de eso, aunque quizás sus padres se lo hayan contado y algo haya quedado grabado en su memoria. A veces, lo no vivido, deja una huella tan profunda como lo vivido.
Esos chavales que ahora tendrán 16 o 18 años ven un equipo que ya no compite contra los grandes, que ya no gana títulos, que ya no tiene el arraigo de antes. Eso pensarán: ya es hora de tirar este estadio y empezar una época nueva. Para ellos, seguro, el pasado del Real Zaragoza no será mejor que el futuro. Pero para eso, hay mucho que hacer. Muchísimo.
Se va a demoler el estadio, la casa del Real Zaragoza, pero también se tiene que dinamitar las tripas del club. Tirar para levantar algo nuevo, más sólido, más robusto, más efectivo y más sostenible. Es la única manera de demostrar que cualquier tiempo pasado no siempre es mejor.